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El municipalismo en los tiempos de la COVID

18 June 2020, Spain, Barcelona: People wear face masks as they ride a bus while the city enters today on phase three of the gradual easing of the coronavirus nationwide strict lockdown. Photo: Jordi Boixareu/ZUMA Wire/dpa

Kate Shea Baird

Dirección Ejecutiva de Barcelona en Comú —

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En el 2016, el catedrático y actual teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Joan Subirats, publicó 'El Poder de lo Próximo', un libro sobre las virtudes de la política municipal. Con este título, resumía en una frase la premisa básica del municipalismo: que la escala local permite relaciones de proximidad que tienen una potencia transformadora única. En resumidas cuentas, el municipalismo aprovecha la posibilidad de encontrarnos cara a cara para colectivizar los problemas individuales, decidir juntas sobre las cuestiones que nos afectan y así repartir cada vez más el poder.

En el actual contexto, era de esperar que las medidas que se implementaban para cortar la cadena de transmisión de la COVID-19 –el confinamiento, la cuarentena, el distanciamiento físico, los límites de aforo– pusieran en jaque al municipalismo. Es más, a mi parecer, los últimos meses de pandemia nos sirven como una especie de “grupo de control” para el experimento municipalista aquí en Barcelona. ¿Qué mejor para comprender el municipalismo que observar qué pasa cuando carece de la proximidad que lo define?

La vida vuelve al centro

Una primera observación, en positivo, es que la pandemia ha puesto la vida cotidiana en el centro de la agenda política como nunca antes. La salud pública y los cuidados han estado en primer plano, pero también han generado debate social, e incluso conflicto, temas como la vejez, la desigualdad habitacional, el luto y los ritos funerarios, la seguridad alimentaria, la educación, la cultura, la movilidad, la salud mental o la conciliación.

Estas son preocupaciones municipalistas (y feministas) de primer orden, ya que el municipalismo parte de la idea de poner en valor lo personal y lo comunitario. Y es que la pandemia no solo ha politizado los ciclos de vida y las relaciones sociales, sino que también les ha dotado de épica, de héroes y villanos, de decisiones de vida o muerte. Estamos constatando que la política de lo cotidiano –la política municipalista– es la base de nuestro bienestar individual y colectivo.

Por otra parte, es cierto que hemos carecido de espacios para colectivizar las dificultades vividas y también para elaborar demandas colectivas. En la práctica, el confinamiento puso fin a casi todas las reuniones, asambleas y manifestaciones políticas en España y esto supuso un freno importante a la movilización. Prueba de ello es cuánto tiempo se tardó en cuestionar públicamente la severidad del confinamiento de la infancia.

También nos tiene que preocupar el hecho de que la politización de la vida cotidiana vino acompañado de un aumento del ejercicio del poder del Estado, que llegó a tocar los ámbitos de la vida más íntimos. La cesión de libertades y las medidas de vigilancia y control vinculadas al Estado de Alarma van en contra de la voluntad emancipadora del municipalismo. Hay que evitar que estas se perpetúen en el tiempo y que se introduzcan herramientas nuevas, como el llamado 'pasaporte vírico', que vulneran derechos.

Centralización y telemunicipalismo

¿Cómo ha afectado la COVID-19 a la voluntad confederal y democratizadora del municipalismo? En España, como en otros lugares, la respuesta institucional a la pandemia ha conllevado una centralización del poder. Al mismo tiempo, los ayuntamientos han visto sus ya escasos recursos llevados al límite por la crisis sanitaria y social. En efecto, ayuntamientos de todo el Estado exigen acabar con las leyes de austeridad que limitan su capacidad financiera.

El nivel municipal no ha sido inmune a estas dinámicas de centralización. En Barcelona, la imposibilidad de realizar reuniones presenciales hizo saltar por los aires los diversos mecanismos de participación que estaban en marcha antes de la pandemia: se suspendieron los consejos de distrito y barrio, y se congeló el primer presupuesto participativo de la historia de la ciudad, entre otros procesos. Tampoco se han podido celebrar encuentros informales como los denominados 'Encuentros con la Alcaldesa', asambleas quincenales abiertas que juntan a la alcaldesa con los vecinos de los distintos barrios de la ciudad. La participación presencial, de momento, se encuentra en animación suspendida.

El Ayuntamiento sí ha buscado adaptarse al nuevo contexto, aprovechando su plataforma de participación digital, 'Decidim'. Han nacido iniciativas digitales como 'la Alcaldessa respon als infants', donde Ada Colau contesta preguntas de los niños y niñas de la ciudad vía video; 'El Regidor Respon', un formato donde los concejales del Gobierno contestan preguntas en directo; o 'Barcelona des de Casa', un espacio donde los vecinos pueden debatir y compartir recursos en línea. No obstante, estas soluciones 'telemunicipalistas' no sustituyen los procesos de participación presenciales, ni mucho menos los mecanismos de toma de decisión vinculantes.

Ningún pie en la calle

¿Y el municipalismo por fuera de la institución? La ciudadanía organizada de Barcelona respondió a la pandemia de manera rápida y eficaz. Ejemplo de ello son los vendedores ambulantes que se pusieron a coser mascarillas, el colectivo 'maker' que empleó sus impresoras 3D para fabricar EPI para hospitales o las cajas de solidaridad que se crearon para las trabajadoras sexuales, los vecinos sin papeles y las iniciativas de la economía social y solidaria. De la misma manera, los espacios autogestionados se han convertido en centros de recogida y reparto de alimentos y se han creado nuevos grupos de apoyo mutuo para ofrecer apoyo emocional y práctico entre vecinos.

No es que los movimientos sociales se hayan limitado a atender a las necesidades prácticas e inmediatas. Al contrario, muchos colectivos han seguido reuniéndose en línea o incluso celebrado asambleas con distanciamiento físico. Este trabajo ha dado un nuevo impulso a reivindicaciones políticas como la renta básica universal, la moratoria de los desahucios y los alquileres o la regularización de las personas sin papeles, entre otras.

Sin embargo, hay que reconocer que estos esfuerzos han tenido un impacto limitado en el terreno político. La suspensión de toda movilización en la calle durante tres meses, que coincidió con el 1 de mayo entre otras citas relevantes, no fue una cosa menor. Y es que los encuentros masivos en el espacio público tienen la función importantísima de superar el aislamiento individual, forjar identidades colectivas y explicar las reivindicaciones políticas a la ciudadanía. Estos procesos son esenciales para crecer y fortalecer a cualquier movimiento para que pueda provocar cambios profundos. Por eso las reivindicaciones políticas citadas se habrán visto perjudicadas por el confinamiento. El caso de la agenda climática es especialmente ilustrador: el movimiento ecologista llevaba un año preparando grandes movilizaciones esta primavera que no se han podido realizar y su mensaje ha vuelto a desaparecer de la agenda mediática.

La debilidad de lo lejano

Sería un error romantizar el asamblearismo. Hasta sus más firmes defensores reconocen que las asambleas pueden ser arduas o disfuncionales, que tienden a reproducir las jerarquías sociales y que excluyen a los que no tienen tiempo o medios para asistir. De hecho, el confinamiento ha permitido a muchas organizaciones ampliar la participación gracias a la no presencialidad. Por ejemplo, hay inquilinos que han podido asistir a las reuniones del Sindicat de Llogaters por primera vez gracias a las asambleas virtuales.

Pero también nos equivocaríamos si negáramos las funciones propias de las asambleas presenciales. El pensador municipalista Murray Bookchin reivindicaba la capacidad de la política cara a cara, sin mediación, de 'humanizar la humanidad' y generar formas de organización social emancipatorias. En 'Una Política para el Siglo XXI', defendía que las asambleas 'electrónicas' se pudieran celebrar, pero 'solo cuando sea inevitable y durante el tiempo que sea necesario'. Y la COVID-19 le ha dado la razón: una videoconferencia no puede sustituir la comunicación multicapa de un encuentro físico, ni las interacciones sociales y la construcción de comunidad que se produce dentro y alrededor de estos espacios.

Seguramente el municipalismo saldrá perjudicado de la pandemia. En conjunto esta no ha sido una experiencia de descentralización, democratización, ni empoderamiento ciudadano. Pero sí que se ha reforzado la hipótesis municipalista en sí: si alejadas nos debilitamos, nuestro poder debe de radicar en la proximidad. Recordarlo será fundamental para hacer frente a los enormes retos que ahora nos esperan.

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