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¿Una nueva oportunidad para el Sáhara?

Manifestación de junio de la Plataforma Gritos contra el muro en las cercanías del muro/ Fotografía: Plataforma Gritos ontra el muro

Vicenç Fisas

Analista de conflictos y procesos de paz —

Tal como se anunció en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU del pasado 31 de octubre, después de más de seis años de interrupción, Marruecos y el Frente Polisario han vuelto a reunirse en Ginebra, bajo los auspicios de Naciones Unidas, para unas conversaciones preliminares que podrían derivar en una real negociación. El simple hecho de reencontrarse oficialmente otra vez, con independencia de los resultados iniciales, que no han sido más que un primer tanteo de posiciones, ya es una buena noticia, y sería deseable que fuera el inicio de una nueva etapa completamente diferente a las anteriores, de resultados estériles y permanentemente desalentadores.

Los dos últimos ciclos con 14 rondas negociadoras duraron de junio de 2007 a septiembre de 2012, algo más de cinco años, sin que se avanzara lo más mínimo en razón de la terquedad de las dos partes, con unos planteamientos incompatibles e inamovibles, lo que motivó un hartazgo y una tremenda frustración de los enviados personales del secretario general de la ONU, hasta decidir que no habrían nuevas rondas a menos que se pusiera sobre la mesa nuevos elementos que permitieran plantear una negociación con posibilidades de avance, y no de estancamiento perpetuo.

Desde 2012 han cambiados algunas cosas que afectan a la negociación. Entre otras cosas, hay un nuevo secretario general al frente de la ONU, que es quien tiene la responsabilidad de las negociaciones; hay un nuevo enviado personal del secretario general de dicha organización, ha cambiado el liderazgo del Frente Polisario tras el fallecimiento de Abdelaziz, ambas partes tienen nuevos equipos negociadores y el rey de Marruecos ha invitado recientemente al Gobierno argelino a hablar de todos los temas que afectan a sus relaciones, sin restricciones. Las diplomacias de paz, para ser efectivas, se hacen mayormente desde la reserva y la confidencialidad y con una temporalidad a medio plazo. De poco sirven los mentideros, las especulaciones y las declaraciones al gran público. Lo único que resulta de utilidad es si las partes están o no dispuestas a mover sus posiciones históricas y buscar nuevas vías no exploradas, con lo que ello supone de admitir que ya no sirve transitar de nuevo por los viejos caminos y con los discursos ortodoxos, que pueden ser muy legítimos, pero que nunca han dado resultados.

Los saharauis llevan 43 años refugiados en los campamentos de Argelia y no pueden permanecer así indefinidamente. El censo de los años setenta que había de servir para celebrar el prometido referéndum, ya no sirve, pues falleció mucha gente desde entonces y, en esos 43 años, hay miles de personas que han nacido en el Sáhara Occidental y están en edad de tener el derecho a votar cualquier propuesta que pudiera realizarse. Desde el 2000, además, todas las resoluciones del Consejo de Seguridad han abandonado el término “referéndum” para substituirlo por el principio de lograr un acuerdo logrado directamente por los dos interlocutores, bajo una “solución justa, realista, viable, duradera y aceptable por ambas partes”. Dicho en otras palabras, ni la ONU ni nadie impondrá una solución que no provenga de un acuerdo de buena fe entre el rey de Marruecos y el Frente Polisario y que sea avalado finalmente por el pueblo saharaui, por lo que ya no valdrá jugar a una pugna con resultado de suma cero (uno gana y el otro pierde). Si no es así, este posible nuevo ciclo de rondas que podría abrirse ahora no tendrá recorrido y se producirá otro largo receso y una mayor frustración.

La estrategia negociadora del “todo o nada” no ha dado resultado a lo largo de estas décadas, ni creo podrá ser nunca la vía adecuada, pues va a contravía del realismo que impone el momento presente con la región del Sahel muy convulsa, y es la peor de las opciones en cualquier negociación, que al fin y al cabo implica cesiones de ambas partes y, si se me permite la sugerencia, considerar también fórmulas gradualistas que permitan salir el impasse tradicional. Ha habido más de una oportunidad para ello, en particular en 2007, si se hubiera trabajado en la propuesta de un autogobierno blindado desde la comunidad internacional, con plenas garantías de que se cumpliría lo pactado, y como primer paso hacia un futuro que también habría que negociar.

El gran obstáculo ha sido siempre la brutal desconfianza entre las partes y sus imágenes de enemigo tan fuertemente arraigadas, un factor político y cultural que habrá que ir disminuyendo con el tiempo, y que quizás solo sea posible conseguir a través de una negociación valiente, diferente, sincera, inclusiva y abierta a nuevas opciones. A corto plazo no veremos nada de eso, pues están en plena fase exploratoria, pero si las partes tuvieran claro, por primera vez, la necesidad de reenfocar totalmente la negociación, posiblemente podrían ir tejiendo los elementos que siempre hacen posible que unas conversaciones sostenidas en el tiempo, sean también un espacio de reencuentro de partes opuestas, más allá de la estricta agenda política. Harán falta gestos de lado y lado, cierto, pero una negociación es algo más que eso, ya que requiere siempre una estrategia realista y posibilista, además de innovadora respecto a la agenda y los tiempos. Confiemos, en este sentido, que tanto la ONU como los países del Grupo de Amigos del proceso, como España, colaboren discretamente en el acercamiento de las partes, en busca de una propuesta conjunta que mejore substancialmente la lamentable situación actual de la población saharaui.

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