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La pandemia del COVID-19 y sus efectos en la violencia interpersonal

Catedrático de la Universidad de Barcelona e investigador de la psicología de la violencia
Flores y mensajes dejados en el lugar en el que fue asesinado Samuel Luiz. EFE/ Cabalar

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Las consecuencias de la pandemia del COVID-19 son muy extensas y de una enorme gravedad, por ello todos, o casi todos, entendemos los costos y los esfuerzos para prevenir esa infección. Además de las consecuencias sobre la salud, la economía y la política, la pandemia parece estar asociada a un aumento de los sucesos violentos. Un ejemplo bien contrastado es el incremento de los suicidios que, como las autolesiones y los intentos de suicidio, son formas de violencia autodirigida según la OMS. ¿Pasa algo similar en la violencia interpersonal?

La violencia lleva años ocupando un lugar predominante en el apartado de las preocupaciones sociales y políticas. Afortunadamente hemos desarrollado una actitud comunitaria de rechazo de la violencia muy generalizada y existe, todavía, un gran consenso político en torno a este rechazo. En general somos conscientes de los efectos de la violencia en nuestros derechos, pero también sobre el bienestar, la salud e incluso a la propia economía. Recientemente la UE ha cifrado en 366.000 millones de euros el costo anual de la violencia de género en los países de la Unión. En comparación, el costo derivado del cáncer, en 2019 y en Europa, fue de unos 200.000 millones de euros.

La violencia no amaina ni en momentos tan excepcionales como la situación de pandemia mundial que sufrimos. En estas últimas semanas en que ha habido un cierto retorno transitorio, aunque turbulento, a la 'normalidad social' la violencia también ha estado muy presente. Parece que la violencia asociada a esta pandemia empeora conforme las cosas van a mejor. ¿Esta paradoja es solo un efecto transitorio o más sistémico? Los asesinatos de mujeres producidos en el pasado mes de mayo y junio, los crímenes de odio, los disturbios por motivos diversos (protestas, confrontaciones deportivas…) parecen consecuencias de la pandemia. Pensábamos, en pleno período del confinamiento, que muchos sucesos violentos habían descendido, ya que gran parte de la violencia se produce en la interacción social y esta se había limitado intensamente. Ciertos tipos de violencia, como la familiar o doméstica (violencia contra los hijos, la violencia sexual, etc.) o la 'ciberviolencia', han aumentado su prevalencia debido a las condiciones del confinamiento. La convivencia estresante, el secretismo, la falta de control social indirecto, uso masivo de las redes sociales, la falta de recursos económicos, el ocio y el aburrimiento, el consumo de alcohol abusivo, etc., han favorecido el aumento de ciertas formas de violencia.

La pandemia no ha cambiado sustancialmente a las personas ni las ha convertido en más violentas, pero sí que ha influido en tres elementos que, combinados, hacen más probable, especialmente, la violencia interpersonal. El primero es el empeoramiento de los factores de riesgo individuales que favorecen la violencia. Destacan el estrés, el desajuste emocional, la ansiedad, el consumo de alcohol y otros tóxicos, la falta de expectativas, los deseos intensos de estimulación y ciertos problemas de salud mental. El segundo son los factores sociales como el paro, el ocio antisocial, las restricciones sociales, las normas y las prohibiciones, la falta de control social, etc. Pero el elemento más destacado es la combinación de los factores anteriores y que confluyen en la forma como se afrontan los conflictos. Los conflictos, que pueden ser reales o imaginarios, son el escenario donde acontece la violencia y han aumentado claramente como efecto de la pandemia y de la aplicación de ciertas medidas preventivas. Los conflictos son el trasfondo de la violencia dado que esta es una estrategia opcional para resolver conflictos. La violencia es una combinación de acciones (agresiones, amenazas, control, hostigamiento…) que constituye esa estrategia dañina y lesiva, por supuesto, que injusta y rechazable. La violencia también se usa para causar daños o tener dominio y poder sobre la victima y su entorno.  

En muchos de los sucesos violentos acontecidos en el ámbito de la pandemia y la post-pandemia, aquellos tres elementos indicados han estado presentes. Lo podemos ver en el asesinato de Samuel Luiz en La Coruña, realizado por un grupo de jóvenes agresores – la gran mayoría de ellos sin antecedentes por hechos violentos o delictivos - actuando como una jauría asesina. Una víctima indefensa es asesinada a golpes sin un motivo claro de la agresión, que además probablemente no fue planificada. Ese asesinato lo realizaron un grupo de varones jóvenes exaltados, en la noche y en situación de descontrol conductual intensa. En esa situación un malentendido, algo habitual en las interacciones en momentos de ocio, se convierte en el desencadenante de un hecho violento muy grave que, prácticamente emerge casi sin sentido. Lo mismo sucedió en el 'crimen de la mendiga de Sant Gervasi' en 2005 o en el 'crimen de la villa Olímpica' en el año 2000, ambos en Barcelona. Estos crímenes colectivos, realizados por jóvenes sobre desconocidos adquieren un significado social muy impactante en el contexto de la pandemia.  

El mismo argumento que hemos descrito para analizar la violencia juvenil lo podemos aplicar a los asesinatos de mujeres por parte de sus parejas. Otra vez la combinación de factores de riesgo, en un contexto de conflicto de pareja (el abandono, la separación, la custodia de los hijos, la infidelidad…), acaba desencadenando la violencia grave. Si los factores de riesgo personales empeoran y los factores de riesgo contextuales también, la frecuencia y gravedad de los conflictos aumentan. En consecuencia, la probabilidad de la violencia – el riesgo de violencia – se incrementa y por ello se suceden más agresiones y más actos violentos.

La pandemia, por sí misma, no convierte a las personas en más violentas, pero ha incrementado los factores de riesgo y los conflictos donde la violencia aparece. Esta afirmación no pretende ser pesimista, al contrario, conocer y gestionar los factores de riesgo descritos permitirán reducir el aumento de la violencia y sobre todo tomar consciencia de que, entre las consecuencias negativas de la pandemia, la violencia también ocupa un lugar importante a considerar.

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