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La sindemia, la desigualdad y sus vacunas

Un adulto mayor de 60 años observa la cartilla de vacunación luego de recibir la vacuna contra la Covid-19 en el Hospital El Salvador (El Salvador). EFE/Rodrigo Sura

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La frase hecha de que el virus era igual para todos, ha resultado un mensaje vacío. Por el contrario, ha afectado a los más frágiles desde el comienzo y lo ha hecho en cada uno de los pasos del proceso. Tampoco ha servido como reclamo para favorecer una respuesta unitaria, ya que los más privilegiados no se han sentido comprometidos.

El término sindemia hace referencia a la coincidencia y sinergia entre varias epidemias, en este caso la Covid-19, con las enfermedades crónico degenerativas y ambas junto a los determinantes sociales, en particular el de la desigualdad.

La desigualdad en los determinantes sociales, junto al reparto asimétrico de los riesgos y ahora también, al final de la pandemia, en el acceso a la vacunación. Unas diferencias en el acceso a las vacunas, que reproducen, cuando no amplían, las brechas sociales territoriales y de género preexistentes, al tiempo que las experimentadas en el acceso a productos y tecnologías sanitarias, como consecuencia del colapso de la cadena de suministros, al comienzo de la pandemia.

Porque finalmente, los beneficios de las compañías farmacéuticas y la defensa de las patentes y la propiedad intelectual han prevalecido sobre la necesaria consideración de las vacunas como bienes comunes dentro del derecho universal a la salud, como habían pedido un buen número de países y de organismos en el marco de de la UNESCO.

El programa Covax de solidaridad en vacunas de la OMS se ha quedado corto en relación a la mayor potencialidad de la liberación o suspensión de las patentes, dejando de nuevo inermes a los países empobrecidos y también en los barrios deprimidos de los más desarrollados. Por otra parte, la geoestrategia vacunal, ha servido más para sumar la lógica del poder político de las grandes potencias a los mencionados intereses económicos, que para garantizar la accesibilidad global. Así, el mercado actual de las vacunas obliga a los pueblos, los barrios y los sectores más discriminados a luchar frente a estos últimos brotes de la pandemia, prácticamente con las manos atadas a la espalda, al decir de algunas universidades hasta 2024.

Incluso en los países más desarrollados, dotados con sistemas universales de salud, las estrategias de vacunación, si bien anteponen la vulnerabilidad en términos de salud, no está ocurriendo sin embargo lo mismo con los sectores sociales donde la marginación y exclusión social son la norma, sectores que también corren el riesgo de quedarse al margen de la vacunación. El problema añadido es que, en la medida que se aplaza el logro de una inmunidad para la inmensa mayoría, se mantiene la posibilidad de nuevas variantes y con ello la virulencia de la pandemia.

Antes de la pandemia, la desigualdad en el mundo había llegado ya a límites obscenos, entre el uno por ciento de privilegiados y la mayoría pobre de la humanidad. El 1% más rico lo era cada vez más rico y ya poseía el doble de recursos de los que carecían casi siete mil millones de personas. Sin embargo, en los países desarrollados, los impuestos seguían siendo cada vez menos progresivos que décadas atrás. El lema de no dejar a nadie atrás, aunque era el principio fundamental de la Agenda 2030, no se estaba cumpliendo en absoluto.

Una desigualdad que afecta también al modelo de enfermar, tanto en la incidencia de las enfermedades infecciosas de los países empobrecidos como en los determinantes sociales, los factores de riesgo y las enfermedades crónico degenerativas, los trastornos mentales y el estrés, que también afectan en mayor medida a las clases y las razas más desfavorecidas y discriminadas.

Se puede afirmar pues, sin riesgo a equivocarse, que no solo la riqueza sino también la salud, la enfermedad y la mortalidad van por barrios. Como se ha dicho el código postal influye más en la salud que la propia genética. Son los determinantes sociales, de género y ambientales los que influyen en la diferencia de hasta una década en esperanza de vida en favor de las clases sociales y los barrios más ricos, con respecto a los de renta más baja.

Algo parecido ha ocurrido con la desigualdad en la transmisión, la incidencia y la mortalidad de la pandemia. La Covid-19 también se distribuye de forma desigual por clases, barrios y géneros.

En Europa y América, así como en ciudades de Asia y África, la transmisión de la pandemia ha tenido mucho que ver con la movilidad, el empleo, la demografía y la densidad de población. Eso explica su particular impacto de la Covid-19 en el sector informal y en los trabajos más duros como los mataderos, los temporeros y los cuidados, realizados en su mayoría por mujeres, así como en los barrios más densamente poblados, en los centros de mayores y en las regiones con una composición demográfica más envejecida.

Por eso, recientes estudios confirman que el 20% más pobre de los habitantes de algunas grandes ciudades (como Nueva York, Filadelfia o Barcelona) están teniendo entre 1,5 y 3 veces más riesgo de contagio, hospitalización y mortalidad que el resto.

Tampoco el confinamiento ha sido para todos igual. Sobre todo para los del llamado en términos bélicos el frente de batalla, con respecto a los encargados de la logística y la retaguardia. Así, los trabajadores de los sectores productivos y los servicios esenciales, sin la alternativa del teletrabajo y una vivienda espaciosa o la residencia en una urbanización, se han visto obligados al trabajo presencial, al uso del transporte público y a las consiguientes aglomeraciones y también a un menor espacio vital en sus barrios y viviendas, y con ello a un mayor riesgo de contagio, sufriendo en consecuencia una mayor incidencia de la pandemia. En particular, las mujeres con trabajos temporales y en la economía informal, quienes en muchos casos se vieron obligadas a abandonarlos o combinarlos para dedicarse a los cuidados en el hogar y con ello a una mayor dependencia y vulnerabilidad.

En consecuencia, las olas de la pandemia en Europa y América se han ensañado en los barrios, los sectores, las clases desfavorecidas y con las mujeres.

A todo ello se suma que los riesgos y las enfermedades que agravan la pandemia también se concentran entre las mismas clases sociales. Así, la obesidad, la hipertensión, la diabetes y las enfermedades pulmonares crónicas y las cardiovasculares, junto a situaciones de vulnerabilidad, como en particular la vejez, han sido los antecedentes que han aumentado significativamente el riesgo de hospitalización, y luego el ingreso en las UCIS y los fallecimientos. Lo que no es tan sabido es que estas patologías están también condicionadas socialmente por el nivel de recursos económicos, la alimentación, el medio social, la educación y la cultura en detrimento, una vez más, de los sectores más desfavorecidos. Además, en muchos países donde no existe derecho a la asistencia sanitaria pública, el diagnóstico de covid19 a partir de una edad avanzada ha sido sinónimo de enfermedad mortal.

Por todo ello, según el CIS, en este año de pandemia, el peor año para la economía y para el empleo desde la Guerra Civil, las clases altas han incrementado su volumen en España, pasando de suponer el tres y medio a más del seis por ciento en prácticamente en un año, mientras que la clase trabajadora se ha desplomado a menos de la mitad, pasando de significar el veinte al diez por ciento de la población activa. Es la expresión de las brechas que han consolidado y ampliado la pandemia, tanto en lo económico, social y laboral como en lo educativo y en lo tecnológico.

Hacer posible el objetivo del milenio de 'no dejar nadie atrás' significa paliar el incremento de la desigualdad en los sectores más desfavorecidos como consecuencia de la pandemia: de las complicaciones de las medidas de confinamiento y la protección colectiva, del efecto desigual del aislamiento domiciliario y de las medidas de distancia social, que tampoco afectan a todos por igual. Para ello es necesario intensificar las medidas sociales como el ingreso mínimo vital o los ERTE, pero también poner ya en marcha otras en el ámbito de la salud, como la superación de la debilidad de la salud pública, de la atención primaria y de los apoyos a las residencias de mayores y a la educación destinadas a compensar al menos las brechas mencionadas. Y, sobre todo, se trata de avanzar en una gobernanza global en materia de salud pública y en el acceso a los bienes comunes como son sin lugar a dudas las vacunas.

Para que, aunque no haya sido para todos igual, al menos los recursos finalmente se redistribuyan en favor de los más afectados.

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