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No a los vientres de alquiler, sí a la gestación subrogada

Imagen de archivo de una mujer embarazada en una consulta médica.

Violeta Assiego

Abogada especialista en derechos humanos y vulnerabilidad social —

¿Qué sucedería si abordáramos el debate diferenciando entre vientres de alquiler y gestación por subrogación? ¿Qué ocurriría si no diéramos por hecho que ambos conceptos describen la misma realidad? ¿Podríamos diferenciar situaciones en las que prevalece el negocio sin escrúpulos y la explotación de la mujer de aquellos otros casos en los que, de forma no lucrativa, se ofrece a gestar para quienes no pueden hacerlo? De ser así, tendríamos por un lado los vientres de alquiler y por otro la gestación por subrogación sin ánimo de lucro. ¿Tiene algún sentido diferenciar términos y, por tanto, realidades?

El debate de la gestación por subrogación se encuentra en un bucle perverso en el que, entre otras cosas, se cuestiona sistemáticamente y sin diferenciar, si las mujeres somos capaces de tomar decisiones sobre nuestras vidas y vivir en un sistema capitalista. Por supuesto que deben prohibirse todas las formas de explotación de la mujer, pero denunciarlas, perseguirlas y prohibirlas no puede convertirse en una cruzada negacionista de la soberanía que las mujeres tenemos sobre nuestros cuerpos. Soberanía que no puede supeditarse al deseo que tienen quienes quieren conformar una familia biológica, tal y como se desprende de la proposición de ley que acaba de presentar Ciudadanos.

Si separamos ambas realidades, los vientres de alquiler no deben regularse en ningún caso por la explotación y abuso que implican, pero tampoco podemos dar la espalda a la posibilidad de que haya mujeres que deseen gestar para otros sin ánimo comercial y bajo un estricto marco legal que no les reste autonomía. Admitirlo conllevaría regular la gestación por subrogación, una práctica que a día de hoy nos parece anti-natural, como en su momento nos lo parecía la reasignación de género, la interrupción de un embarazo, la fecundación in vitro o los trasplantes de órganos. En todos estos casos, el bien jurídico último a proteger es la dignidad de la persona, pero en todos ellos se ha comprobado que es mucho mejor regular antes que dejar esos vacíos que aprovechan sin escrúpulos “las leyes de los mercados” ante los deseos de quienes pueden pagárselos, aunque sea a costa de las vidas de los más vulnerables.

Esto no supone estar a favor de los vientres de alquiler sino abrir el debate sobre regular la gestación subrogada y nombrar las dudas que nos suscita a todas. Estar en contra de la mercantilización no implica necesariamente estar en contra de la regulación. Porque puede darse sin perseguir fines lucrativos, es decir, sin la intermediación de las empresas y sin beneficio económico para la mujer gestante (exceptuando los gastos derivados del proceso). Pero regular la gestación tampoco puede servir para reconocer ahora el inexistente derecho a tener hijos, algo que no está recogido en figuras como la adopción de menores, que es una medida de protección a la infancia, no de creación de familias. Sería interesante que, con el debate de la gestación, no se añadiera confusión a este asunto.

Para lo que sí tiene sentido la regulación es para reconocer la posibilidad legal de que una mujer geste una criatura “por solidaridad” para quienes no pueden. En petit comité hay mujeres que valoran esa opción a favor de otras mujeres y hombres de su entorno cercano cuando entre ellos existe un vínculo emocional. Es paternalista pensar que una mujer, por el solo hecho de serlo, no tiene capacidad para decidir.

También lo es sacralizar la experiencia del embarazo como si fuera igual para todas o hablar de ello solo como una práctica de riesgo, como si la mujer no fuera capaz de discernir a qué situaciones quiere o no exponerse cuando actúa desde su propia autonomía. De hecho, hablando en términos de libertad y vulnerabilidad social, puede ser mucho más libre una mujer que decide gestar para otros sin mediar lucro que aquella que da a su hijo en adopción. Paradójicamente, no se han escuchado las voces del feminismo alzarse a favor de esas madres biológicas que renuncian forzosamente a sus hijos fruto de las situaciones de pobreza y desigualdad que viven en sus países de origen y también en España.

Hablemos, por tanto, de esa gestación por subrogación que englobe un enfoque de derechos de la mujer gestante y permita frenar la actual intermediación de agencias y empresas privadas cuyo único objetivo es lucrarse. Hacerlo, persiguiendo la explotación que conllevan los vientres de alquiler, podría representar un avance en el empoderamiento de la mujer sobre su cuerpo y en la creación de unidades familiares que se alejan de los modelos tradicionales de familia.

Es momento de escuchar a quienes ofrecen otros enfoques y otras historias que hablan de la soberanía de la mujer y tienen presente el bien común. Callarlas sin más solo sirve para hacerle el juego a quienes se frotan las manos con este tema y se llenan los bolsillos a costa de la polarización de un asunto del que deberíamos poder hablar.

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