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Vladislav Surkov, el padre de todos los relatos

Dimite Vladislav Surkov, jefe de la administración del Gobierno ruso

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“¡Qué tragedias más espantosas provoca entre los hombres la realidad!”, le hace exclamar Dostoievski a Mitia Karamazov, cuando este busca dinero de manera desperada para huir con la mujer que ama y a quien también desea su propio padre, el que luego será asesinado y Mitia acusado, sin serlo, de parricida. La realidad suele ser espantosa y así lo refleja la literatura rusa, pero mucho más lo puede ser cuando un ruso además de imaginarla da otro paso y la pone en escena. Ese es el rol que asumió Vladislav Surkov al servicio de Vladímir Putin. 

Surkov no piensa que la vida imite al arte como aseguraba Wilde, él ve la vida como un set en el que puede intervenir con todas las herramientas que facilita el arte para realizar una auténtica performance.

En El mago del Kremlin, el ensayista y sociólogo Giuliano Da Empoli, dibuja un perfil de Surkov que deslumbra, ya que surge como un artista bohemio, dramaturgo, director de escena, poeta y escritor quien, poco a poco, va deslizándose desde la escena underground del Moscú de la perestroika para comenzar a gestionar medios y acabar en la corte deVladímir Putinn, manejando la narrativa política del Kremlin del mismo modo que un gestor cultural manejaría la programación de un centro artístico de vanguardia en una capital global.

Cuando Estados Unidos le vetó la entrada al país, al igual que hizo por entonces, la Unión Europea, Surkov minimizó la prohibición argumentando que no hace falta ir a Nueva York para acceder, sin salir de Moscú, a lo único que le interesa de allí: la poesía de Allen Ginsberg, las pinturas de Jackson Pollock y las canciones de Tupac Shakur. En un fantástico ensayo fotográfico de su despacho del Kremlin, disponible en un blog ruso, se pueden ver retratos de Putin, por supuesto, pero también de Obama, Borges, Lennon, el Che Guevara y, por supuesto, Tupac Shakur.

Si bien sus ensayos juveniles eran de arte conceptual, hace foco con lucidez cuando piensa en su país. Surkov, en su lectura de estas décadas, ve tres estaciones por las que Rusia transitó para volver a encontrar su destino. La primera es la que atraviesa la perestroika en la que Mijaíl Gorbachov intenta encauzar a la vieja Unión Soviética en un proceso de occidentalización a través de la instauración de una democracia liberal declinada en términos progresistas. Ese breve acto es desbordado por la orgía capitalista de Boris Yeltsin que alcanza su apogeo de degradación con la exhibición pública de una escena que Putin detesta y es en la que Yeltsin, claramente beodo, desata la risa incontinente de Bill Clinton ante la audiencia global en un acto en las puertas de la biblioteca Franklin D. Roosevelt de Nueva York. La llegada de Vladímir Putin al poder es, entonces, la última y definitiva parada para el regreso del imperio. Ahí está Surkov para ayudarle a levantar las columnas del poder.

Boris Berezovski un magnate de los medios rusos, propietario de la cadena televisiva ORT donde Surkov controlaba la programación, es quien le presenta a Putin cuando este era el director de la FGS, la nueva versión de la antigua KGB. Ambos le convencen para que se presente a las elecciones y Surkov le acompaña en esa empresa para ya no separarse más del nuevo zar. Incluso, aún hoy, cuando parece distante del poder, ambos, Surkov y Putin, se escuchan respirar el uno al otro mientras el silencio crece dentro de los muros del Kremlin y los fantasmas cruzan los salones, como el de Berezovski quien, supuestamente, se suicidó durante su exilio en Londres. 

Tuvo que pasar solo un mes después de que Putin fuera nombrado primer ministro, cuando Surkov comprende que está en el umbral de un nuevo tiempo imperial. Una noche de septiembre de 1999, vuelan por los aires varios edificios en distintas ciudades rusas, incluida Moscú, con centenares de muertos, presuntamente obra del terrorismo checheno. Según Surkov ese fue el “11 de septiembre” ruso –dos años antes– y cuando llegó con Putin al lugar de los hechos confiesa que vio la metamorfosis de un funcionario hasta entonces ascético, cuya presencia física se transfiguró para convertirse en un ángel de la muerte. Como Putin había dado la orden de bombardear inmediatamente al aeropuerto de Grozni, en respuesta a los atentados, los periodistas le preguntaron si esa acción no agravaría aún más la situación. «Golpearemos a los terroristas allí donde se escondan. Si están en un aeropuerto, golpearemos el aeropuerto, si están en los cagaderos, y perdonen la expresión, iremos a matarlos en los váteres». Esa noche, Surkov, vio surgir al zar. 

Se puso manos a la obra y concibió lo que se conoce como “democracia soberana”, que no es otra cosa que un sistema bajo el control estricto del poder político que, en este caso, es el que se ejerce desde el Kremlin. Según el periodista Peter Pomerantsev, Surkov es un titiritero y entenderlo es entender no solo la Rusia contemporánea, “sino también un nuevo tipo de política de poder, una forma de autoritarismo mucho más sutil que las variantes del siglo XX.”

Dentro del marco de la «democracia soberana», en la que en apariencia se mantienen las instituciones democráticas pero sin libertades democráticas, Surkov, además de crear grupos juveniles pro-Kremlin que se comparan con las Juventudes Hitlerianas, golpean a extranjeros y periodistas de la oposición y queman libros «antipatrióticos» en la Plaza Roja, crea partidos de oposición falsos y se puede decir que es el artífice de la «política de la posverdad», con el fin de crear un estado general de confusión dentro del cual es imposible hacer pie en una certeza. Hoy, a través de la estrategia de comunicación de Donald Trump, el planteamiento es conocido pero Surkov es el creador del método de emisión de muchos mensajes distintos al mismo tiempo para instalar la idea de que el gobierno puede adoptar casi cualquier política imaginable, lo que a la vez, en medio de la confusión, permite negarlo todo. Como buen hombre de teatro, Surkov, pone en escena una comedia de equívocos en la que nada es lo que parece y cuesta discernir los hechos reales.

Su otro gran aporte para Putin y puede que hoy esa sea su gran tarea fuera de la vida pública rusa, es la conocida como “guerra no lineal” de la que también parece ser autor. Cuando en Siria estalla el enfrentamiento entre la dictadura de Bachar el Asad y el Estado Islámico, Occidente se alinea para bombardear todos los focos del terrorismo islamita. Moscú, inesperadamente, interviene de manera intermitente en apoyo de El Asad pero sin significarse, con lo cual se torna difícil armar su marco estratégico. Esa confusión es una creación de Surkov, quien, puede que esté detrás, hoy más que ayer, del guion ruso en Ucrania.

En una entrevista al semanario francés L’Express en marzo de este año, aseguró que “Rusia se expandirá en todas las direcciones, hasta donde Dios quiera”. Con menos fervor pero no menos intimidación, augura que observa que las proporciones de libertad y disciplinas de los sistemas políticos de Rusia, Estados Unidos y Europa convergerán si se atiende a su capacidad de supervivencia “frente a una presión demográfica insoportable procedente del sur”. 

Como es de esperar, no admite abiertamente que Trump –y podríamos sumar la máquina de propaganda del Brexit– copió su metodología de comunicación para ganar el poder y conservarlo, pero, como creador y teórico de la “democracia soberana”, rescata las confluencias entre el Washington del MAGA y el Moscú de Putin: el futuro no es de los globalistas sino de los patriotas; “si amas la democracia, aférrate a la soberanía”. ¿Dónde está Trump? Cerca de Putin, afirma: no lo ve junto a Macron.

Peter Pomerantsev aparca por un momento a los clásicos rusos y relee a Shakespeare, a quien siente muy cerca de las intrigas del Kremlin y de Moscú. Nos dice, como sabemos, que Hamlet, finalmente termina con el triunfo de Fortinbras, el príncipe heredero de Noruega, que se apodera de Dinamarca. Pero, ¿y si todo ha sido una intriga impulsada por él? ¿Acaso sería el verdadero protagonista de la tragedia? ¿Los actores llegan para confundir a Hamlet? Moscú para Pomerantsev, no sin razón, es un sitio shakesperiano: espías envenenados, barones burócratas y oligarcas exiliados que planean revoluciones desde el extranjero y muchos encarcelados en la Torre. ¿Es Putin un Fortinbras? Lo que sí sabemos es que Vladislav Surkov se declara shakesperiano y que su novela, un best sellerAlmost Zero que firma con pseudónimo gira en torno al príncipe de Dinamarca.

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