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Abdicar después de la derrota electoral

José María Calleja

El anuncio de la abdicación del rey, tan pegado a los resultados electorales que castigaron severamente al PP y al PSOE en las últimas europeas, hace inevitable relacionar ambos hechos.

Cuando se escribe en el periodismo, y cuando se escriba en la historia, sobre la abdicación de Juan Carlos I, es y será imposible no hacer referencia al hecho temporal inmediato anterior: el batacazo de los dos partidos mayoritarios y la emergencia de partidos de izquierda que ponen en cuestión y dan por clausurado el sistema político que pervive desde la Transición.

La convocatoria por parte de IU, Podemos y Equo de una concentración hoy mismo en la Puerta del Sol, escenario del 15-M —y también de celebraciones republicanas el siglo pasado—, nos habla de una efervescencia política, de una ola en la que hay quien cree que todo es posible, aunque luego no lo sea.

Cuando empezó a plantearse, hace meses, la posibilidad de que el rey abdicara, hubo quien sostuvo que de la abdicación a la petición de referéndum para que los españoles decidieran entre Monarquía o República, podía haber solo un paso.

Los que han decidido que el rey anunciara hoy su abdicación han hecho un gran favor a ese movimiento emergente que quiere superar el bipartidismo y poner una República en nuestras vidas.

La renuncia del rey llega después de una caída en picado de su imagen entre los españoles, que contrasta con el apoyo del que gozó, sobre todo, después del intento de golpe de estado del 23-F, en el 1981.

La abdicación llega después de un deterioro físico evidente y cuando los escándalos de corrupción, en conjunción con una crisis económica elefantiásica, han quebrado a la institución.

Quizás el rey tendría que haber renunciado hace tiempo, cuando no tenía tan achicados los espacios de maniobra, y no después del batacazo para el PP y el PSOE del 25-M.

Entramos en una nueva etapa en la política española, de euforia republicana y de puesta en cuestión del sistema bipartito.

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