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Del aforamiento exprés y la transparencia de la casa real

Odón Elorza

Diputado socialista por Gipuzkoa —

No me sorprende que la preocupación central para muchos ilustres cortesanos tras la abdicación y la sucesión real se sitúe en torno a la nueva situación del rey padre. De ahí que quienes dedicaron muchos días a lanzar alabanzas sin límite a la labor de un rey que abdicó apresuradamente, busquen ahora su aforamiento exprés de cualquier manera, como si algún grave riesgo que se me escapa pudiera acecharle.

Pero quienes estamos más preocupados por fortalecer el debilitado sistema democrático y por la aplicación del principio de control y rendición de cuentas, nos preguntamos si no resultaría obligado que la casa real modificara actitudes e inicie un comportamiento de verdad transparente y ejemplar. Empezando por declarar sus bienes y patrimonio en este nuevo ciclo de regeneración política. Porque frente a la legión de firmas que con su complacencia monárquica han impedido cualquier reflexión crítica para mejorar el funcionamiento de la monarquía yo me quedo con aquella expresión de sabiduría de Séneca: “Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”.

Si los políticos debemos rendir cuentas de nuestro patrimonio al inicio y final de cada mandato, por quė razón no tendría que hacer lo mismo la familia real. En el caso de Felipe VI y por razón de su cargo, “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”, según recoge la Constitución que le exime de esa práctica.

Pero muchos consideramos que existe en un país sensibilizado por la corrupción la obligación moral de hacer una declaración ejemplar de todos sus bienes, como cualquier ciudadano, para acercarse al principio de igualdad del artículo 14 de la Constitución. En cambio, sí parece claro que el rey padre, a partir de su abdicación, habrá de declarar toda su fortuna y su localización. Hacerlo sería, en ambos casos, un gesto de ejemplaridad, transparencia y normalización democrática que la ciudadanía agradecería y que prestigiaría la monarquía si, además, impulsa la reforma constitucional.

Por tanto, ¿es acaso disparatado pedir que el rey saliente y el entrante hagan una declaración pública de su patrimonio con detalle, como corresponde a un jefe de Estado y reconociendo que Felipe VI no está legalmente obligado? ¿Pero no habló, precisamente, el nuevo rey de ética, ejemplaridad y transparencia en su discurso con ocasión de la proclamación? Me parece que sería un acto político de coherencia para reforzar la credibilidad de ambos como representantes de una monarquía parlamentaria, en el marco de una democracia que debe superar, con el esfuerzo de todos, el reto de su perfeccionamiento.

Sobre el aforamiento que se pretende para una parte de la familia real expreso mi discrepancia al entender que sólo podría darse por razón de ostentar un cargo, algo que ya no sucede. De modo que blindados los actos refrendados durante los pasados 39 años por su anterior inviolabilidad, ahora no debiera gozar de una protección tan especial.

Frente a quienes quieran acusar a esta postura de contradictoria y cínica, les aclararé que el 20 de junio de 2013 ya voté en el Congreso a favor de reformas legales para eliminar supuestos de aforamiento a políticos en base a una moción transaccionada entre IU y UPYD que decía: “El Congreso de los Diputados insta al Gobierno a abordar, en el proceso de reforma constitucional y de la normativa vigente, la revisión de todos y cada uno de los supuestos de aforamiento que se han reconocido a través de distintas leyes. Los casos de aforamiento que pervivan se limitarán a aquellos hechos relacionados con el ejercicio de las funciones propias del cargo”.

Luego vino el expediente y la sanción que me aplicó el PSOE por romper la sagrada disciplina de voto, en parte como consecuencia de la retirada a última hora por parte del grupo socialista de la enmienda de posicionamiento que habíamos preparado. La dirección señaló el voto de abstención al moderado texto que arriba cito.

Menos mal que estos días mi conciencia se tranquiliza al leer declaraciones entusiastas de candidatos a la secretaría general favorables a revisar y reducir los aforamientos. En fin, mejor no sigo aunque tenga que alegrarme del cambio de posiciones. Ya no me siento ni solo ni apestado.

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