Andalucía y Asturies: dosis de realismo
Somos realistas. Sabemos que no caben soluciones sencillas a problemas complejos y que un adversario poderoso debe ser combatido con medios poderosos. La honda de David contra Goliat se la cedemos, con mucho gusto, a quienes solo aspiran a perder batallas con el orgullo intacto.
Nos gusta ser realistas. Por puro y simple realismo, sabemos también que los grandes cambios sociales y políticos son inseparables de movimientos de masas y deben más al esfuerzo colectivo y al trabajo ingrato e invisible que a las pullas dialécticas y a los juegos de tronos. En la Europa de Merkel y Hollande no hay la opción de jugar a la chica. Para revertir las políticas de austeridad no bastan palabras bellas transmitidas por streaming.
El rápido crecimiento de Podemos a partir de mayo de 2014 se debe a dos factores interdependientes: el efecto llamada producido por un éxito fulgurante al que las izquierdas no estaban acostumbradas y la labor de zapa realizada por los miles de círculos repartidos por todo el estado español. Es más que probable que estos últimos no hubieran funcionado si Podemos llega a sacar 20.000 votos en lugar de 1.200.000. De igual modo, ni el efecto amplificador de todas las televisiones del mundo habría conseguido multiplicar ese millón y pico de votos, de no ser por el trabajo en la calle, y en las redes sociales, de miles de simpatizantes y militantes anónimos organizados. Sin bases no hay paraíso. Ni se asaltan los cielos.
Pablo Iglesias y su equipo leyeron correctamente el mapa: en la década de 2010 es imposible ganar unas elecciones sin utilizar la televisión, sin dominar las reglas de la sociedad del espectáculo. También intuyeron que la formación de cuadros y la selección de representantes y técnicos para un futuro gobierno popular requería el debate cara a cara en cada ciudad, en cada barrio y en cada pueblo. A partir de esas premisas, fue tomando cuerpo una máquina política diseñada para vencer, no para ser tercera o cuarta fuerza en el momento de mayor desgaste del bipartidismo.
Por eso no se entiende que, cuando ya hay tierra a la vista, esa máquina política renuncie a funcionar a todo gas. Es cierto que los círculos no tienen hoy la vitalidad y la importancia de hace un año. Es lógico que así sea, habida cuenta de que Podemos ya dispone de unas estructuras orgánicas democráticamente elegidas que sirven, entre otras cosas, para descargar a los círculos de parte de sus funciones. Pero esas estructuras orgánicas nacieron a partir de los círculos, en la cercanía, y sin perder de vista los problemas y las soluciones espontáneas de las colectividades. Por eso sería igualmente plausible que la confección de las listas al Congreso de los Diputados se hubiera hecho también siguiendo ese modelo.
En las últimas elecciones municipales y autonómicas, Podemos obtuvo nueve escaños en la Junta General del Principado de Asturias (19% de los votos), y algunas de las candidaturas de unidad popular impulsadas por militantes de los círculos se convirtieron en llave o fuerza de gobierno municipal en Uviéu, Llangréu, Villaviciosa o Llanera. Hace un año, la implantación de Podemos en Asturies se reducía a las tres ciudades más pobladas (Uviéu, Xixón y Avilés), más un puñado de microcírculos en algunas villas y núcleos más reducidos. No se habría salido de ese nicho originario si no se hubiera construido un discurso propio, pegado a la realidad asturiana, donde miles de militantes y votantes potenciales pudieran verse reconocidos. Nadie conoce mejor la realidad de un lugar que quien la vive: no son los militantes de Podemos de las grandes ciudades los que tienen que enfrentarse a diario con las complejidades de la cuota láctea, ni son los habitantes del interior los que mejor conocen el deterioro de las zonas costeras. Así se diseñó Somos Asturies, una arquitectura específicamente asturiana para Podemos en el Principado. Un edificio al que se fueron incorporando miles de personas en tiempo récord y que está en la base de que Podemos Asturies pudiera hacer una campaña electoral con pocos medios pero grandes fines: construir un bloque del cambio alternativo a tres décadas de hegemonía de un PSOE que no deja de ser protagonista de escándalos de corrupción (del caso Marea al del puerto del Musel, pasando por el de la fortuna oculta de 1,4 millones de euros del ex sindicalista minero y diputado socialista José Ángel Fernández Villa).
En Andalucía, en el mes de marzo, mientras los grandes medios de comunicación descargaban su artillería contra Podemos por el “caso Monedero”, la candidata Teresa Rodríguez recorría las plazas con una verdiblanca atada a su muñeca, apelando al orgullo de la Andalucía rebelde, a fechas grabadas en las mentes de los andaluces como el 4 de Diciembre de 1977 o el 28 de Febrero de 1980, o rescatando de la memoria histórica a Blas Infante o al joven Manuel José García Caparrós. No era una mirada nostálgica al pasado; era la denuncia de una autonomía política secuestrada por un partido, el PSOE, que ha convertido las instituciones andaluzas en su cortijo. Ese discurso caló hondo, y lo hizo porque las consecuencias de vivir en el “cortijo andaluz” son evidentes: paro, marginación, dependencia y subdesarrollo. Podemos Andalucía consiguió tensar el régimen andaluz hasta obligarlo a apoyarse, para mantenerse, en el “recambio”: Ciudadanos. Al igual que en Asturies, en Andalucía hay que mirar a los ojos al PSOE y decirle que tiene un problema estructural con el clientelismo y la corrupción. No son palabras bonitas y no les gusta oírlas, pero son necesarias, porque sin afrontar esos problemas no habrá salida de la crisis.
El proceso no es fácil. Para combatir la implantación hegemónica del PSOE andaluz, hizo falta el acuerdo de los dos principales sectores de Podemos, más la suma de Equo y la CUT, y aun así solo se llegó a los 15 diputados. En Asturies, hubo una amplia participación de activistas de movimientos sociales, pero faltaron 40.000 votos para lograr la victoria. Por eso creemos que para las elecciones estatales hay que sumar y no restar (en Andalucía, Equo, por ejemplo, no participará, y no hay nadie del sector de Teresa Rodríguez en estas primarias). Esto es un retroceso y las matemáticas no fallan: sin Andalucía las elecciones no se ganan. Es un hecho.
Debemos tener claro que tumbar la hegemonía del PSOE en Andalucía y Asturies no puede hacerse utilizando las mismas claves que en otros territorios del Estado o las que sirven para ‘conquistar’ Madrid. Es necesaria la apertura a otros agentes sociales, enraizar los procesos en el territorio e incorporar las especificidades asturianas y andaluzas para que el cambio impregne desde el Cabu Peñes, al Norte, hasta el Sur en Tarifa.
Somos parte de los que sufrimos esos “dolores” de los que hablara Blas Infante, dolores que han vivido en carne propia jornaleros andaluces y mineros asturianos durante décadas. Somos parte de quienes se opusieron a los que han hecho de la política un arte para el engaño, la mentira, la corrupción y la defensa de unos intereses económicos que quieren hacer pasar por los de todos. Si desde el principio Podemos comprendió que las soluciones no saldrían de negociaciones en despachos sino de compromisos con los pies en la tierra, no hay razón para cambiar de ruta justo ahora que estamos llegando a puerto. No es el momento de renunciar a lo que somos. Seamos realistas.