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Andrés Iniesta: un bailarín en un mundo de gladiadores

Iniesta rodeado de jugadores italianos en un partido de la selección, en 2012

Felipe G. Gil

Iniesta se marcha. Es una gran noticia para los que somos seguidores del Madrid. Por fin se va el tipo que junto con los Xavi, Piqué, Busquets, Messi y Guardiola nos hizo la vida imposible mientras nosotros nos veíamos obligados a venerar la ideología macarra del mourinhismo. Lo que ocurre es que Xavi, Piqué o incluso alguna vez Messi (aún recordamos cuando éste pegó un balonazo a la grada del Bernabéu en medio de un lance de juego y luego puso cara de no haber roto un plato en su vida) sí han ejercido de villanos en el show mediático del fútbol. Iniesta no. “Soy admirador suyo. Iniesta es del fútbol”, decía hace unas horas Zidane. A Iniesta lo queremos hasta los madridistas. Pero, ¿por qué?

Muchas personas detestan el fútbol. Es comprensible. Es un espectáculo multimillonario donde algunos evasores fiscales muy alejados del salario mínimo interprofesional ‘hacen las delicias del respetable’. Los jugadores se han convertido en pequeños tablones de anuncios andantes y en ocasiones cuesta distinguir los valores que hacen de verdad que este deporte tenga una penetración social tan profunda y transversal. De hecho, si hiciéramos una traslación de lo que podría representar Andrés Iniesta socialmente, más de una persona sospecharía. No molesta a nadie, ha sido aplaudido en todos los campos de España. Genera consenso.

“No me fío de los que nunca han roto un plato”, me decía ayer un amigo. “No vayas a decir que la discreción mola porque de ahí a elogiar a los curas hay un paso”, me decía otra. “Se va a China a vender su vino y la falta de discusión sobre su figura se parece mucho a la de la Cultura de la Transición”, apostillaba un tercero. Al final, parte de esa desconfianza tiene sus fundamentos ¿O cuántos futbolistas se han mojado con la sentencia de “La Manada”? ¿Hasta cuándo vamos a soportar que el fútbol viva tan de espaldas a lo que ocurre socialmente en nuestro país y solo se hagan notar en actos caritativos puntuales y no se impliquen en cambios sistémicos? Menos mal que hay deportistas como Mikel San José o como Irene Paredes que sí lo hicieron. Y aún con estos argumentos, Iniesta podría salir indemne, victorioso, como cuando se zafaba en un regate de 3 o 4 contrarios a la vez. Y de nuevo nos podemos preguntar… ¿por qué?

Entre otras cosas, por el gol del mundial. Ese gol junto con el que marcó en Stamford Bridge en 2009 son de los dos momentos más emblemáticos en la carrera de Andrés Iniesta. Ambos tienen varias cosas en común y explican por qué incluso un madridista como yo quiere a Iniesta y está apenado con su marcha. En primer lugar, porque dentro del microcosmos del fútbol, ambos goles fueron la victoria de un tipo de fútbol sobre otro. Tanto el Chelsea como Holanda habían decidido plantear partidos muy tácticos y muy físicos. En el caso de Holanda además fue sonada la dureza con la que se emplearon. Iniesta y esa generación de futbolistas han representado otra forma de jugar: al toque, buscando el gol y no esquivándolo. En ambos casos propiciaron una de esas imágenes de euforia desatada que solo el deporte puede dar. Un gol en los últimos minutos es lo único capaz de generar tal nivel de jolgorio y ver a un equipo entero corriendo para celebrarlo en la esquina, cuerpo técnico incluido. Esa imagen de un grupo de chavales apelotonándose unos sobre otros para celebrar el esfuerzo conjunto sigue suponiendo la esperanza de que hay algo rescatable en el fútbol. Y en ambos casos, Iniesta era el protagonista. No solo por el gol, sino porque es de esos futbolistas que a pesar de su discreción, hacen equipo. No hay más que ver una vez más el memorable Informe Robinson dedicado aquel mundial para emocionarse una y otra vez, no solo con el gol, sino con cómo un grupo de personas que se comprometen colectivamente son capaces de conseguir algo.

Volviendo al gol que nos dio el mundial, ahí hubo algo más. Un gesto que merece ser rescatado y elevado a la categoría de ejemplar. La camiseta que enseñó Iniesta al meter ese gol. “Dani Jarque, siempre con nosotros”.

Yo he sido futbolista en categorías inferiores. Recuerdo perfectamente planificar lo que iba a escribir en una camiseta que iba debajo de la equipación oficial “por si acaso metía un gol”. De entre todas las frases que pudo escribir a mano, de entre todas las personas a las que se lo podía dedicar, Iniesta elogió a su amigo que había fallecido hacía menos de un año. A un amigo que militaba en el Espanyol, un equipo que es el enemigo deportivo de su club. Tal celebración de la amistad por encima de todo solo puede venir de un buen tipo.

Guardiola siempre decía que Iniesta era ejemplo para la cantera. “Siempre lo pongo de ejemplo para las generaciones del fútbol base. Que se miren en él, no lleva pendientes, no se pinta el pelo, juega veinte minutos y no se queja, lo pongas donde lo pongas no se queja y siempre entrena y juega bien”. Lo curioso es observar que efectivamente, lejos del estereotipo mediático de estrella mundial, Iniesta siempre ha mantenido una sobriedad y una amabilidad que están presentes desde que era pequeño.

Algunas de las personas más jóvenes quizás no recuerden o no sepan que ya en 1995 Iniesta tuvo una aparición sonada en televisión. Por aquel entonces se disputaba en Brunete un campeonato de fútbol 7 alevín que era retransmitido por Canal Plus. Para millennials: era una especie de La Voz Kids pero de equipos de fútbol. Aquel año,un escuálido y blanquito jugador, con el 5 a la espalda y jugando por el Albacete Balompié, encandiló a mucha gente por su forma de jugar. Y además, ya daba muestras de esa forma de ser.

Poco después, Iniesta se fue a vivir a La Masía. La residencia para jóvenes futbolistas del FC Barcelona. A 500 km de su familia, que lo había apostado todo para que el niño cumpliera su sueño. Lo que ocurre es que tras 22 años repletos de éxitos y en una despedida del deportista y la persona, sería muy fácil encarnar en ese sueño un modelo de vida. Y ese modelo suena demasiado al american way of life. Desde luego tiene los ingredientes: niño de familia poco pudiente que lucha y termina siendo una estrella mundial del fútbol. Pero luchar no siempre es suficiente y el deporte de alta competición es muy cruel. Por cada gran estrella que llega hay miles de futbolistas que se quedaron en el camino. Y si no que se lo digan a Jonathan Valle.

Con 11 años Jonathan deslumbró en el mismo torneo de Brunete de 1996. De hecho y a diferencia de Iniesta, Valle sí ganó el campeonato con el Racing de Santander. Y eliminó al Albacete en semifinales. Pero toda su carrera posterior ha sido poco exitosa para lo que parecía que podía ser. A Joni, como se le conocía, lo ascendieron al primer equipo del Racing con tan solo 14 años. Se esperaba todo de él. Y la presión era demasiada, tal y como él mismo contó a Líbero. “Salía con tanta presión al campo, con tanto nerviosismo, que no me dejaba disfrutar. Igual algún balón muy fácil, que me lo dabas de pequeño y con los ojos cerrados te lo pisaba, ahora lo perdía”. No hay que buscar ninguna magia negra para explicar por qué unos futbolistas llegan y otros no. La diferencia salarial entre los futbolistas del Madrid y del Barça, o los de Primera División con Tercera División o ya no digamos entre fútbol femenino y fútbol masculino, hace que el porcentaje de las personas que llegan sea ínfimo. Eso genera un sistema que mete muchísima presión a familias que lo apuestan todo “para que sus hijos lleguen”. Y esa presión destruye a muchos. Iniesta en ese sentido, ha sido un afortunado.

Este viernes yo tenía una reunión de equipo en el trabajo. Uno de mis mejores amigos y compañero me avisaba de que estaba siendo la rueda de prensa de despedida de Iniesta. Paramos la reunión y la pusimos en Youtube. En medio del silencio y de varias personas escuchando con atención, conmovidas por sus lágrimas, de nuevo volvía a preguntarme por enésima vez. Pero, ¿qué tiene Iniesta? ¿Por qué genera este consenso? Y como en el fútbol que él ha representado, lo lógico es arriesgarse. Lo lógico es atacar. Buscar el hueco. Así que allá vamos.

“Si en vez de Andrés se hubiera llamado Andresinho ya tendría dos balones de oro”, decía ayer Sergio Ramos. En este contexto donde realmente es muy confuso saber qué significa formar parte de España, Iniesta representa una ética del trabajo que es transnacional. Es un obrero del fútbol. Y así como los obreros del fútbol de la España de 1996 era La Furia. Eran los Hierro, Abelardo o Alkorta, los de “echarle cojones”, los del “patapum-parriba” de Clemente. En la España de 2018 son los Silva, Isco o el propio Iniesta. Una generación que ha cambiado para siempre la forma que tenemos de entender el fútbol. Que han instalado en el imaginario colectivo que ‘ser español’ a través del fútbol no implica garra y pundonor, sino otras cosas como técnica y sincronización. Y ese paso de un mundo de gladiadores a un mundo de bailarines quizás sí tenga otros efectos sobre nuestras identidad colectiva que aún estamos por descubrir.

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