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Aniversarios: el presente extenso

Ada Colau, Oriol Junqueras y Javier Pacheco, líder de CCOO en Catalunya, en la iglesia de Sant Agustí de Barcelona, donde se conmemoró el 50 aniversario de la Assemblea de Catalunya. EFE/Alejandro García

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Este pasado fin de semana, el colega, y a pesar de ello buen amigo, Fernando Vallespín disertó sobre la idea de fatiga democrática en una sesión celebrada en Barcelona, organizada conjuntamente por Ideograma y la gente del Máster de comunicación Política de la Universidad de Navarra. Una de las múltiples y brillantes ideas que fue desgranado Vallespín se refería al tema de la relación entre pasado, presente y futuro. Más allá de las dificultades para pensar en un futuro que no sea visto como amenaza, y, por tanto, la necesidad de preservar el presente con todo lo de conservador que ello conlleva, argumentó que el presente cada vez se vuelve más extenso. De tal manera que vamos alargando hacia atrás nuestro presente, incorporando cada vez más un pasado que, gracias a Internet y a la capacidad de archivo y conservación que implica el mundo digital, está constantemente disponible.

No hay día en que no celebremos o en que podamos celebrar algún acontecimiento que ocurrió hace diez, veinte o cincuenta años. Somos capaces de tener a todo el pasado dentro de nuestro presente, y, evidentemente, buscamos en el pasado aquello que nos permita justificar o reforzar lo que defendemos en ese presente incierto y amenazante. Las cosas del pasado no han acabado de pasar. Siguen estando aquí, ya que la propia dificultad de saber hacia dónde vamos nos empuja a buscar asideros en el pasado. Aprender de la historia no es nunca un proceso en una sola dirección. Aprender acerca del presente a la luz del pasado quiere también decir aprender del pasado a la luz del presente. La función de la historia es la de estimular una más profunda comprensión tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca.

Todo ello viene a cuento con relación al constante uso del pasado que cada quién utiliza a su manera para justificar lo que le interesa en este presente incierto. El pasado domingo 7 de noviembre, era el cincuenta aniversario de la primera sesión de la que se conoció como “Assemblea de Catalunya”. Un organismo unitario del antifranquismo catalán que logró reunir bajo un sintético y escueto programa de cuatro puntos a una parte muy importante de la sociedad civil catalana de aquella época, junto con las principales fuerzas políticas más o menos organizadas de aquel entonces. Desde los democristianos a las diversas familias del comunismo, pasando por socialistas, socialdemócratas, nacionalistas o independentistas, amén de sindicalistas, universitarios, comerciantes y representantes de colegios profesionales. Más tarde aparecerían espacios similares en el resto de España, como la Junta Democrática (1974) o la Plataforma de Convergencia Democrática (1975), que finalmente convergieron en Coordinación Democrática, más conocida como Platajunta (1976). La diferencia entre estas instancias de coordinación entre fuerzas antifranquistas y la Assemblea de Catalunya, es que, en esta última, no solo estaban ni principalmente las fuerzas políticas, sino que pretendía ser y en buena parte era, un espacio de la sociedad civil catalana organizada en torno a puntos básicos: libertad, amnistía, estatuto de autonomía y coordinación con el resto de pueblos y fuerzas democráticas de la península.  

El pasado día 5, el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, y la Presidenta del Parlament de Catalunya, Laura Borràs, organizaron un acto en la sede parlamentaria, anticipándose así al que prepara el gobierno de la Generalitat para este miércoles día 10 (lo que puede ser una muestra más de la enconada lucha por asumir el liderazgo del conglomerado independentista). Por lo que cuentan algunos de los que asistieron al acto, la selección de los hechos y la interpretación sesgada de los mismos, propiciaban una conexión directa entre la razón de ser de la Assemblea con la perspectiva actual de una parte del independentismo actual, en un alarde de presentismo y desfiguración histórica notable. Es obvio que siempre se está haciendo historización del presente, y cada quién desde su perspectiva, trata de conectar lo que hoy ocurre con aquello más o menos lejano que puede ayudar a legitimar o justificar mejor lo que defiende. Pero conviene no ir más allá de lo razonable para no acabar convirtiendo cualquier hecho histórico relevante en algo de usar y tirar.

Esos cincuenta años transcurridos desde la histórica celebración de la Assemblea permiten muchas lecturas distintas. Desde el sindicato Comisiones Obreras se celebró la efeméride con un acto en la propia iglesia de Sant Agustí, en el Raval de Barcelona, reivindicando el importante papel de los sindicalistas y de la clase obrera en aquella constitución y en sus desarrollos posteriores. Este miércoles, en la Generalitat se abordará la celebración desde otra perspectiva, y es probable que otras convocatorias busquen ofrecer otras miradas. Lo que me parece más preocupante es cuando se utilizan las instituciones representativas de toda una comunidad para tratar de sesgar lo que sin duda es patrimonio de todos. La memoria de los grupos, las formas colectivas de la memoria, pública o no, se utilizan, sobre todo, para ordenar el pasado. Y aquí lo que está en juego es la significación del antifranquismo como expresión colectiva que en aquellos años finales del régimen adquirió una magnitud y una transversalidad muy importantes.

No quiere con todo ello decir que la historia esté exenta de interpretación. No podemos otorgar un sentido definitivo a cada acto de la historia. La historia carece de significado en un mundo estático. La misma esencia de la historia es precisamente su constante capacidad de ser reinterpretada, repensada. Pero, sin alterar hechos y datos suficientemente contrastados. Esta selección constante entre lo aún vivo y lo ya muerto del pasado histórico, es de hecho la base de cualquier política activa, pero no puede estar sujeta al capricho. Si se fragmenta la totalidad de un hecho histórico, se aísla del conjunto, se desconecta de las causas que lo motivaron y de las consecuencias que generó, si se construye un nexo arbitrario entre ese acontecimiento y el presente, ya no hay un terreno firme en el que fundamentar nada, y se acaba justificando lo que constituye la necesidad política de cada momento. 

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