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Cuatro años para repensar, resistir y actuar

Manuela Carmena y Ada Colau

Carmen Castro García

De las posibles lecturas que arroja el saldo electoral del 26M, me voy a detener en algunas de las cuestiones que marcarán cambios de rumbo.

Uno de los ecos que resuena con contundencia tras las constitución de las corporaciones locales en esta nueva legislatura es la perspectiva de tener por delante cuatro años para repensar, empezando por las reglas de cálculo y la aritmética más básica. Parece mentira que la estrategia del 'divide y vencerás' se haya colado poniendo fin al paréntesis abierto en algunas ciudades. Me pregunto de qué nos sirve tanta cabeza pensante, capacidad intelectual y analítica si a la hora de la verdad son los egos y, en gran medida, los pulsos de testosterona los que marcan las direcciones políticas abocando el pretendido desborde del progreso social hacia las profundidades del abismo. Esto no es una provocación para regodearnos en las expectativas frustradas, ni mucho menos intentar hacer leña del árbol caído; se trata de compartir el convencimiento de que se impone una profunda revisión de los criterios, procesos y pautas de comportamiento con los que se ha pretendido alcanzar incidencia política. Sería deseable que dicha revisión abandone la épica y cualquier atisbo de gesta heroica que quede por ahí, dejándose contagiar de la articulación de sinergias creadas desde la inteligencia colectiva.

En estos días recuerdo con intensidad una conversación que tuve hace un par de años al respecto del proyecto ilusionante de una de las auto-proclamadas ciudades del cambio, de la evaluación de las dificultades encontradas para diluir las inercias institucionales de un engranaje, en general, excesivamente burocratizado y con gran aversión al cambio. Ya entonces me alertó que la prioridad de la atención estuviese puesta en la capacidad de gestionar mejor. No se confundan, soy una convencida defensora de la aplicación de criterios éticos y sostenibles en el funcionamiento, contratación y compra pública; sin embargo, me invade la certeza de que gestionar mejor la desigualdad no es necesariamente lo mismo que avanzar en igualdad, ni se traduce siempre en una percepción de mejora de las condiciones de vida ni de que esta llegue de manera directa y ágil a la ciudadanía.

Sin duda, el saneamiento de las cuentas públicas, la mayor transparencia y la rendición de cuentas han sido algunas de las grandes mejoras aportadas por la gestión política de los ayuntamientos del cambio de la pasada legislatura; aunque ello no en todos los territorios se ha visto refrendado en las urnas con la contundencia y confianza que hubiera sido precisa para continuar con proyectos políticos de transformación y justicia social. Salvando excepciones como València, Cádiz o incluso Barcelona, el resto de tableros municipales se han movido de tal manera que anuncian giros importantes en las prioridades de las políticas municipales.

Se inicia un cambio de ciclo, con alianzas y pactos que, en muchos casos, van a significar una quiebra del sentir democrático. La ultraderecha se sienta en el gobierno de Madrid y su toxicidad con seguridad será muy similar a la que ya infecta al parlamento y gobierno andaluz. Quién va a rendir cuentas ahora por la tremenda irresponsabilidad con la que algunos medios de comunicación y partidos políticos han ido normalizando los discursos, presencias y cuotas de poder de la ultraderecha –explícita– en este país.

Toca resistir, como siempre y aún más. Toca defender los avances y derechos que creíamos conquistados y toca, ante todo, articular alianzas y pactos estables para conseguir frenar este neofascismo que ya ha contaminado los discursos políticos y viene cargado de neomachismo y de odio visceral, a las mujeres y demás alteridades que representen cualquier otra manera de entender y vivir la vida fuera de las normas del estatus quo supremacista, extractivista y patriarcal.

Creo que hemos de poner en valor las estrategias de resistencia feminista y denunciar continuamente las desigualdades estructurales y específicamente las desigualdades de género en sus múltiples aspectos socioeconómicos y de violencia patriarcal tan conectada con el capitalismo neoliberal y las formas de explotación sexual y reproductiva con las que mercadea.

Aún estamos pendientes de que se constituya el gobierno del Estado y de saber si, cuando acaben de deshojar la margarita, podremos considerarlo un aliado en este frente común de resistencia; por de pronto, lo que cada vez se hace más evidente es la urgente tarea de construir alternativas ecosociales y feministas al sistema económico dominante.

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