La ansiedad cambia de bando
La denuncia era falsa, sí. La homofobia, el racismo, la xenofobia y los discursos del odio al diferente son una realidad que por desgracia habita entre nosotros. Está en las estadísticas y está en un país como el nuestro, que ha sido referente indiscutible en el reconocimiento de derechos civiles. Todo lo que se pueda escribir sobre el joven que denunció el pasado domingo una agresión falsa con motivación homófoba ya se ha dicho. No es necesario insistir más en las consecuencias que esta truculenta historia tendrán para él y para el colectivo LGTBI, porque hay partidos empeñados en negar la evidencia y en utilizar cualquier atajo o mentira para la estigmatización y el descrédito de algunos colectivos. Lo han hecho con el feminismo, con los inmigrantes, con los trans, con los menores no acompañados y ahora de nuevo con los homosexuales. Vox ya ha utilizado el caso Malasaña como excusa para justificar su rechazo a las leyes LGTBI y afirmar que el aumento de agresiones que refleja la estadística responde a una pérdida de valores sociales, y no al discurso del odio.
Y sobra también recordar otra vez que la Policía desde el primer momento llamó a la prudencia de los medios que se interesaron por el caso del joven de Malasaña que declaró ser víctima de una agresión por un grupo de siete encapuchados a plena luz del día y al que supuestamente le habían marcado con un cuchillo en un glúteo la palabra maricón. Nuestro compañero de elDiario.es Pedro Águeda, el primero en dar cuenta de la investigación, lo puso negro sobre blanco en su pieza. No se entiende así que los investigadores alertaran pasadas las horas a los periodistas de las dudas que les suscitaba la declaración del denunciante y que no hicieran lo mismo con el ministro del Interior para que éste a su vez avisara al presidente del Gobierno de que no anticipara conclusiones.
Marlaska se lanzó al micrófono con un entusiasmo declarativo que venía a compensar sus habituales silencios informativos. El presidente convocó con urgencia la comisión de seguimiento de los delitos de odio que, dicho sea de paso, no creyó conveniente convocar ni tras el asesinato grupal con clara motivación homófoba a Samuel Luiz este verano ni cada vez que se ha hecho viral una paliza a un inmigrante colombiano en el metro. Y la izquierda en general aprovechó para buscar la incomodidad de la ultraderecha de Vox y hacer pedagogía de país sobre las consecuencias de la legitimación de determinados discursos.
Si la política y el periodismo no fueran un campo de batalla en el que todo se instrumentaliza y se traslada a la arena partidista con tal de atizar al enemigo -que no adversario-, nada de esto hubiera ocurrido. Se hubiera esperado a conocer las conclusiones de la Policía, que ha tardado, por cierto, sólo 72 horas en llegar al fondo del asunto. El Gobierno se precipitó porque vio en este caso una oportunidad para romper el marco informativo de la subida de la luz, atizar a Vox y quizá para izar de paso una bandera en defensa de un colectivo en el que Unidas Podemos le ha arrebatado la hegemonía política con la aprobación de la ley Trans. Se equivocó, sin duda. Vox no tardó en volver a mostrar su verdadero rostro al amenazar a periodistas y políticos.
Lo que queda después de todo ello es que la política vive en estado de ansiedad permanente y que quienes la orbitan no se conceden un solo segundo para la reflexión ni para el diseño de una estrategia serena. Todo se hace a golpe de tuits y de frases ocurrentes en busca de la conquista del titular del minuto siguiente. Esta vez parece que la ansiedad y la excitación permanente que el Gobierno atribuye a Casado en su labor de oposición ha cambiado de bando y ha contagiado al ministro Marlaska.
El periodismo en general y la ciudadanía, en particular, agradece que la estrategia informativa del Gobierno haya pasado de no estar nunca disponible a estarlo 24 horas los siete días de la semana. Debería, eso sí, cuidar la precipitación en asuntos de tanta trascendencia como el que nos ocupa. Ni la realidad puede borrar una denuncia falsa ni la sobreactuación ayuda a poner frente al espejo de sus discursos homófobos a quienes niegan los derechos del colectivo LGTBI, desde el matrimonio homosexual a la adopción, pasando por la visibilidad en las escuelas.
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