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Aprobar en antifascismo

Concentración este domingo en la Puerta del Sol en repulsa por el asesinato de Samuel Luiz

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Este domingo en la Puerta del Sol se manifestaron de nuevo cientos de personas para clamar justicia ante el asesinato de Samuel Luiz. Una de las consignas que más se repitió fue: “Aquí estamos los antifascistas”, todo un acierto, porque el fascismo, la homofobia, el machismo y el racismo están unidos por el mismo hilo.

Decía este lunes en una entrevista el actor y escritor Carlos Bardem que “la extrema derecha o la derecha extrema o el extremo centro constitucionalista siempre usan como descalificativos la superioridad moral de la izquierda. Sí, efectivamente, yo soy superior moralmente a cualquier fascista, y a cualquier machista y a cualquier homófobo y a cualquier racista, y si no lo fuera me preocuparía mucho”. Y proseguía: “Aquí sería bonito tener un amplio debate sobre el papel de los medios en blanquear a este tipo de gentuza”.

Es pertinente mencionar el papel de los medios, porque desde algunos de ellos se han normalizado discursos de extrema derecha que allanan el camino al odio. No es casualidad que en los últimos años hayan crecido notablemente las agresiones de odio, en algunos periodos hasta un 45%, según datos del ministerio del Interior. En este tiempo se han articulado campañas públicas contra colectivos vulnerables desde diferentes sectores, no solo desde la extrema derecha. Hay espacios mediáticos empeñados en presentar los derechos humanos como algo cuestionable y debatible.

En este contexto resulta sorprendente que surjan voces empeñadas en señalar a quienes piden que se investigue el componente homófobo en el asesinato de Samuel. Son las mismas voces que callan cuando otros niegan el ingrediente de odio en dicho crimen. Ponen pegas a la existencia de la homofobia en este caso y para ello argumentan que no hay datos suficientes aún para determinar nada. Si, como dicen, no hay datos suficientes, cabe preguntarse cómo están tan seguros de que no hubo componente homófobo en un linchamiento colectivo donde sonaron como insultos “maricón” y “maricón de mierda”.

Su argumento es similar al de aquellos que afirman que no se puede determinar el componente de violencia de género en asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas. O a quienes estos días ridiculizan en territorio británico las advertencias -basadas en datos reales y contundentes- sobre el aumento de la violencia machista cuando Reino Unido juega un partido de fútbol y más aún cuando lo pierde.

Para defender su posición y acallar las advertencias contra la homofobia algunos se aferran a interpretaciones de las leyes, con voluntad de excluir del debate público a todas aquellas personas que no sean juristas. Por esa regla de tres solo una élite perteneciente al mundo del derecho podría pronunciarse sobre algunos de los problemas sociales más graves de nuestra sociedad, cuando lo cierto es que demasiado a menudo vemos más formación en derechos humanos en la sociedad civil que en el mundo de la judicatura. El papel actual del Poder Judicial es buena prueba de ello.

A lo largo de la historia la sociedad ha marcado muchas veces el camino al poder legislativo, señalando los problemas colectivos y reclamando soluciones en forma de nuevas leyes. Hace años el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual estaban prohibidos y los inmovilistas abrazaban el argumento de la ley para que nada cambiara. En algunos lugares del mundo el asesinato de mujeres a manos de sus maridos está legitimado si se demuestra que ellas han sido adúlteras. En otros muchos la homofobia no está contemplada como agravante ante un crimen. En todos ellos hay señoras y señores muy solemnes que defienden esas posiciones “porque lo dice la ley”. No les da vergüenza, porque cuentan con un periodismo que les coloca micrófonos dotándoles de prestigio.

Antes de que la ley determinara que ciertos crímenes eran machistas, estos ya eran machistas. Algo no empieza a ocurrir solo porque la ley lo determine. Otra cosa es cómo se ajusta el legislador a los tiempos. Pero no porque lo diga la ley aparecen de repente los delitos de odio.

Si Carlos Bardem fuera un periodista es probable que algunos de sus compañeros ya hubieran afeado sus palabras, tildándole de activista. En algunos círculos del oficio periodístico el blanqueamiento de la banalidad del mal es consentido, normalizado. Por el contrario, la defensa de los derechos humanos es señalada como posicionamiento, en el sentido peyorativo del término. El periodismo necesita muchos más profesionales formados en derechos humanos y dotados de la suficiente valentía para sacar las vergüenzas a quienes miran el mundo desde la impunidad y las alturas. Periodistas que aprueben en antifascismo.

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