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¿Qué es eso de que arranca la temporada de incendios?

FOTO: JCCM

José Luis Gallego

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Esta semana el Gobierno presentaba el dispositivo de prevención y lucha contra los incendios forestales que permanecerá en activo hasta mediados de octubre. Y como cada año, a la hora de recoger la noticia, algunos medios de comunicación no han dudado en recurrir de nuevo a un desafortunado eslogan que a todos los amantes de la naturaleza nos pone los pelos de punta: “arranca la temporada de incendios”.

Como concepto me resulta espantoso y me parece lamentable que algunos diarios sigan recurriendo a él al inicio de cada verano. Porque ¿qué intenta transmitir el periodista al anunciar que arranca la temporada de incendios? ¿Acaso la está comparando con la temporada de rebajas o la de conciertos de verano? ¿Es esa la concepción que tiene de los incendios?

Ningún redactor se atrevería a afirmar que con la llegada del verano arranca la campaña de ahogados o la de accidentes de tráfico. Nos parecería espantoso y totalmente inapropiado. Sin embargo, lo de la campaña de incendios se da por admitido, en plan “a ver cuántas hectáreas arden este año”. Y eso es inadmisible no solo desde un punto de vista informativo, sino ético y moral.

Más allá del debate respecto a si tenemos o no demasiada superficie forestal en España, o sobre la manera en la que se deben gestionar los incendios (algunos opinan que hay que controlarlos pero dejarlos arder; otros, que se deben extinguir de inmediato), la realidad es que el fuego en el monte es una tragedia colosal y una catástrofe ecológica de primera magnitud. Pero no solo eso.

Al actuar como sumideros de carbono, nuestros bosques son una de las mejores herramientas para la mitigación de la crisis climática: cuando arde un bosque el clima se recalienta un poco más y nuestro futuro se torna más incierto.

Pero las arboledas no solo fijan el carbono que emiten nuestras chimeneas y tubos de escape transformándolo en paisaje y en multiplicidad vital: también fijan población en el medio rural al ofrecer una oportunidad de desarrollo en armonía con la naturaleza.

Respecto a sus beneficios para la salud están más que demostrados, hasta el punto de que, tal y como les he comentado en más de una ocasión desde este rincón del diario, en algunos países la seguridad social receta baños de bosque a los enfermos para sanar de las enfermedades vinculadas con el estrés y la angustia.

Y por último está el desastre económico que acarrea un incendio. Y no me refiero tan solo al alto coste que suponen las labores de extinción, una valiente tarea en la que a menudo se juegan la vida los profesionales y voluntarios que las llevan a cabo.

Hace unas semanas recordaba aquí que España es el segundo país con mayor superficie forestal de la UE y reclamaba una política forestal más seria y responsable para que, de una vez por todas y anteponiendo en todo momento la conservación de los ecosistemas forestales y la biodiversidad que albergan, se impulse desde el gobierno una gestión sostenible y provechosa de nuestros bosques.

Provechosa porque los bosques pueden ser la gran oportunidad de desarrollo sostenible para España, y lo dice un conservador y un defensor de la naturaleza que ha dedicado toda su vida a recorrer nuestros montes y estudiar, disfrutar y defender su flora y su fauna. Pero una cosa no tiene por qué estar reñida con la otra.

Algún día entenderemos que además de plantar árboles, la mejor manera de ayudar a la naturaleza es cuidar y gestionar mejor nuestros bosques.

Por ese doble motivo, el de ofrecernos la oportunidad de avanzar hacia una economía circular basada en el aprovechamiento sostenible de nuestros recursos forestales, y el de albergar un patrimonio natural que debemos conservar a toda costa, los incendios son una auténtica calamidad. Y decir que arranca la temporada de incendios como si estuviéramos hablando de ópera o de fútbol es, más que una frivolidad, un ultraje.

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