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El artista a pleno sol

El pintor Antonio López trabajando en la Puerta del Sol.

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"No hay jubilación para un artista; el arte es una forma de vida y como tal no tiene fin"

Henry Moore

Para mí ha sido la imagen del tórrido e inhumano verano madrileño: Antonio López, el pintor español vivo más cotizado y reputado, con su endeble visera intentando cumplir una misión inaplazable en la inhóspita y desolada Puerta del Sol que se ha cascado Almeida. Una visión horrenda que deja al aire todas las miserias de la inhumana arquitectura disuasoria. Un viejecito en bermudas, 87 años sobre las piernas, con su enorme lienzo y sus pinceles bajo un sol calcinador y sin ningún refugio más allá de su gorra roja en la que puede leerse Museum of Fine Arts, Boston.

López se derrite en busca de la luz del kilómetro cero. Es la cuarta vez que intenta captarla pero la vida, las costumbres y los alcaldes se le atraviesan en el intento. No le gusta Madrid al de Tomelloso, a pesar de llevar tantos años residiendo en ella, pero hay algo en la Puerta del Sol que le llama y no ceja en su intento por concluir el trabajo que hace más de veinte años intentó por vez primera. El segundo intento lo frustraron unas obras y éste con el que se debate le hizo salir a pintar del natural hace dos años y volver de nuevo estos días, en plena canícula, porque las obras de Almeida han alejado sus bocetos de la realidad. Una fuente movida de lugar, unos elementos retirados y la precisión de naturalista se derrumba obligándole a sisifear de nuevo bajo un sol de fuego.

El artista casi ruega porque le dejen la plaza igual, con que cese el afán de gastar dinero para volver la ciudad inhóspita, para poder concluir una obra sin la que no descansaría en paz. Acude vestido siempre de la misma forma: bermudas, camisa de rayas y gorra, al parecer no por un fetichismo del ego artístico sino porque quiere autorretratarse en ese lienzo. Tal vez no tenga otra ropa con porte de explorador, la imprescindible para recorrer ahora las dunas desérticas de una ciudad inmolada bajo el cielo de Caín.

No sólo ruega al Ayuntamiento para que cese en sus trajines con la plaza central de los caminos del reino, sino que seguro que en su agudo sentido íntimo sabe que su presencia impertérrita en un infierno de asfalto es un símbolo de todo lo que matamos cuando convertimos la ciudad en un monstruo que arroja fuego. Es sólo una de sus preocupaciones. Seguramente busca las peores horas, las más aviesas, para soslayar otro de los problemas que amenazan a su obra que no es otro que los mirones, los turistas, los selfies, los corros que le encierran contra el lienzo y le achuchan, le oprimen, le roban el poco aire que persiste en Sol y, sobre todo, le impiden ver lo que ha ido a ver, esa luz y esa plaza que se resisten a su pintura como se resisten a la vida que la recorre apresurada para huir de su cada vez más inhóspito abrazo.

Así se nos revela la ciudad destrozada, de la que todos han huido menos el artista anciano con su misión que ejecutar. López, el más cotizado, trabaja abstraído en este Madrid de pesadilla y así glorifica y enaltece a todos los demás seres sufrientes que la mantienen con vida entre llamaradas y asfalto. Las propias gentes que le rinden pleitesía o que, más probablemente, buscan un trofeo que enseñar lo ponen en riesgo y le obligan a exponerse en agosto en vez de en julio, con la solana, por ver si no se los topa ni a ellos ni a aquel policía que en 2021 le exigió que mostrara un permiso municipal para trabajar en la calle. Poco sirvió que le explicaran porque él, siguiendo la linde, llegó a decirle al maestro: “puede ser Van Gogh o quien sea”, pero deme la licencia. Y es que Madrid tiene desde la época de Botella una lucha sin cuartel con los artistas callejeros a los que restringió las zonas y el tipo de actividad, a los que luego obligó a pasar un examen de calidad, que fueron restringidos a zonas concretas con una licencia previa que, finalmente, Almeida restringió de 900 a 450. ¿Qué pretende un pintor saliendo con su enorme lienzo y su caballete a plantarse en el centro radial de las Españas? ¿Qué tienen contra los pintores?

La animadversión es transversal, no se limita sólo a Van Gogh y a Antonio López. Tampoco la brocha gorda les vale. No hay forma de que contemplen la idea de pintar de blanco las calles más expuestas a la insolación que carecen de árboles. Será porque tendrían que enjalbegar Sol hasta dejarla parecida a una plaza somnolienta de las sierras andaluzas o a un paisaje nevado permanente que le recordaría al alcalde sus errores con Filomena. Allí, bajo los morros de Ayuso en su guarida, allí donde la implacable plaza te recuerda impasible que debes huir a alcanzar la libertad en tu cerveza, si es que llegas, si es que puedes y queda algo abierto en este Madrid de pesadilla.

Únicamente López le estropea la coartada. López, que con la libertad del artista sólo aspira a terminar su obra antes de que el mundo claudique fuera o dentro de él.

El artista a pleno sol es una denuncia.

El arte es una lucha.   

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