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El arzobispo pirómano se disfraza de bombero

Papa Benedicto XVI recibe al arzobispo Sanz Montes. (EUROPA PRESS)

Elisa Beni

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“Conseguir que personas buenas hagan cosas malas, exige la religión”

Steven Weinberg

Movido debe andar el trasvase de votos de Vox al PP cuando ha salido en tromba un arzobispo pirómano a dejar claro a los nacional católicos lo que se espera de ellos. No vale con tumbar al gobierno “socialcomunista”, no, porque no le vale sólo una alternancia, sino una “verdadera alternativa”. El arzobispo Sanz Montes es un viejo conocido de la intervención eclesial en política, y no sólo por su prosa alambicada y rococó, sino por su insistencia en enumerar uno por uno los presupuestos comunes del partido ultra a través de púlpitos y cartas. ¡Qué mal escribe el prelado! Se le oye engolarse en sus frases rimbombantes con las que pretende hacer como que no habla de política, como que no les dice a los fieles que voten a Vox.

¡Qué cruz, Señor!

El prelado no llega de nuevas. Escribió contra los indultos, contra la aprobación de leyes y contra el gobierno en general y en particular pero, ¡pobre hombre!, considera que la comunidad cristiana “sufre una censura implacable al ser expulsada del paraíso de la modernidad donde se autoentronizan en su templo los nuevos predicadores”. ¡Pero, Monseñor, para qué quiere usted el paraíso de la modernidad si ya tiene los tickets para el verdadero! Me ha dolido copiar la frase, no crean. Una tiembla pensando que se le quede el ¿estilo? enganchado en los dedos y es que quod natura non dat, Salmantica non præstat, a pesar de que fue allí precisamente donde el mitrado estudió. Ultracatólico está “en boca de los amigos de todos los excesos paniaguados”, nos dice, aunque mucho me temo que paniaguados podrán ser los amigos pero no los excesos, que no siempre el orden de los factores conserva el producto lingüístico. ¿Ha quedado claro por qué digo que escribe mal? Pues entonces continúo.

A penas se mantiene a flote nadando en la hojarasca retórica, en parte por falta de cualidades, en parte por quererse dar el pote y en último término por intentar disimular que está haciendo algo que no debe siendo un jerarca de la Iglesia, que es pedir el voto para un partido concreto. Ya dice el artículo 50 de la LOREG que “ninguna persona jurídica podrá realizar campaña electoral a partir de la fecha de convocatoria de elecciones”, siendo que la Iglesia es una persona jurídica pública y que el firma sus artículos como jerarca de la misma. Por eso precisamente la Junta Electoral ha ordenado quitar un trozo de la lona colocada desde el otro lado del espectro, firmada por la Fundación Avaaz, que movilizaba contra “los pactos del odio de PP y Vox”. El recurso de Vox ha sido atendido, pero no me consta que nadie haya intentado retirar las llamadas al voto a los líderes religiosos. Ni siquiera a la pastora evangélica que acompañó a Ayuso para allegar voto latino.

Todo esto viene a cuento de la verdadera naturaleza que recorre de forma más o menos subterránea las venas de Vox y que se ha desvelado con más fuerza desde que Buxadé ha tomado las riendas. Vox no es sólo un partido de ultraderecha sino un partido teocrático, ultracatólico, cuyo marco mental es el nacional-catolicismo, es decir, el empeño político de que las leyes de este país estén marcadas por las leyes de su dios. No es la primera vez que me oyen decir esto. De hecho es una de las cosas que más le molesta a monseñor Sanz, al tenor de sus dos artículos publicados el fin de semana, que les llamemos ultracatólicos. Es lo que son. No hay más que mirar sus afinidades, y las del partido que patrocina, con Polonia. No son católicos normales ni creyentes al uso, son tridentinos ultramontanos que consideran una obligación hacernos pasar a todos por el aro de sus normas y sus creencias. Ahí reside su peligro. Para distinguirlos de la gente que simplemente es católica, menciónenles al Papa Francisco, si se ponen verdes son ultracatólicos.

Casi todos los discursos de esta extrema derecha engarzan con esta corriente de base que ocultan pertinentemente porque, en caso contrario, el voto joven les saldría por peteneras. ¿Cuántos les quedarían si les dijeran que masturbarse te vuelve loco o que hay que llegar virgen al matrimonio? ¿Cuántas mujeres si les contaran el papel secundario y reproductivo que les reservan? El regreso de los teócratas es un riesgo cierto. Fíjense que cuando Atwood escribió El cuento de la criada durante el mandato de Reagan, no estaba pensando en feminismo sino en oponerse al regreso de una teocracia que, desde luego, reserva un papel inasumible para las mujeres. Lo cierto es que no son los únicos que se rodean de dogmas indemostrables a la luz de la razón, de textos herméticos y lenguajes incomprensibles, de inquisiciones para los que no comulguen con ellos. No son los únicos y dan el mismo miedo.

Siempre me ha parecido muy importante destacar el matiz concreto que el autoritarismo de Vox contiene. Llamarlo llanamente fascismo es desviar el tiro. La mayoría de los fascismos del XX no era teocráticos porque se debían a dioses de carne, hueso y bigote que dictaban sus propias normas sin necesidad de tablas de la ley. Otros líderes ultra de nuestro entorno, como Le Pen, carecen de esa característica y ya se ocuparon de empujar a la sobrina que les había salido demasiado ultraortodoxa. El verdadero peligro de Vox, su regresión y su involución, tienen que ver con esta nota teocrática, incompatible con una democracia liberal. Su famosa batalla cultural está basada en la interpretación casi preconciliar de los dogmas católicos. ¡Qué pena que tanto ultra veinteañero no entienda lo que les reservarían si llegaran a mandar! Que en sus “líneas rojas infranqueables” palpita ese tridentismo y que si se manifiestan como lo hacen contra el islam y sus seguidores es porque continúan afectos a la Cruzada.

Ultracatólicos, señor Sanz, al que no considero mon seigneur, así les he llamado siempre, tal vez porque les conozco de cerca. Llámeme amiga paniaguada si quiere pero, ¡por Dios!, ponga los adjetivos en su debido orden.  

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