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Los atascos han llegado a la cima del mundo

El monte Everest

Rosa María Artal

Filas interminables de escaladores que quieren coronar El Everest, la montaña más alta del planeta Tierra, situada en la cordillera del Himalaya, entre la República Popular China y Nepal. Son 8.848 metros de altitud. Una proeza para deportistas muy entrenados que ahora se ha masificado. Allí vemos cordadas de hasta 200 personas queriendo cumplir ese sueño. Es tal la aglomeración, que 11 personas han muerto en el intento, según los últimos balances que se actualizan cada poco. Está siendo uno de los nuevos símbolos de la sociedad en la que vivimos.

Los expertos relatan que llegar a lo más alto del Everest exige una adaptación paulatina a los límites de oxígeno en altura. Lleva como mínimo dos o tres meses ir aclimatándose en diversos campamentos. El Everest a su alcance, masticado. La comercialización del fenómeno ha propiciado atajos. De un lado tenemos el deseo de una serie de humanos de conseguir metas poco accesibles, la simplificación de los procedimientos, no informarse bien de en quién se confía, no prever las consecuencias y, del otro lado, hacer negocio con un buen trabajo… o con un mal trabajo.

La foto la tomó, alarmado, el alpinista nepalí Nirmal Purja. Se vio literalmente tropellado por la marabunta tal como relató a El País. Han llegado a poner bombonas de oxígeno a los clientes, en lugar de aguardar su acomodación progresiva a las circunstancias ambientales. Las marchas de varias cordadas juntas, al ritmo del más lento, terminan en ocasiones agotando el aire embotellado. Añadan atasco puro y duro que obliga a esperar hasta dos horas para llegar a la cumbre.  La mayor parte de las víctimas han sido por insuficiencia respiratoria. Se relatan espectáculos puramente dantescos.

Mientras tanto, en la Fosa de las Marianas, ubicada en el Océano Pacífico, el lugar que pasa por ser el más profundo del mundo –10.927 metros–, un submarinista ha encontrado una bolsa de plástico. Hasta ahí ha llegado la basura no degradable que consume la población masificada. 

Somos víctimas de este siglo peculiar en el que la población mundial ha alcanzado los 7.700 millones de personas. Asia cuenta con 4.600 millones en un crecimiento espectacular. Europa con 800 y un ritmo mucho más lento. En 1987 el mundo celebró con gran énfasis el nacimiento del niño 5.000 millones de la Tierra. El escritor uruguayo Mario Benedetti le dedicó a ese hipotético niño un poema deduciendo por calculo que probabilidades que le tocaría pasar hambre, el hambre de su madre y de sus ancestros. En Informe Semanal me tocó hacer un reportaje in situ en el Hospital de la Paz con conexiones durante todo el programa con Ramón Colom, el director y presentador, para ver nacer a una niña, la vida real, en un programa salpicado de datos. La población mundial se ha incrementado desde entonces más de un 50%.

Hay menos inseguridad, sin embargo, que en las sucesivas masificaciones de la historia. Se ha democratizado el acceso a bienes. Al turismo. El turismo nació por hacerse más asequible a la población viajar,  privilegio del que disfrutaban prioritariamente los ricos. Los que veraneaban de por vida, hasta que el resto empezó a hacer vacaciones. Hay una diferencia fundamental entre veranear e irse de vacaciones.

De ahí, llegar al Everest. De ahí, organizar atascos mortales. De ahí, tener que cerrar el Museo del Louvre en París por las protestas del servicio de seguridad que se siente incapaz de contener las avalanchas de visitantes, como acaba de ocurrir esta semana. O el haber convertido en una fila tras otra la contemplación de muchos monumentos de enorme valor estético. La Alhambra de Granada se ve así, en fila, en masa. Aquella en la que, hasta hace no muchos años, nos paseábamos para sentarnos un rato en el alfeizar de alguna ventana contemplando el exterior, como lo hicieran sus primitivos inquilinos. Lo positivo es que la belleza esté al alcance de tantos; lo negativo, el cómo.

¿Se ve aún al mirar? Esas grandes afluencias, cámara o móvil en mano, para captar el momento. Llegan, bajan de algún vehículo, fotografían, difunden, siguen. Ven a través del visor que siempre interpone una pantalla, un obstáculo. ¿Cómo harán en lo alto del Everest para lograr un ángulo en el que mostrarse épicos ganadores de la cima sin que entren en la imagen el tumulto humano que les acompaña? Se podría pensar que es la fila para entrar a un concierto de rock, en exceso abrigados.  Se diría que el nuevo ciudadano del Siglo XXI precisa imperiosamente mostrarse. Cuanto hace, especialmente sus hazañas.

¿Mostrar sin reflexionar?  No se entiende que en un mundo masificado se vote, se elija, el liberalismo salvaje del sálvese el que pueda en lugar de tejer una red social que dé cobertura. Porque nos dicen que “no hay para todos”. No aclaran que no hay… para todos los que no son ese 1% que acumula tanto dinero como el resto de la población mundial. Que no llega lo que se produce para alimentar lo suficiente a cuantos lo precisan porque se especula con la comida y se presiona con el hambre.

¿Se piensa aún? Los atascos han llegado a las neuronas. La candidata que por las sumas y restas de votos y segmentos ideológicos cuenta con más posibilidades de ser presidenta de la Comunidad de Madrid es Isabel Díaz-Ayuso, del Partido Popular. Una apasionada de los atascos, por cierto. Un cometido anterior la ascendió en el escalafón: llevaba en Twitter la cuenta de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre. Es casi un sarcasmo, un atasco de la cordura.

El alcalde en funciones y candidato a la reelección a la Alcaldía de Estepona (Málaga) ha sido el más votado de España entre municipios mayores de 50.000 habitantes. Más aún que Abel Caballero, del PSOE, en Vigo que se dijo ostentaba el récord. José María García Urbano, del PP, logró el 69,04% de los votos emitidos en la localidad y, con ese porcentaje, 21 de los 25 concejales. Este venerado edil fue el que puso en marcha un tobogán conocido como “el de la muerte”.  Se trataba de cubrir un desnivel entre calles para bajar sin esfuerzo (a diferencia de las escaleras, los toboganes solo sirven para bajar). Y se construyó  demasiado vertical. Con todos los parabienes técnicos. Y no funcionó. Hubo de ser clausurado por los varios heridos causados en su breve espacio de funcionamiento. Los vecinos han desagraviado a su alcalde con esa masiva votación. El humorista Gila lo hubiera contado mejor que nadie, lo que han disfrutado a pesar de las lesiones.

Y el Estado español, tras dos elecciones sin mayorías absolutas en general. Se atascan los egos, las rivalidades, las prepotencias, los desprecios, los agravios. La eterna constante de los días. La paciencia. 

Una población que crece diversa e indiscriminadamente. No habrá trabajo para todos. No habrá ingresos para todos. Al menos mientras no se alivien siquiera las desigualdades. Una ciudadanía que a veces mira tanto que no ve. Y le cuesta relacionar hechos con consecuencias. Que se atasca por llegar a cimas en masa. Que vive anudada a la cuerda del grupo. Que muere por nada. Cuando el dolor y la felicidad se experimentan de uno en uno. Y todavía se buscan y se encuentran lugares donde disfrutar sin colapsos. En un mundo en el que, bien repartido, caben todos.

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