Biden y la UE respaldan la guerra de Netanyahu
El mundo es un lugar aún menos seguro. El presidente de los Estados Unidos y la Unión Europea han apostado por dar vía libre a la guerra de exterminio que libra Netanyahu. Joe Biden ha englobado Gaza y Ucrania argumentando que “si Hamás y Putin no pagan por sus acciones, habrá más ”caos“ en el mundo”-, EEUU y la Europa comunitaria han activado una espoleta incendiaria, dadas las circunstancias que concurren. No es Hamás quien paga, son dos millones de palestinos y -de salirse con la suya estos grandes actores de la guerra- podrían verse afectados, en distintos grados, miles de ciudadanos de todo el mundo. El tópico de “es un punto de inflexión en la Historia” es otra asimilación falaz: Putin invade, Israel invade y a Gaza lo viene haciendo durante décadas.
Voló Biden no menos de 11 horas desde Washington a Tel Aviv para ayudar a la solución del conflicto, pero no nos dijeron exactamente cuál, dado que en su país lo tiene bien serio. El presidente de los Estados Unidos viajó a Israel para decirle a su primer ministro, Benjamin Netanyahu que no está solo, según su propio resumen. Solo logró del cruel verdugo de los palestinos en Gaza un compromiso mísero: permitir la entrada de 20 camiones de ayuda humanitaria, cuando “solo en agosto, con restricciones, entraron 12.000 camiones”. La otra concesión, abrir el cruce de Rafah entre Gaza y Egipto que sigue cerrado aunque con pequeñas señales de progreso, se atreven a escribir.
Llegado a Washington habló desde el Despacho Oval de las grandes ocasiones para anunciar que pedirá dinero, cosa que ha hecho ya este viernes, 106 millones de dólares, para armar a Israel (y a Ucrania y a Taiwan y para reforzar la frontera con México). Añadió Biden que había solicitado a Israel 'limitar el número de víctimas civiles“. Una frase que hiela la sangre.
Casi al mismo tiempo, la Eurocámara, en la que están nuestros representantes, apoyó el derecho a la autodefensa de Israel con “respeto al derecho internacional”, ése que han incumplido reiteradamente. Esta resolución para que siga la guerra la votaron PPE, socialistas, verdes y la extrema derecha. La posición estaba clara: se descartó exigir un alto el fuego como pedía la izquierda.
Entre tanto, los niños beben agua de mar que les dañará irremisiblemente porque la potable está restringida, no se pueden limpiar heridas, no hay comida, ni luz, y sí mucho dolor y mucha muerte. Y siguen cayendo las bombas. Un día más. El último balance de la Agencia Humanitarian de la ONU confirma este aterrador balance en menos de dos semanas:
El 25% de las viviendas en Gaza reportaron daños o destrucción. 59 ataques a la atención sanitaria. 170 establecimientos educativos afectados. Instalaciones de agua y saneamiento gravemente dañadas.
Y más:
En The New York Times, David Firestones desde el Consejo Editorial, saludaba el gesto de Biden. No ha conseguido mucho bien, es verdad, pero “dejó en claro que Estados Unidos todavía tiene un papel vital que desempeñar para desactivar las crisis internacionales y proteger las democracias”, escribió pleno de entusiasmo. Y marcó la diferencia con el Partido Republicano que no logra cubrir la presidencia de la Cámara de Representantes. La única ventaja del caos en el que vive la política estadounidense con este presidente y con los republicanos hechos trizas desde Trump es que podrían negar el presupuesto extraordinario para masacrar a más palestinos. Los demócratas más a la izquierda tampoco lo ven bien. Y todos ellos están más que hartos de dar dinero para armas a Ucrania.
Un segundo portaviones norteamericano opera en la zona, observado por Rusia desde el aire y no precisamente en globos aerostáticos… Irán, Siria, Líbano y Turquía (éste OTAN) habrán de responder a la indignación de sus ciudadanos por la masacre de Gaza.
Datos del momento, enormemente preocupantes, que pueden desatar una conflagración de grandes proporciones y hasta involucrarnos en ella o en sus consecuencias, cumpliendo los peores pronósticos. ¿Cómo hemos llegado a este punto?
Y es la hora de pensar en esa mecánica que alza al poder a personas dañinas para la sociedad, ha ocurrido numerosas veces en la historia y ahora se prodiga de forma más intensa, en un manifiesto declive de la democracia. Son electos. Ocurre que representan a la sociedad que los elige. Ése es el círculo vicioso. Se nutre de elementos que no cumplen su papel, sino que lo pervierten. Sobre todo, los medios de comunicación. Si hasta el New York Times elogia de esa forma el viaje de Biden a Israel ustedes me dirán. Y si miramos el papelón que ha hecho Biden y el que está haciendo el Partido Republicano. Pero es la sociedad quien decide. ¿Libre? No. Los bulos y deformaciones interesadas de la realidad influyen decisivamente. ¿Seguro que sigue siendo esto democracia? La desinformación está siendo arma mortífera en esta guerra, pero la política falla y lo hacen grandes sectores de la sociedad. Habría que empezar por ahí, no es fácil pero al menos hay que definir el problema.
Benjamin Netanyahu ha sido elegido por los votos para gobernar siete veces desde 1996. Cada vez más obligado a formar coalición. Él es el principal problema en este momento. “No mañana, no la próxima semana, Netanyahu debe irse ya”, editorializaba el periódico de Tel Aviv Haaretz. Sin duda es verdad que los israelís tienen el gobierno que ha querido la mayoría. Siete veces durante 27 años. Tan intensamente contestado hasta en las calles en este último mandato que, gracias a la guerra, se diría vive un nuevo respiro en su carrera política trufada de corrupciones.
En 2006 hubo elecciones en Palestina que dieron mayoría absoluta a Hamás, y no ha habido ya ninguna otra durante 17 años. Israel ayudó a que así fuera. Es demasiado tiempo sin votar y con gran probabilidad no responden al sentir actual de sus ciudadanos
Vivimos en un momento mundial muy preocupante. Inermes observamos el horror desencadenado en Oriente Medio y esa pavorosa mole que se nos viene si no se le pone remedio. Entonces, en España, salta como un chorro de vitriolo alguna declaración estentórea de miembros del PP, y es lo que nos faltaba. No se puede en el momento actual, tan trágico, decir que en España tiene un “horizonte similar a los Balcanes” por las negociaciones de Sánchez con los independentistas, como ha hecho estos días Feijóo demostrando su nula talla como estadista. O intentar meter miedo a los ciudadanos con las alertas terroristas, fruto de una contienda que apoyan además y que es algo mucho más complejo y matizado. O las alocadas soflamas de Ayuso, tras sus vacaciones promocionales en Nueva York a costa de nuestros impuestos. Se ha mofado de la investigación judicial que han logrado abrir algunas familias sobre sus protocolos de la vergüenza. Ella sabe el dictamen del juez. Y también mostrando una heladora indiferencia ante las víctimas de la guerra Israel/Hamás, usadas para su provecho político y optando por el vencedor como buena parte de los lobbies que frecuenta.
Polonia ha elegido a Donald Tusk, ex presidente del Parlamento europeo, demócrata-cristiano-liberal, de derechas como debería ser y no es el Partido Popular. Antifascista, les afeó a sus colegas españoles del PP sus pactos con la ultraderecha oficial. De ahí que Feijóo y su PP no lo traguen. Tusk ha vencido a pesar de una prensa maniatada por el gobierno anterior. Una gran diferencia, aquí trabajan por la causa graciosamente, o no tanto.
Si se trata de regenerar por la base, lo primero es la sociedad mediatizada y los medios que la pervierten. El conocimiento y la reflexión que le falta ineludiblemente. Para que los gobernantes electos representen de verdad a quienes los han elegido. Eso sí, cuando se llega a aberraciones del calibre que vemos en Netanyahu y en tantos otros, tantos que abruma, lo mejor es buscar los mecanismos democráticos para echarlos.
Bastaría con que fueran capaces, honestos y tuvieran lo que llaman alma. Lo peor es que la ausencia de ese elemento parece ser, precisamente, una característica en numerosos dirigentes. En algunos tan notorio que no se explica cómo personas normales y en su sano juicio les confían algo tan serio como la gestión de gobierno.
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