Con la brújula rota
Hace unos días La Vanguardia publicaba un interesante artículo sobre los avances médicos en el tratamiento de graves enfermedades y su alto precio que los hace inaccesibles a quienes no puedan pagarlos. Se está logrando acotar la obesidad –germen de muchas dolencias– con fármacos y también se constatan numerosos progresos en el abordaje nada menos que del Alzheimer y el cáncer. Pero los precios prohibitivos de las terapias innovadoras amenazan el acceso equitativo a la sanidad. Un problema nacido de varias causas. Las principales: que la industria farmacéutica es, sin duda, un negocio y que el enfoque neoliberal radicalizado anda por parecidos parámetros y no es una prioridad la salud de los ciudadanos. Cualquiera se preguntaría: si la política no está para estas cosas, ¿para qué está? Pero, lejos de hacerlo, la práctica demuestra que ni los propios votantes son los primeros interesados en disponer de unos servicios públicos de máximos al elegir a quienes los desmantelan. Evidencia incontestable de cómo de averiada tiene la brújula de su vida gran parte de la sociedad a la hora de establecer sus prioridades. Todos adolecemos a veces de errar en la prelación de lo que es verdaderamente esencial y lo que es secundario y hasta irrelevante, pero no tal vez a este punto que puede acarrear graves consecuencias.
Los datos son claros y existen como información. El 1% más acaudalado de España concentra el 22% de la riqueza del país y la mitad más pobre apenas tiene el 7% del dinero y patrimonio total. Las rentas de capital aumentaron sus cuentas en 2022 a costa de las rentas del trabajo, según Oxfam Intermón. Las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, solo o con Vox, se dedican con especial interés a ese objetivo. ¿Cómo es posible que los desfavorecidos por esas prácticas las elijan voluntariamente como opción en las urnas? ¿Porque ha sido así toda la vida? ¿Porque aspiran a que les toque la lotería o a dar un pelotazo?
El éxito del populismo político afianza estos sorprendentes diagnósticos. Otro valioso artículo, publicado aquí, en Eldiario.es, analiza la cuestión esencial: “¿Quién paga los impuestos que perdonamos a los ricos?” y la respuesta a través de una elaborada explicación concluye: La totalidad de los contribuyentes pagamos la reducción de impuestos de los más ricos. Es, sin más, una transferencia de rentas de abajo arriba.
¿No lo saben los votantes? ¿No les importa? ¿Están de acuerdo, por ejemplo, en Madrid, con que se paguen abultados sobrecostes y se destinen 170 millones de euros a construir un inservible hospital como el Zendal mientras se deja morir sin asistencia médica –por economizar recursos, se supone al menos– a 7.291 ancianos en los geriátricos al cargo de la Comunidad? Las carencias en la sanidad andaluza son otro escollo serio –como ya sabrán– que asistían a un pico alto de desasistencia al mismo tiempo que se aprobaba por decreto de “urgente necesidad” un aumento del sueldo del presidente Moreno Bonilla en un 18% . Esto, como la gestión de la Xunta de Galicia en el chorreo de dinero a los medios (un millón de euros a las puertas de unas elecciones) o la crisis de los pellets, se vota en las urnas.
Alguna pista de los porqués hay.
La encuesta del CIS sobre la percepción de la igualdad muestra que el 44% de los hombres y un nada desdeñable 32,5% de mujeres creen que se ha ido demasiado lejos. Es cierto que un 56% de los hombres no se siente discriminado, pero esos porcentajes para mí no son un consuelo. Y es significativa su distribución por edades y preferencias políticas. Quizás priman frenar la búsqueda de la igualdad sobre tener salud y los mejores tratamientos para mantenerla. Quizás es más satisfactorio para ellos devolver a la mujer a su papel “tradicional” subordinado al hombre. Porque suele ir unido, viene en el pack de la derecha, más o menos extremo. La duda que parecen plantearse algunos es si este grave atraso ideológico, cultural y hasta emocional se soluciona replegándose o yendo a más. Ceder es lo que se ha hecho casi siempre y evidentemente no funciona.
Sin duda el machismo es una de las causas principales del voto conservador. No el único, por supuesto. La aceptación de la corrupción es clave. Entre otros muchos episodios, ratificamos cada vez con más datos y testimonios las prácticas de sesgo mafioso desplegadas por el gobierno de Mariano Rajoy junto a su ministro Jorge Fernández Díaz en la Operación Catalunya. Déjense de eufemismos y que si el presidente no sabe qué hace su ministro. El presidente y toda la parentela de la cúspide. Pruebas inéditas de la forma de actuar de un Gobierno que dilapidó recursos públicos para desestabilizar a los adversarios del PP. A los independistas se concreta ahora más, al igual que se supo lo empleado contra Podemos y para lavar con éxito su corrupción, no lo olvidemos. Medios humanos, materiales e incluso dinero de los fondos reservados durante al menos cinco años. Lo asombroso es que se siga llamando partido político al PP y “policía patriótica” a las redes corruptas y “periodistas” a quienes contribuyeron a esta operación tramposa. Son comportamientos para resetear un país, o al menos al partido y a los medios implicados y ahí siguen la mayoría. Cuando ves las altas expectativas de voto al PP en las encuestas “porque al PSOE le lastra la ley de amnistía”, te preguntas, vuelves a preguntarte, qué fallo estructural tienen las brújulas que se ubican en el cerebro para no darse un trompazo contra una puerta que sería bastante más inocuo que el daño que hacen a toda la sociedad.
Y no pasa lo que debiera pasar porque la democracia –o un fallo en la respuesta del Gobierno– les permite mantener un Poder Judicial con una formación contra natura desde hace más de 5 años que caducó. ¿Cuánto tiempo más hemos de seguir aburriéndonos de escribir y leer sobre los abusos incomprensibles?
Y viene campaña para elecciones en Galicia con la actuación estelar de Isabel Díaz Ayuso llamando imbéciles a sus votantes y a cualquiera que la quiera escuchar. ¿Saben ustedes lo último? Que “hay unos cuantos vividores para destrozar lo público desde adentro como están haciendo tantas personas que no dan un palo al agua”. Lo ha dicho textualmente y sin despeinarse. Ella, la que se ha arrogado libertad total para enajenar lo público y hasta las brújulas de sus seguidores, según parece. Sí, volvemos a quienes no relacionan hechos con consecuencias y quienes eligen disfrutar con el insulto a los adversarios de sus ídolos más que con logros de su propia existencia.
Tan cansados de la histeria en la lucha de la política sucia, de toda la política sucia, nos enfrentamos a la realidad de los días y cuanto hay por hacer. Actitudes tan torpes e insolidarias solo caben en el fondo en quienes transitan por la vida sin vivirla. Un artículo en El País del domingo de la escritora Irene Vallejo -Los huesos de la ternura- hablaba de los cuidados, de su experiencia. Los cuidados son otra de las grandes muletas a caer en el capitalismo salvaje que practica y desea afianzar toda esta gente. Y díganme, insisto, si la política no está para estas cosas, ¿para qué está?
“Cuando a mi padre le diagnosticaron cáncer, brotaron mis majestuosas, negras, hinchadas ojeras. El uniforme de quienes cuidan está tejido con la seda de las noches rasgadas y los jirones de sueño. Tal vez por eso simpatizo inmediatamente con la gran familia de los exhaustos, con esos ojos que bostezan desde un periscopio de sombra. Fuimos bebés, seremos viejos, sufriremos enfermedades. Con suerte, habrá en la familia personas generosas dispuestas a atendernos”… O no, ¿verdad?
Aragonesa, nacida en Zaragoza como yo, mucho más joven, me transportó al mismo lugar donde habitan “los exhaustos con ojos que bostezan desde un periscopio de sombra”. Y fuera seguían las Ayuso retorciendo la cordura y la decencia sin freno y sacando la realidad de quicio las portadas. Las teles emitían el mismo ruido, también en sus entretenimientos zafios. Y seguían llorando y muriendo los niños de Gaza, y periodistas de verdad caían, allí, asesinados por la barbarie. Y se sumaban cómplices de incomprensibles hipocresías. E iban destacándose estos datos: grandes avances en el tratamiento de enfermedades potencialmente letales pero… no pueden llegar a cuantos lo necesitan porque el dinero –ni el de nuestras tributaciones– no es para eso. Y a casi nadie parece importarle, no tanto como las veinte paridas que diga Ayuso todos los días. Y encima les pagamos a los más ricos los impuestos que algunos les rebajan. Y el machismo aflora como saliendo de las catacumbas de este país. Y hay quien prefiere la corrupción y que no la ataje la justicia –por una implícita carambola– a una ley de amnistía, de ésas que se autoconceden sin problema para delitos de verdad los corruptos y sus cómplices.
Y luego estaba el artículo de Irene Vallejo, duro en su realidad, pero alentador si eres de quienes acompañan en el dolor y en la dicha a los otros como cuando te tocan de cerca a ti. Y así: “En las cambiantes fortunas del tiempo, con sus quiebras, devaluaciones y pérdidas, lo que hemos dado de nosotros mismos a los demás resultará ser la más segura de nuestras inversiones”, decía Vallejo. Con esas inversiones, no se compran ni casas, ni coches, pero puede que ayuden a conseguir una sociedad más sana y saludable.
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