¿Caerá Netanyahu?
Hace 50 años, cuando Egipto y Siria atacaron por sorpresa a Israel en el día sagrado de Yom Kippur, el comandante general de las Fuerzas de Defensa israelíes, David Elazar, manifestó con arrogancia una frase que ha pasado a la historia: “Anajnu nishbor lahem et haatzavim” (“Les romperemos los nervios”). Al acabar la contienda, que finalmente ganó Israel pero a un precio demasiado alto para el país, se popularizó un estribillo con música de ‘Jesucristo, superstar’, cuya película se había estrenado ese mismo año de 1973: “Elazar, superstar, et haatzavim shelahem shabar” (“Elazar, superstar, sus nervios rompió”). El máximo responsable militar no resistió las presiones y las burlas y dimitió. En las paredes de las ciudades aparecieron pintadas con el lema ‘Golda zkená’ (Golda está vieja) contra la primera ministra Golda Meir, que, si bien ganó las elecciones de diciembre, también se marchó a casa.
En 1983, en plena guerra del Líbano, dimitió el primer ministro Menájem Beguin: no expresó sus motivos, pero trascendió que había entrado en una profunda depresión tras el fallecimiento de su esposa y por las consecuencias de la guerra que él había emprendido, incluyendo la matanza de miles de refugiados palestinos en Sabra y Shatila perpetrada por la falange cristiana libanesa con la “responsabilidad indirecta” del ejército israelí, según determinó una comisión encargada por el propio Beguin a la Corte Suprema.
La pregunta que ahora se hacen muchos analistas israelíes es qué va a pasar con el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, tras el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre. Si conseguirá aferrarse al cargo que ocupa desde 2006 –con un paréntesis de año y medio en 2021-2022 en que el derechista Naftalí Bennett y el centrista Yair Lapid se rotaron en la jefatura del Gobierno–. Netanyahu, imputado en una serie de graves escándalos de corrupción que lo tienen al borde del banquillo y que enredan también a su esposa Sara –los llaman ‘los Ceaucescu’, en referencia al matrimonio despótico que gobernó en la Rumanía comunista–, no se lo pondrá fácil a quienes exigen su renuncia.
Él sabe que en este momento su mayor defensa consiste en mantenerse a como dé lugar en el poder, para lo que no ha tenido reparos en formar el gobierno más extremista de la historia del país y, desde él, tratar de doblegar a la justicia, que tradicionalmente ha gozado en Israel de independencia. Su iniciativa para recortar los poderes de la Corte Suprema ha provocado una de las mayores y más sostenidas movilizaciones de protesta, que solo se han suspendido a raíz del ataque de Hamás. Miles de reservistas se habían sumado a las manifestaciones, lo que llevó a varios altos cargos a advertir al primer ministro sobre el daño que su embate contra el poder judicial podía causar en el engranaje de defensa de Israel. Algunas voces han comenzado a preguntar con suspicacia si Netanyahu tenía algún conocimiento de los planes de Hamás y lo desdeñó, después de que trascendiera que Egipto alertó tres días antes a funcionarios israelíes de la posible ofensiva.
Más allá de que supiera algo –lo que causaría un terremoto político de consecuencias impredecibles–, el hecho es que la nueva situación va a desviar durante algún tiempo la atención de la sociedad israelí hacia los temas de seguridad nacional, en los que Netanyahu ha demostrado ser un hábil jugador. Ha nombrado un minigabinete paralelo de “unidad nacional” para tomar las decisiones sobre la guerra, al que aceptó entrar el líder centrista Benny Gantz, pero no el otro líder destacado de la coalición Azul y Blanco, Yair Lapid, quien puso como condición “sacar a los extremistas del gobierno de extremistas”. No le hizo falta citar nombres. Ahí está el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, ‘sionista religioso’, que niega la existencia del pueblo palestino y se divierte declarándose “homófobo y fascista”, como lo tildan sus detractores. O el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, del partido ultraderechista Poder Judío, que proclama que el derecho de movimiento de los judíos en Cisjordania está por encima del de los palestinos y que este año ha paseado un par de veces por la Explanada de la Mezquita de Jerusalén con la intención evidente de exacerbar el ánimo de los árabes musulmanes.
En su huida hacia adelante, Netanyahu ha ordenado una respuesta militar de dimensiones infernales que puede prolongarse indefinidamente a menos que la presión de la comunidad intermacional y de la propia sociedad israelí lo detengan. En Israel, el shock provocado por la matanza de Hamás está llevando a parte de la población a preguntarse, como si saliera de un letargo profundo, cómo se ha llegado a esto, cómo los extremistas se han adueñado del poder, cómo está al frente del Gobierno un corrupto que parece decidido a llevar al país al abismo moral y existencial con tal de eludir sus líos judiciales, cómo compraron muchos la idea de que el calvario de los palestinos se podía dejar podrir en un “statu quo” eterno, gestionable, según ha trascendido, con maniobras perversas como contribuir al fortalecimiento de Hamás en Gaza para dinamitar a la Autoridad Palestina.
En contra de lo que muchos creen, Netanyahu no tiene a nivel personal un respaldo apabullante en la sociedad israelí. En las últimas elecciones, en noviembre de 2022, su partido Likud obtuvo tan solo el 23,4% de los votos válidos, cifra que se reduce al 16% si se compara con el censo total de electores. Logró sacar a trompicones la investidura con el apoyo de extremistas y fanáticos, por 64 votos frente a los 56 que votaron en contra. A su favor, el primer ministro tiene la maquinaria del poder, la complicidad –todavía– de la mayoría de los grandes medios y una innegable capacidad para aglutinar a la derecha y ultraderecha en una época de derivas extremistas en el mundo. Sin embargo, ese andamiaje está hoy seriamente tocado tras el humillante golpe de Hamás. Yoav Horowitz, quien fuera jefe de gabinete y confidente de Netanyahu, dijo hace pocos meses que este “quiere ser como Putin, está buscando un poder ilimitado” y que “no descansará hasta que el sistema judicial entero esté en el suelo, pidiéndole perdón”. La historia abunda en ejemplos de cómo la guerra fortalece a los líderes. Pero también en ejemplos de cómo los derrumba.
15