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¿Es esta la campaña electoral que nos espera?

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, esta semana en el Senado en Madrid.

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El ataque de la diputada de Vox contra Irene Montero no es un hecho casual ni improvisado, sino que forma parte de la estrategia del partido de Abascal para sacar la cabeza y frenar su caída en las encuestas: golpear sin contemplaciones para recuperar un perfil, neofascista, que parecía estarse diluyendo. Lo sorprendente es que el PP se haya apuntado a esa línea. El discurso de Alberto Núñez Feijóo en el Senado es el más duro, sin comparación, de los que el líder del PP ha pronunciado hasta ahora. Lo que es más dudoso es que pueda ganar haciendo el bruto.

Si tan sólo hace un par de meses a Feijóo le hubieran dicho que iba a caminar por esa vía, lo habría negado rotundamente. Él quería otra cosa, aunque nunca se sabrá exactamente qué porque ni la ha ensayado. Los acontecimientos le han arrastrado en otra dirección. Y a la cabeza de éstos, la aguerrida postura de enfrentamiento con Pedro Sánchez emprendida por Isabel Díaz Ayuso y su cerebro pensante Miguel Ángel Rodríguez.

Incapaz de contradecir ese planteamiento, que reventaba la línea de moderación y de apertura al centro-derecha que había prometido, Feijóo se ha plegado a la línea de máxima dureza emprendida por la presidenta madrileña. Esa postura puede costarle las elecciones, pero un enfrentamiento abierto con Ayuso podía haberle costado el cargo. Ese era, y es, el dilema del presidente del PP y no está claro que, tal y como están las cosas, pueda salirse algún día del mismo.

El radicalismo fascistoide de Vox también se inscribe en esa dinámica, aparte de que responde a las esencias fundacionales de ese partido y de buena parte de sus cuadros dirigentes. Vox responde al endurecimiento del PP, Feijóo incluido, tratando de ser más duro aún, so pena de quedarse atrás en una carrera que puede salirle bien a la derecha en Madrid, pero que no está claro que lo haga en el resto de España.

Dos apuntes al respecto. Uno, la incomodidad de Juan Manuel Moreno, líder del PP andaluz, que ha ganado sus elecciones en clave de derecha formalmente moderada y que debe de empezar a dudar que sus votos autonómicos se vayan a trasladar automáticamente a las listas de la derecha en las generales. Otros cuadros del PP deben de temer lo mismo. Y, dos, que el tímido intento de acercamiento a la cuestión catalana desde posiciones menos brutales que las de sus predecesores que Feijóo parecía haber emprendido ha quedado totalmente arrumbado. Entre otras cosas porque en una Cataluña en la que son amplia mayoría quienes consideran que las condenas a los líderes del procés fueron desproporcionadas no debe caer muy bien la batalla emprendida por Feijóo contra la reforma del delito de sedición.

Sea como sea, la perspectiva política que se abre a partir de ahora es la de un espectáculo de numeritos sin cuento en el que la racionalidad estará siempre ausente. Por cierto, que algunos medios de la derecha, y sus correspondientes tertulianos, tratan de quitarle hierro a ese juego de trampas y provocaciones diciendo que “forma parte de la campaña electoral”. Por decreto del comentarista de turno, o del guión que le han enviado del PP. Como si no faltara un año para que ésta empezara y como si en una campaña electoral valiera cualquier barbaridad. Pero todo eso debe de formar parte de un nuevo estilo de hacer política.

La cuestión es que el gobierno de coalición sigue avanzando como si nada de eso estuviera ocurriendo. O tal vez porque todo eso está ocurriendo y es preciso encontrarle un contrapunto. De que Sánchez haya conseguido aprobar sus terceros presupuestos no se habla en los medios de la derecha, aunque seguramente en más de uno de sus despachos se debe estar rabiando por ello.

Porque ese logro confirma dos cosas. Una, que por mucho ruido que hagan la derecha y la ultraderecha, la estabilidad política es lo que manda en España. Y dos, que la mayoría que se conformó para investir a Sánchez como presidente del Gobierno sigue plenamente vigente. Y nada indica que vaya a dejar de estarlo, a menos que la izquierda sufra una catástrofe en las elecciones municipales y autonómicas -de las que, por cierto, nadie habla, aunque se prevén importantes- o en las generales de dentro de un año.

Entre tanto, y en buena medida gracias a los ataques del Vox contra Irene Montero, se ha cerrado en buena medida la brecha, por momentos muy inquietante, que las imprevistas consecuencias de la ley de libertad sexual habían provocado en la coalición de gobierno. En pocos días la ministra de igualdad ha rehecho su figura política y la intervención del Fiscal General, muy probablemente sugerida desde La Moncloa, ha quitado bastante hierro al asunto. A la espera de lo que vaya a decir el Tribunal Supremo, que siempre es una incógnita cuando quien manda ahí es Manuel Marchena. Confiemos en que la polémica sobre la reforma de la sedición, que tan poco parece gustar por esos pagos, no se mezcle con esa otra cuestión.

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