De Carlos I a Juan Carlos I
Se comete delito fiscal cuando la defraudación supera los 120.000 euros. El abogado de Juan Carlos I confirmó el jueves una regularización fiscal de 4,4 millones de euros. Huele a chamusquina, y el presidente Pedro Sánchez salió el viernes a opinar respecto al emérito: “Sobre las conductas incívicas, siento el mismo rechazo que la mayoría de la ciudadanía española”.
Esta semana un diario de la derecha, una derecha nuevamente dialogante, véanse los consejos de RTVE y CPGJ, aseguraba que Moncloa y Zarzuela negocian la vuelta de Juan Carlos I. Y explicaba que “esperar a que amainen los ataques de los sectores contrarios a la Corona para efectuar la «repatriación» es esperar en vano ya que tanto extrema izquierda como independentistas han hecho de este tema un punto fijo de su agenda propagandística que solo acabará con su victoria o con su derrota”.
La duda me corroe, y me pregunto: ¿Quién está haciendo más por derrotar a la monarquía? El diario de la derecha me dirá que la cosa está muy clara, que es esa extrema izquierda y los independentistas, con su afán destructor monárquico. Y a mí, qué quieren que les diga, me surge la duda cuando me entero de esa nueva regularización fiscal de más de cuatro millones de euros de esta misma semana y veo en Telecinco un amplísimo reportaje sobre la lujosa villa en la que se ha refugiado Juan Carlos I en su exilio de Abu Dabi.
Claro, que si comparamos los 65 millones de Corinna, o los más de cuatro millones de la última regularización fiscal, lo de la casita de la playa parece una cuestión menor. Pero en el caso del emérito nos encontramos con problemas serios de ética y de estética. Y, en lo de la estética, que ya viene cargada con imágenes como la del elefante de Botsuana y otras, esta casita facilitada por socios árabes forrados de petrodólares, como que no ayuda.
Los de ese canal televisivo enviaron al Golfo Pérsico a paparazzi dispuestos a tomar imágenes, por fin, del verdadero refugio del monarca. Llegaron a Abu Dabi y se situaron en el lugar en el que un garganta profunda les había dicho que estaba la villa donde se refugiaba el monarca. Mil metros cuadrados de casa, cuatro mil de parcela, siete cuartos de baño, y playa privada en la isla de Nurai en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, once millones de precio de compra y 25.000 euros de precio de alquiler diario.
Los expertos en fotografiar a todo famoso que se mueva por el mundo, no lograron su objetivo, a saber, la foto de Juan Carlos I saliendo de su refugio a su playa privada, camino de un baño en el mar. Les faltaba la confirmación exacta, porque había en la exclusiva y pequeña isla, otras villas similares. En este mes de febrero la temperatura en Abu Dabi es magnífica, máxima de 28 grados, mínima de 20. Como para firmar. A partir de abril la cosa cambia, y allí no hay quien pare, porque en la playa privada se puede cocer un huevo en la propia arena.
El lunes 15 de febrero surgía una noticia falsa que anunciaba la gravedad del emérito. Ese mismo día, la Casa Real lo desmiente. Periodistas cercanos a Juan Carlos anuncian que han hablado con él. Les comunica que está como un oso. Para certificar lo del oso, el entorno del monarca filtra alguna imagen y vemos, ni más, ni menos, a Juan Carlos en actitud campechana, al estilo Borbón, junto al jeque Sheikh Mohammed bin Zayed, la clave fundamental de todo lo que se mueve en Emiratos Árabes. Bin Zayed es el príncipe heredero de Abu Dabi, pero es mucho más que eso, un verdadero poder fáctico en la península arábiga.
Los de Telecinco no dan por perdido su scoop periodístico, y estudian al milímetro la foto con Bin Zayed. Y, ¡oh sorpresa! Reconocen la casa en la que se ha tomado la foto. Es la que habita Juan Carlos, nos dicen, todos los detalles, muebles, vegetación, decoración, coinciden. La noticia del refugio en Abu Dabi, y su escandaloso precio, es distribuida urbi et orbe por las revistas del corazón y los programas cardíacos del país. Así que las nuevas sobre el emérito, rodeado de lujo y de jeques amigos en países de dudosa reputación democrática, inundan el espacio mediático con lo que eso supone de creación de una opinión negativa en sectores no especialmente vindicativos. Hablamos de medios que en conjunto tienen una audiencia estratosférica.
Cualquiera con dos dedos de frente puede colegir que en las actuales circunstancias políticas la monarquía tiene asegurado su futuro a medio plazo. El que un partido en el poder, Podemos, manifieste su querencia republicana, se compensa con la confirmación del statu quo actual por parte del socio mayoritario del Gobierno, qué decir de otros grupos políticos a su derecha. Felipe VI “ha marcado un antes y un después a favor de la ejemplaridad y la transparencia”, decía ayer mismo el presidente Sánchez, separándolo de las “actitudes incívicas” de su predecesor.
Lo único que puede ayudar a desestabilizar ese statu quo son las vicisitudes del propio monarca. En los últimos meses casi ha sido necesario abrir un canal especifico de noticias para seguir perfectamente al día los sonoros ecos del pasado oculto del emérito. Si no es una nueva cuenta en un paraíso fiscal, es este despilfarro de lujo árabe financiado no se sabe como.
Este jueves se daba a conocer que Juan Carlos I presentaba una segunda regularización fiscal por valor de más de cuatro millones de euros, fundamentalmente por pagos de vuelos privados de la Fundación Zagatka, controlada por tres testaferros, entre ellos su primo Álvaro de Orleans. Esta fundación tiene su sede en un pueblo de 5.000 habitantes llamado Vaduz, es tan pequeño que cuando lo visitas poco después de entrar, como andes despistado, ya has salido de él. Pero Vaduz, está en Liechtenstein, es su capital. Y lo que más llama la atención allí, es la gran cantidad de bancos en un pequeño pueblo. Un paraíso fiscal en medio de Europa.
Esta manía, o necesidad, del ocultismo parece jugar malas pasadas. Hay todo un sistema organizado para ocultar al emérito de miradas curiosas, pero ese mismo hecho crea a su alrededor el insoportable deseo de descubrir desde lo más simple a lo más complejo que rodea al padre del actual monarca. Los paparazzi han localizado su actual paradero, pero es que lo localizarán de cualquier manera, a pesar de los servicios secretos.
Para más recochineo, resulta que ahora en Google Maps se puede ver la villa en la que habita el emérito con sólo buscar “Casa de Juan Carlos I en Abu Dabi”. Parece un chiste, pero es verdad.
En este agónico huir de la notoriedad, el emérito se ha ido a la isla de Nurai y, por mucho lujo, por mucha playa privada, por muchos 25.000 euros de alquiler, Nurai está cerca del Estrecho de Ormuz y frente a las costas de Irán. ¿Esto se sostiene, desde el punto de vista de la geoestrategia? Un F14A Tomcat iraní (están descatalogados pero allí siguen funcionando) puede llegar, con sus misiles, en unos minutos a la isla de Nurai. ¿Es el lugar adecuado para tan largas vacaciones del rey emérito?
Creo que no. Y, además, ofrezco una solución. Un lugar seguro, un lugar cristiano y no islámico, un lugar ascético para contrarrestar esa vida de lujo y relajo pecaminoso que ha rodeado al monarca. Sustituir disipación por penitencia. A grandes males, grandes remedios. El monasterio de Yuste en la comarca de La Vera en la provincia de Cáceres. Es perfecto, no sé como no se le ha ocurrido a alguien antes. Si Juan Carlos fija su residencia definitiva en Yuste, anuncio a todos los preocupados que la monarquía en España está asegurada. Su residencia sería la misma que tuvo siglos atrás el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V de Alemania, o Carlos I de España, en su último tramo de vida. Una residencia austera, muy austera, en el propio monasterio, desde la que puede seguir los ritos religiosos a diario en una posición preferente.
El único problema es que cuando Carlos V habitó Yuste había allí una treintena de frailes jerónimos, hoy sólo hay cinco frailes polacos. Pero todo no va a ser perfecto. Puede dedicarse a practicar polaco con ellos. Desde su nueva residencia, y cuando pase el rigor de la pandemia, podrá saludar todos los mediodías desde la ventana de su austera habitación, mano con vaivén en alto, a los visitantes del monasterio que dirán con orgullo: “Yo he visto al Rey en Yuste”.
De esta forma uniría el destino de los Borbón a los de los Austria, cuyo primer rey fue precisamente el emperador Carlos I. Un cronista del momento, el gran Fray José de Sigüenza de la orden de los Jerónimos, relató el instante en el que el emperador pasó al sueño eterno: “Aviendo estado dos años menos quinze dias aparejandose para este punto, retirado del mundo, renunciados los estados y todo genero de negocios terrenos, tratando solo los de so alma”.
“Renunciados los estados y todo genero de negocios terrenos”. Es decir, dejar el mundanal ruido y recluirse en Yuste. Esa sí que es una campaña de marketing para la eternidad. Pero no creo que le interese, se quedará con la playa privada.
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