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La cesta de Navidad

Rajoy saluda a un agradecido presidente de la CEOE, Juan Rosell.

Maruja Torres

Si algo tiene esta época terrible es que nunca podremos decir que no sentimos en nuestras carnes cómo se nos sacaban las mantecas. Que no escuchamos con nuestros oídos el desgarro de las cuchillas en la carne de los inmigrantes. Que no leímos en nuestros propios idiomas cómo se nos fumigaban los derechos. Que no aceptamos sin rechistar que se sacaran de la manga cambios de leyes que habían de arrancarnos la dignidad a mordiscos. Que no vimos marchar a nuestros jóvenes, ni desdeñar a nuestros enfermos, ni hacer retroceder a nuestras mujeres. Que no supimos, gracias a la libertad de expresión restante, cómo se nos cercenaba la libertad de expresión completa. Somos la respuesta viviente a algunas preguntas retóricas que alguien siempre se ha hecho después de la caída: ¿cómo es posible que no lo viéramos venir? ¿Qué ocurrió para que no hiciéramos nada?

Es la táctica del hervido lento. Empiezan por procesar a Garzón acusándolo de prevaricador y terminan autorizando a los seguratas para que repriman a la ciudadanía para beneficio del negocio. Estamos cocidos, gente. Como cangrejos. Y ni siquiera duele. No gritamos. O mejor dicho, gritamos demasiado. En las redes, tuiteando, yo misma, aquí mismo. Nos refugiamos en la crítica, en el sarcasmo. Otra cosa es la acción cívica, unitaria y contundente.

Ni siquiera tenemos la excusa de haber sufrido una guerra o soportado una posguerra o tenido que construir el Valle de los Caídos a sangre y fuego. No venimos de aquella resignada cabeza baja.

Nuestra pasividad procede de pasados mucho menos dolorosos, nuestra gente de hoy no fue entrenada en la sumisión por el garrote. Por eso a nuestros amos les basta con dosificarnos las pérdidas: ahora de una en una, ahora en aluvión, ahora ninguna, ahora todas a la vez.

A España le han aplicado un despiece y venta similar al realizado en Irak, aunque siempre es de agradecer que a nosotros no nos bombardearan –les faltó cuajo para declarar a ZP seguidor de Sadam Husein y liberarnos a misilazos–, y que adoptaran métodos no precisamente democráticos pero pacíficos –decretazos– para vaciar de todo contenido, excepto cuatro cosillas –la monarquía, por ejemplo– la Constitución que claman respetar. Es genial, y hay que felicitar a la esfinge que nos gobierna por el desmantelamiento del Estado Social perpetrado urnas mediante. El mismo tipo que, en los 80, escribió que la lucha por la igualdad de derechos es “envidia de clase”, nos aplica ahora el castigo por lo que considera nuestro pecado. Y le sale bien, y está contento. ¿Quién dijo que no iba a llegar lejos? Ni siquiera Aznar hubiera podido soñar que aquel a quien nombró con su displicente dedo iba a resultar el verdugo más adecuado en las circunstancia oportunas.

La cesta de Navidad nos llega carente de obsequios y repleta de sinsabores. Hubo un tiempo en que nos gustaba que nos regalaran un jamón. Hoy me conformaría con conquistar la dignidad como ciudadana.

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