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Sobre los cimientos de la Constitución

El senador y vicesecretario general de Coordinación Autonómica y Local del PP, Pedro Rollán.
18 de mayo de 2023 21:57 h

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Poco antes de las cuatro de la tarde de un viernes de junio de 1987, ETA perpetraba uno de sus más sangrientos atentados en Barcelona. El comando que llevaba el nombre de la Ciudad Condal instaló en la primera planta del aparcamiento del centro comercial Hipercor un Ford Sierra robado en San Sebastián con 30 kilos de amonal, 100 litros de gasolina, escamas de jabón y pegamento hasta sumar 200 kilos de carga explosiva. 

A las tres de la tarde, el etarra Domingo Troitiño realizó tres llamadas dirigidas a la Guardia Urbana de Barcelona, a la dirección del centro comercial y al diario Avui para alertar de la presencia del coche bomba. Las fuerzas de seguridad acudieron al lugar, pero el servicio de seguridad de Hipercor creyó que era una falsa alarma y no ordenó el desalojo del centro. A las 15:55 explotó la bomba. Fueron asesinadas 21 personas y otras 45 resultaron heridas en la mayor masacre de la historia ejecutada por la banda terrorista.

ETA no solo buscó la destrucción del centro comercial en su primer atentado cometido contra civiles, sino que fabricó una bomba especial «incendiaria» para quemar vivas a las víctimas que se encontraban dentro de los grandes almacenes. Domingo Troitiño y Josefa Ernaga Esnoz fueron condenados a 794 años de prisión como artífices de la masacre. En 2003, la Audiencia Nacional condenó a 790 años y medio de cárcel a Santi Potros y Caride Simón por ordenar y ejecutar respectivamente el atentado.

Entre los pliegues de la memoria de quienes tenían entonces uso de razón permanecen aún las imágenes de los muertos, los heridos, la sangre y el horror porque, aunque a finales de los ochenta del siglo pasado no había redes sociales ni móviles, las autoridades no recomendaban a los medios de comunicación evitar la difusión de imágenes sobre las matanzas ni por desgracia el debate sobre el respeto y la intimidad de las víctimas y sus familiares ocupaba demasiado tiempo en los consejos editoriales. 

Pedro Rollán, senador y miembro de la dirección nacional del PP, tenía 18 años cuando se perpetró aquella masacre. En su biografía del Senado no consta que tenga estudios ni más empleo que el de gerente de Schweppes -sin concretar fechas- antes de que en 1994 se afiliara al PP y desde 2002 y hasta hoy encadenase diferentes cargos públicos y orgánicos. 

No hace falta tener mucha formación para saber el impacto que aquel sangriento atentado tuvo sobre la democracia española pero sí un alto grado de desnutrición moral para sostener en sede parlamentaria que la ley de vivienda, aprobada democráticamente en el Parlamento, se ha construido sobre los cimientos de Hipercor, que es exactamente lo que ha dicho Rollán y ha avalado con su silencio la dirigencia del PP.  El mismo partido, por cierto, que habla de respeto, memoria, dignidad, verdad y otras bellas palabras al mismo tiempo que utiliza el dolor para hacer política partidista en medio de una campaña electoral y doce años después de que ETA dejara de matar.

“ETA está viva”, ha proclamado Isabel Díaz Ayuso, un día después de las palabras de Rollán y de que las víctimas de la banda asesina cargasen contra ella por no respetar a los muertos. Debe estar viva, sí, pero sólo en las mentes de quienes, como la presidenta madrileña, no tienen más que ofrecer que un proyecto cargado de odio y confrontación. O, como en la del senador Rollán, que por no saber no sabe siquiera que la ley de vivienda si en algo está sustentada es sobre los cimientos de la democracia parlamentaria y del artículo 47 la Constitución. Un precepto que, además de recoger el derecho a la vivienda, atribuye a los poderes públicos la capacidad de establecer las normas pertinentes para hacerlo efectivo e impedir la especulación. Demasiada letra para tan corta entendedera.

Hay líneas que jamás deberían traspasarse en democracia ni siquiera en el fragor de una campaña electoral en la que el PP vuelve a practicar el todo vale. El ambiente empieza a ser irrespirable en este tránsito hacia los extremos de la política más deplorable.

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