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Lo del coletas

Feijóo y Cospedal

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Han sido años y años y años de acoso mediático, hasta de una violencia en forma de escrache domiciliario sostenido contra el que nadie ha hecho nada. Resultaba increíble esa capacidad de resistencia personal, admirable. Políticamente, sin embargo, el acoso, el desprestigio y el desgaste han sido casi insuperables. La pestilente basura tirada sobre Podemos durante todos estos años podía haber convertido a esa formación en un auténtico vertedero, independientemente de los conflictos internos que tiene todo partido político o del mayor o menor crédito popular que logren sus actuaciones y propuestas. Ha sido casi un milagro mantener el apoyo electoral y hasta llegar a formar parte del Gobierno cuando vas dejando tras de ti tal rastro de presunta excrecencia, que nadie limpiaba aunque se supiera y se denunciara, y que ahora se comprueba, con esos audios de mierda entre Villarejo y Cospedal, que era pura deyección moral del PP, puras malas artes frente al legítimo adversario, cloaca pura y dura. Ha sido un milagro sobrevivir.

Primero se dijo que esos catedráticos, esas profesoras, esos estudiantes, esas economistas, politólogas, trabajadoras, esas desempleadas y asalariadas, esos obreros, esos autónomos, incluso esas emprendedoras, aquellos empresarios, eran simples perroflautas, incapaces de organizarse más allá de una tienda de campaña infestada de dogmas y piojos. Que monten un partido político, si son tan listos. Lo montaron. No solo: se convirtieron en una fuerza que trajo ilusión (por iluso que ahora pueda parecer), que devolvió esperanza (por descreídas que seamos), que generó estímulo (por cansados que estemos) para la reconstrucción de un país asolado por la corrupción política, económica e institucional. El supuesto perroflautismo se convirtió en una nueva izquierda organizada, y, entonces sí, la máquina de destrucción se puso en marcha. Una máquina de producir mentiras.

A la manivela de ese aparato le daba un policía delincuente que se decía patriótico. Un malo de libro. Pero lo peor no era su capacidad de hacer el mal, sino que la basura que fabricaba fuera alentada por la entonces ministra de Defensa y secretaria general del PP, partido en el Gobierno, y sus mentiras, aventadas sin descanso, minutos, horas, días, semanas, meses, años, por medios de comunicación, tertulianos, columnistas, comentaristas, analistas, cronistas, articulistas, presentadoras de televisión. El vocerío no estaba solo, no era espontáneo ni clamaba en el desierto: a la sombra de la cloaca estaban políticos en ejercicio, banqueros, jueces, empresarios, consejeros delegados, comisionistas, altos cargos, monjas, curas, cortesanos. La derecha patriótica se empleó a fondo en la compra de acciones de un relato que sabían falso. Se trataba, no ya de debilitar, sino de dinamitar la fuerza de una izquierda a la que su férreo sistema de intereses se negaba a permitir la mera existencia. Se trataba de que ese relato cobrara cuerpo hasta que la opinión pública diera por verdadera la mentira. Había nacido el coletas.

No es casualidad que con él y con Podemos renaciera la ultraderecha en Vox. Convenía que saliera de su matriz, del Partido Popular, para hacer el trabajo más sucio. Si la mierda esparcida era tan asquerosa que podía dejar al PP demasiado en evidencia, allá venían ellos a hacerse cargo de lo peor. Llamaban a sus compañeros “derechita cobarde” para poder difamar en su nombre sin que lo pareciera. El objetivo era común: desprestigiar de tal modo a las izquierdas que nunca pudieran llegar al poder o mantenerlo. Cuanta más mierda se esparcía, cuanta más gente se la tragaba, más iba subiendo Vox. Tarde o temprano se reunirían y volverían a hacerse con todo. Ese era el plan, ya lo hemos visto. En el camino, quedaban destruidas reputaciones, honras, trabajo, esfuerzo, crédito. Vidas personales y trayectorias políticas (cuyos aciertos o errores son otro cantar). Y se destruía algo más: un sistema democrático cuya salud ya era precaria (una monarquía parlamentaria constituida sobre los cimientos del franquismo).

Podemos reclama ahora un perdón que se merece. Pero la historia se fue escribiendo así y hay un daño irreparable. Por supuesto, para la formación política. Pero también para toda la sociedad. A ti y a mí y a aquél nos han hecho también un daño irreparable con esas mentiras, con ese tráfico de bajos fondos, con esos acuerdos de mierda que hemos pagado todas. Lo del coletas es lo nuestro, tengamos o no afinidad política con Podemos. Lo del coletas es lo de nuestra dignidad. Lo del coletas es lo de la ética y la estética. Lo del coletas es lo de la democracia. Que no es real porque no la quieren los de siempre, los que solo quieren sumar sus dividendos.

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