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Conducta en los velorios

Miguel Roig

No es novedad el ocultamiento de la muerte al punto de convertirla con la incineración generalizada de los cuerpos y el esparcimiento de las cenizas en una volatilidad total. La posmodernidad también ha impuesto entre otras levedades una religión vital –¿un fake mood?– frente a la exactitud de la muerte que proclamaba Ciorán.

Como entre los gestos de la negación se suma el silencio cómplice en las ceremonias fúnebres, minimalistas, y el de los obituarios –también desaparecen las esquelas en la prensa–, es destacable una de las decisiones que ha tomado el exsenador John McCain quien, afectado por un cáncer terminal, ha hecho público a través de sus deudos que Donald Trump no estará entre los invitados a la ceremonia de su funeral en la Catedral Nacional de Washington.

McCain, es preciso recordar, no es fundamentalista, populista ni radical, solo es un republicano liberal que apoyó el Obamacare y se ha enfrentado desde distintas tribunas a Trump quien, por su parte, no dejó de responder a estas posiciones desde las redes tal y como acostumbra con todo aquello que le incomoda.

No hay antecedentes cercanos, que se sepa, en la escena pública de un comportamiento como el de McCain que rompe con la convención imperante que no solo diluye a la muerte sino también al muerto ya que le arrebata la intervención en la escritura de su memoria. McCain no tolera a Trump y se pregunta por qué debería hacerlo una vez muerto. Más allá del pánico o la resignación que impone la muerte, McCain solicita con un reclamo radical que su dignidad no se suspenda: su cuerpo carecerá de vida pero no de identidad y en ese gesto señala al muerto que ya nadie quiere ver. No es casual que tampoco se vea ya a la muerte como un hito en las series, otro relato cultural de nuestro tiempo. En ellas se ha normalizado su visión y roto el tabú histórico hacia la desaparición de los personajes que mueren sin importar su rango en la serie al igual que acontece en la vida misma. Según explica Jorge Carrión, analista del género, «se muestra la muerte, se muestra la ciencia forense, el cuerpo por dentro y por fuera, desnudo incluso». De tanto verla, queda oculta.

En la tradición católica la muerte es central al punto de que con su condición de final de la vida se puede conviertir en el principio de otra redentora; la figura de Cristo es prueba de ello. Los mexicanos han extremaado esto al paroxismo llevando la muerte a lo cotidiano al punto de que es muy popular la tradición de tener un altar en los hogares con imágenes de los difuntos. Octavio Paz decía que la relación de los mexicanos con la muerte es íntima. En un cuento, El simulacro, Borges narra cómo se arma en un pueblito argentino una capilla ardiente con una tabla y dos caballetes, una muñeca de pelo rubio en una caja de cartón, flanqueada por cuatro velas puestas en candeleros y un hombre, el cual, junto a la caja, recibe el pésame de la gente del lugar que se acerca a la representación del velorio. Escribe Borges: «La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología». En 1974 cuando murió Perón, la escena se repitió y el fallecimiento del expresidente Néstor Kirchner en 2011 rememoró los tiempos de los grandes duelos nacionales sembrando el territorio de estatuas y bustos.

En lugares como México, en los que la muerte forma parte esencial de la cultura, involucra a todos en su relato; en algunos sitios, solo a líderes señalados; en los países centrales, a nadie. En este contexto, John McCain pareciera proclamar que hay vida después de la muerte, cuando en realidad solo pone cada cosa en su sitio, empezando por su dignidad.

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