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Las consecuencias

Militares del Ejército de Tierra limpian el acceso de entrada al Hospital Gregorio Marañón, en Madrid (España) / Jesús Hellín / Europa Press
13 de enero de 2021 22:38 h

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"Las consecuencias son inevitables(…) El invierno es peor que la primavera

Enrique Bunbury

No solo están matando la realidad sino que con ella agoniza la capacidad de extraer de los datos reales las consecuencias que indefectiblemente se derivarán. La información puede darse de forma espectacular, si así se quiere, pero no es un mero espectáculo. Hay que saber usarla. La ciencia está para servirnos sólo si sabemos servirnos de ella. La mayor parte de los males que nos acaecen tienen que ver con el nuevo analfabetismo, el que ha separado al individuo del conocimiento básico y a los gobernantes de la capacidad de adelantarse a mitigar a lo que no van a poder impedir. Estamos en un año tan distópico que esta reflexión vale lo mismo para las nevadas que para la pandemia. En todo cojeamos los individuos de lo mismo y en todo fallan por lo mismo nuestros gobernantes. 

Las consecuencias son inevitables. De un hecho natural se derivan consecuencias. Un virus que se transmite de determinada forma nos infectará si no ponemos barreras a esa transmisión irreversible. Una nevada de dimensiones seculares no se puede detener ni las consecuencias que la ciencia física deriva de ella tampoco. Sólo se pueden mitigar las consecuencias. 

Ahí es donde me parece que reside el gran error que tanto las administraciones como muchos ciudadanos e incluso medios de comunicación hemos cometido con respecto a Filomena. El pasado viernes los meteorólogos sabían exactamente la hora de comienzo en Madrid de una nevada que duraría 30 horas. Fueron precisos y casi matemáticos. Las teles y las radios y las redes se hartaron de transmitirlo. Lo curioso es que la mayor parte de la gente no hizo nada al respecto sino seguir con su vida y eso es una muestra clara de la no ponderación de las circunstancias. 

¿Sirve de algo machacar con la alerta roja y con la nevada del siglo si la población no relaciona esto, y no se le explica, con las posibilidades de que no puedan circular los camiones de abastecimiento, con los bloqueos de calles y hospitales, con el riesgo de quedar atrapado en vehículos, con la hipotermia, con la necesidad de ropa y calzado adecuado, con la imposibilidad de seguir manteniendo la vida normal mientras eso sucede? Solo los madrileños acostumbrados a la nieve -por origen o por prácticas deportivas o por otras causas- creo que eran conscientes de las consecuencias que se derivan de una nevada de 30 horas con más de 30 centímetros acumulados. Apenas unos pocos coches aparcados tenían los limpia subidos, porque apenas unos pocos madrileños sabían que eso es lo que hay que hacer ante una gran nevada. ¿Cadenas en los autobuses? Ni de coña. ¿En los coches? Ni soñarlo. A las ocho de la tarde del viernes ya era preciso ir con botas de nieve pero los comercios seguían abiertos y llevaba el equivalente a una jornada de trabajo nevando. Esos empleados cogieron sus coches y los autobuses para intentar llegar a sus, a veces, muy lejanas casas y quedaron atrapados. ¿Por qué no se pidió el cierre de los comercios y empresas cuando comenzó la nevada? ¿Por qué no se enviaron a cocheras a los autobuses antes de que atascaran todas las salidas y carreteras? ¿No se pensó que Barajas iba a quedar inoperativo y se avisó para suspender todos los vuelos posibles?

Las consecuencias. Las de la nevada son las esperables. Madrid tiene 9.000 kilómetros de calles que limpiar. No se está haciendo mal. Es absolutamente imposible pedir, esperar, reclamar que todas queden limpias de forma simultánea en dos o tres días. Imposible. Para eso, por supuesto, hay que priorizar y despejar primero los ejes que son imprescindibles para los movimientos logísticos en la ciudad. Eso lo están decidiendo los técnicos y no los políticos, tampoco nos pongamos estupendos. Ni Almeida ni Ayuso han tenido que decidir por dónde empezar y por dónde acabar. 

Esto no tiene nada que ver tampoco con la cuestión de la fortaleza de lo público. Ningún sistema público puede sostener durante décadas personal y maquinaria que no son precisos. De nuevo, hay que priorizar el empleo del dinero público. Mas oigo a mucho malcriado gritando ¿qué hay de lo mío? De mi calle, de mi alero, de mi traslado ¡Yo pago impuestos! Incluso ha habido críticas a la participación de los ciudadanos en el esfuerzo por agilizar la limpieza de la nieve o por la implicación de corporaciones de derecho público o incluso la contratación de empresas privadas, como si no se pudieran utilizar todos los recursos al alcance de una sociedad para resolver una emergencia de la forma más rápida y adecuada. ¿Alguien cree que con Carmena esto hubiera ido distinto? Creo que no porque no hubiera dispuesto de nada más que de lo que dispone Almeida. 

Las consecuencias, como las de dejar a las familias desplazarse entre comunidades y juntarse en navidades por más normas chorras que se pusieran. Las consecuencias eran conocidas, están llegando, el sistema sanitario está al límite, los muertos diarios van subiendo. Lo sabían los gobernantes que se limitaron a poner normas absurdas, ineficientes de todo punto y los ciudadanos que tenían que conocer, tenían los medios, que se estaban exponiendo si hacían algo más que quedarse en casa con sus convivientes. Somos tan absurdos, tan egocéntricos que damos asco más que pena.

Me sorprende sobre todo en personas progresistas esa confusión entre lo público, lo privado, lo individual y lo colectivo, como si lo individual fuera privado o como si lo colectivo no fuera parte de lo público. Ciudadano es aquel que, entre otras cosas, hace gala de un sentido cívico que incluye tanto cierta obediencia a los poderes públicos en casos de emergencia como una parte de solidaridad colectiva. Esa virtud puramente republicana -la que lleva a los vecinos juntos a coger una pala o a trasladar enfermos o a ayudarse despejando los tejados- ha sido denostada estos días por aquellos que consideran que la defensa de lo público o de un estado fuerte es incompatible con ejercer las responsabilidades que como ciudadanos también tenemos. Defender lo público no es sentarse a esperar que lo público pueda llegar a todo, instantáneamente y a nuestro mejor acomodo y exigirlo porque pagamos impuestos. Eso es tener mentalidad de consumidor, de consumidor de lo público si se quiere, pero no de ciudadano. Además hay una obligación legal recogida en las ordenanzas de cierta contribución en los desastres y la ley ya prevé que en caso de no hacerlo se pueda multar y también que sea el seguro de los que no hayan despejado su zona el que cubra los accidentes que se provoquen, o sea, que no es nada nuevo ni de derechas ni de izquierdas. Es lo previsto.

¡Ojalá las características del esfuerzo de vacunación nos permitieran organizarnos para echar una mano y que todo fuera más rápido! Ahí sí que el enflaquecimiento de la sanidad realizado durante décadas, la sobrecarga que le imponemos con el aumento de contagios y las dificultades logísticas nos dejan atados de pies y manos. Ahí es donde la imposibilidad real de hacer el esfuerzo que se ha prometido -esto no es vacunar contra la gripe- nos deja inermes y totalmente desprotegidos. En lo de la nieve, mientras se prioriza lo más importante, los ciudadanos responsables son muy capaces de poner de su parte para mejorar la situación colectiva y eso es lo que han estado haciendo. Pero también los empresarios responsables son necesarios en una sociedad digna. Las presiones que se están realizando a trabajadores no esenciales o que pueden teletrabajar para que vayan a su puesto de trabajo son impresentables y están provocando un tráfico que dificulta la limpieza y asegura un riesgo de contagio en los transportes públicos que ya funcionan y que deben absorber un flujo inusual. Sobre esto sí es exigible que actúen las autoridades.

Nos podemos anegar en información que como no haya nadie capaz de digerirla y de extraer consecuencias prospectivas y preventivas de ella estaremos en peores circunstancias que nuestros antepasados. Ellos, al menos, cuando helaba, sabían que el hielo resbala y no se ponían bolsas de plástico en los pies.

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