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Conservar la naturaleza es negocio

El turismo de naturaleza emerge en plena crisis

José Luis Gallego

Es verdaderamente difícil contener la emoción que quiero compartir aquí con todos ustedes. Estoy en una casa rural del Valle de Laciana, en la montaña leonesa. Cuesta escribir porque el canto de los pájaros y el verde fluorescente de los prados que rodean la casa entra por las ventanas como gritándole a uno “pero que haces ahí dentro”. Pero es que necesito contarles todo lo que está pasando ahí fuera antes de que me reviente el pecho.

Y lo que está pasando es que la naturaleza anda excitada. Los paisajes están como nunca los había visto: cielos transparentes, cumbres nevadas, ríos inflamados, prados como alfombras persas bordadas de flores de todos los colores. Y luego están ellos: los animales salvajes.

Los corzos, los zorros y las liebres saltan por caminos y senderos. Es imposible dar un paso sin escuchar un trino ni ver a un águila cruzar los cielos. Aquí, en la montaña leonesa, los urogallos están cantando en el bosque y lo hacen tan alto y tan seguido que se les oye desde la carretera. No sé si saben lo que es un urogallo, si no lo saben paren aquí la lectura, les espero. Entren un momento en Google y escriban el nombre (u-r-o-g-a-l-l-o). Denle a imágenes. ¿Qué? ¿flipante, no? Pues esos mismos animales, esos impresionantes gallos enlutados de más de un metro de longitud y cuatro kilos de peso son los que andan pavoneándose por nuestros bosques espoleados por el celo, ofreciendo uno de los espectáculos más impresionantes de todo el holártico. Y luego están los osos.

Los osos pardos andan subiendo y bajando montañas unos detrás de los otros como si se estuvieran entrenando para las olimpiadas. Es un escándalo: hembras acompañadas de sus crías, machos persiguiendo a esas hembras, otros machos detrás de ellos, jóvenes despistados que se meten en el territorio de un adulto poco hospitalario y salen echando leches por las crestas como si fueran rebecos… Miren, yo no he estado nunca en Yellowstone, pero me atrevo a asegurar que ningún otro lugar del planeta es capaz de ofrecer el espectáculo natural que nos brinda estos días la montaña leonesa.

Esta mañana he subido al monte con una de las Patrullas Oso de la Fundación Patrimonio Natural para verlos. No he conocido a ningún agente de campo tan profesional como los miembros de estas patrullas. Conocen cada palmo del terreno, saben interpretar cada rastro, cada sonido, incluso cada olor. Son como los tramperos del Yukón en versión ibérica. “Aquí” -dice Dani categóricamente, castellanamente hablando- y parapetados tras unos piornos empezamos a montar las ópticas para observarlos. Nada más enfocar a la ladera de enfrente Lorenzo me avisa: “míralos, ahí los tienes”. Y efectivamente, es una pareja. “La hembra está en celo -me dice- por lo que no sería de extrañar que acudiera otro macho”. Y así es, a los pocos instantes veo como aparece en escena otro oso: durante un buen rato estoy disfrutando con la observación de tres osos pardos a la vez desde mis prismáticos. Un lujo no: un privilegio.

Y eso me lleva a pensar en la oportunidad para estas tierras mineras sacudidas por el paro del turismo de naturaleza. Un turismo que no puede ni debe entrar en conflicto con la conservación de aquello que las hace tan singulares y atractivas, pero que es una ocasión. Un turismo que si de desarrolla de manera sostenible, si se regula convenientemente para evitar su impacto ambiental, puede realizar un gran aporte al Plan de Dinamización de las cuencas mineras contribuyendo a la creación de empleo, la generación de actividad económica y a fijar población rural en esta privilegiada tierra que se va vaciando con el cierre de cada pozo.

En ese sentido conservar la naturaleza puede ser una buena alternativa. Apostemos por ella: redoblemos las inversiones en mantenimiento de los espacios naturales, en equipos de control y vigilancia, en agentes medioambientales, en señalización e itinerarios, en formación de guías y educadores ambientales, en instalaciones. Un buen ejemplo son las Casas del Parque que la Fundación Patrimonio Natural tiene repartidas por el territorio. Equipamientos de primerísima calidad perfectamente equipados, dotados de estupendas exposiciones y salas de audiovisuales. Reciben cada año centenares de miles de visitantes. Vayamos por ahí: multipliquemos su presencia y promovamos su uso. Estaremos cumpliendo una doble función.

Otro frente es el de los establecimientos de turismo rural (como éste desde el que les estoy escribiendo) que empiezan a florecer en el entorno de los espacios protegidos: hay que apoyar a esta gente, animarles a emprender, estar a su lado. Hay que dotar a la naturaleza de establecimientos de calidad que permitan una estancia confortable, a la altura del público más exigente.

El negocio del futuro es la naturaleza, a ver si lo entendemos de una vez por todas y apostamos por ella: la conservamos, la cuidamos, la protegemos y la convertimos en motor de desarrollo sostenible. Buscamos desesperadamente nuevas oportunidades de futuro, pero los árboles no nos dejan ver el bosque. Y es que la mejor oportunidad esta precisamente ahí, en el bosque: vayamos a por ella.

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