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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Lo que aprendí contestando pacíficamente comentarios maleducados en Twitter

Más allá del troll. Ilustración de Jim Cooke (cc Gizmodo)

Felipe G. Gil

Vivo en Sevilla desde hace 5 años de alquiler en un piso que ha visto nacer a mis dos hijas. Hace unas semanas los propietarios decidieron poner el inmueble a la venta. En unos días se sucedieron las llamadas para concertar las visitas. La segunda de ellas, confirmó su interés por adquirirla e inició los trámites para formalizar la compra. Menos de una semana y pam. Vendida.

La visita fue dura. Duele ver entrar a personas desconocidas en la que consideras ‘tu casa’ y proyectar sus deseos en forma de futuros tabiques a tirar, cortinas o elementos decorativos mientras tú estás ahí todavía con tu amorfa disposición que mezcla muebles de los anteriores propietarios con los tuyos, juguetes esparcidos por otras partes, estanterías eternamente desordenadas de libros a medio leer o cajones con cables y cacharros de supuesta tecnología punta que nunca llegaste a estrenar…

A la mañana siguiente tenía una reunión fuera de Sevilla. Cogí un tren y entre sollozos escribí y publiqué en mi blog un texto que titulé “El fin del mundo me pilló fregando una casa que no era mía”. Os comparto un fragmento:

Duele darte cuenta de que tu casa no es tuya. Es como si el mercado inmobiliario viniera a darte una fuerte bofetada en la cara y te dejara impreso la famosa proclama de “no vas a tener una casa en la puta vida”. Y a pesar de que adecentaras una lamentable terraza que cuando llegaste era impracticable, a pesar de que arreglaste una cisterna que perdía agua de forma regular o a pesar de que has pagado un dineral en concepto de alquiler en 5 años de alquiler, no es tuya. También duele porque no hay alternativa. Porque llevamos buscando piso durante un año y la oferta se vuelto cara y escasa. Quién tiene casas decentes prefiere AirBNB, a pesar de que en las grandes ciudades ya hayan dado la alerta sobre los efectos nocivos para los vecindarios de construir zonas turísticas 2.0. En Sevilla no tenemos la situación tan dramática que puede haber en Madrid o Barcelona, pero desde luego es complicado encontrar una vivienda decente a un precio de alquiler razonable y con unos propietarios que se preocupen de verdad por sus inquilinos

En esta casa hemos visto nacer a nuestras dos hijas. No solo eso. Ambas han pasado mil aventuras. Aprender a andar, a hablar, a reírse. A pintar por fuera y por dentro de la línea. A compartir juguetes. A comer poniéndolo todo pringado. A ver pelis. A mirar al horizonte a través de un balcón que lo permitía (¡Todo un lujo!). A regar unas plantas siempre sedientas. A refugiarse en grupo de la tormenta. A perseguirse. A mojarnos. A enfadarse y a hacer las paces. A llorar y luego calmarse. A vivir”.

Puedes leer el texto al completo aquí.

El objetivo fundamental del texto era desahogarme. Evidentemente y entre líneas hay una crítica al momento actual que vive el mercado inmobiliario: el alquiler está cada vez más caro. Hay sindicatos de inquilinos que se están encargando de documentar los motivos y que alertan sobre una nueva burbuja. Pero sobre todas las cosas era un suspiro compartido, un lamento muy personal sobre una situación dolorosa para mi y para mi familia. Sabía que el texto podía conectar, sobre todo con personas que hubieran sufrido situaciones similares. Pero no me esperaba que se viralizara en Twitter. Recibí muchos comentarios muy bonitos.

Además de los comentarios en público, también empecé a recibir muchos comentarios en privado. Muchas personas se volcaron en apoyarnos, darnos números de teléfonos de amigas de amigos que quizás dejarían un piso...incluso un amigo me llamó para ofrecerme una casa en desuso que tenía su pareja en un pueblo como solución temporal. Entonces sucedió algo.

Un abogado residente en Madrid en cuya bio de Twitter incluye la frase “El Islam termina donde empieza la Civilización” decide publicar un tuit citando el mío donde (me) dice: “Periodista progre descubre que la casa en la que vive de alquiler desde hace cinco años no es suya. Niños llorones. Adultos a medio hacer. Esto no tiene otro nombre”. Cuando entro en su timeline y veo que tiene más de 7.000 seguidores empiezo a intuir lo que va a pasar. Por si acaso le hice un RT (reenviado a mis seguidores) para sentirme más arropado. Ya daba igual. En poco más de una hora tenías decenas de menciones. En menos de medio día se convirtieron en cientos. Aquí van algunas de ellas.

Hay muchos más. Y algunos con peores faltas de respeto. No daba crédito, la verdad. El texto lo publiqué un miércoles y esto empezó a pasar un viernes por la tarde. No es la primera vez que me pasa algo así y por un momento pensé en seguir las instrucciones del manual no-escrito para Discusiones en Twitter en estos casos: ignorar a los que insultaban, rebatir a los que más ruido estaban generando haciendo RT con comentario para que ‘mi comunidad’ pudiera verlo.

Si no tienes Twitter es muy probable que todo esto te suene ajeno. Por decirlo de forma más accesible, la herramienta permite dos formas de discutir: de uno a uno o lanzándole al otro tus seguidores. Como es normal, la segunda se ha impuesto como forma de discusión (especialmente en entornos políticos polarizados). Lo que ocurre es que yo ya había escrito hace no demasiado acerca del origen machista de la ‘cultura del zasca’. De repente sentía la obligación de ensayar otra forma de encarar la situación que no fuera desde la pelea. Y así se me ocurrió algo.

A riesgo de que alguien pudiera pensar que estaba siendo impostado, tomé una serie de decisiones a priori y empecé a ponerlas en práctica de forma sistemática:

  1. Contestaría a todo el mundo, incluso a los comentarios más maleducados.
  2. No haría en ningún caso RT con comentarios, solamente respuestas individuales
  3. Respondería con mucha educación, intentando usar palabras que no fueran hirientes y obviando que las que pudieran ser infringidas hacia mí.
  4. Intentaría podar todo tipo de malentendidos hasta llegar a un debate saludable. En el caso de no ser posible, abandonaría la conversación amablemente.
  5. No interactuaría de ninguna forma (ni RT ni FAV) a personas que aún estando de acuerdo conmigo, insultaban a quién me insultaba.

Obviamente, una vez que puse en práctica esto, algunos de mis amigos se preocuparon. “¿Estás bien? ¿Por qué no los mandas a la mierda?”. No me había convertido en Ghandi, no. Mi actitud estaba siendo parcialmente teatralizada, sí. “Creo que te estás humillando”. Había una parte de mi que sinceramente pensaba que no podemos estar quejándonos de la polarización política en un entorno post Trump y no hacer algo cuando nos toca a nosotros... Así que durante 48 horas respondí a todos los comentarios (y si se me escapó alguno es porque fueron demasiados para poder compatibilizarlos con mi vida) siguiendo esa lógica.

Comenzaron a pasar dos cosas. Por un lado me di cuenta de que había ciertos patrones en las personas que me increpaban: madura, no tienes derecho a cuestionar la legitimidad del propietario a vender, el mercado es así, eso es que no has buscado bien y aquí tienes un montón de pisos en Parla… Curiosamente, muchas personas demostraban que no habían leído el texto (vivo en Sevilla, ¡el piso de alquiler en Parla me queda lejos!). Por otro lado, a pesar de que no hice ningún esfuerzo por presumir sobre cómo estaba actuando, pronto hubo personas que se dieron cuenta.

Había personas fijándose en mi comportamiento. No entraban al trapo, no insultaban. Solo les resultaba llamativo que fuera educado en Twitter. Esto ya debería ser suficiente para hacernos reflexionar. Y quizás haya que ir dando por concluida la famosa regla del “Don’t feed the troll”. Ya sabemos que Twitter (especialmente ésta) es un lugar tendente al troleo y a los zascas. Desconozco si es la configuración de la herramienta o si un devenir social. Pero es así.

También sé que lo que yo he vivido durante menos de una semana hay personas que lo viven a diario: activistas antirracistas, mujeres feministas, miembros del colectivo LGTBQI, ecologistas... En definitiva, yo he podido darme el lujo de usar la educación y la pedagogía extremas porque no sufro esto non-stop. Puedo imaginarme a una persona rendida ante tanto odio y decidiendo luchar en vez de intentar convencer a nadie a través de la palabra.

En lo que no me cabe duda es que la polarización puede ser neutralizada así. Hubo varias personas que tras haberme hablado mal terminaron disculpándose por ello tras ver que yo solo contestaba de forma educada. Por eso creo que necesitamos defender la radicalidad de la no-violencia. Necesitamos generar entornos digitales habitables que permitan una discordia educada. Necesitamos dejar de quejarnos de Trump como problema lejano mientras que aquí estamos entrando en guerra sin darnos cuenta. Y si no estás de acuerdo y te apetece acusarme de tibio o equidistante… ¿lo debatimos educadamente?

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