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¿El covid o la covid?

Eco y Narciso (William Waterhouse)

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La pandemia nos ha dejado muchas palabras y también una duda lingüística que se viene repitiendo incansablemente desde el mes de marzo: la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, ¿es “el covid” o “la covid”? Desde el comienzo de la pandemia, la OMS optó por la forma en femenino, y aunque la RAE considera aceptable la forma en masculino, la Fundéu recomienda usarlo en femenino, “la covid”. Sin embargo, en el uso general parece que haya ganado “el covid”. Cuatro meses después, la recomendación ha ido por un lado y los hablantes por otro.

El motivo por el que desde algunas instituciones se prefirió recomendar la forma “la covid” no era en realidad descabellada: al fin y al cabo, la palabra “covidviene de la sigla inglesa “COronaVIrus Disease”, es decir, “enfermedad del coronavirus”; puesto que tras la palabra “covidhabía un “enfermedadtácito escondido en la sigla, parecía razonable asignarle género femenino: la covid, es decir, la enfermedad del coronavirus. Al asignar género femenino a la palabra se hacía además hincapié en la diferencia entre la enfermedad (la covid) y el agente que la causa (el coronavirus, en concreto el SARS-CoV-2).

¿Por qué la recomendación de usar la forma en femenino para referirse a la enfermedad covid-19 no ha arraigado en el uso general?  Quizá porque el nombre tenía más pinta de matrícula que de palabra, quizá porque en el uso común la distinción entre el agente (el virus) y la causa (la enfermedad) no está tan clara ni es tan relevante como en la literatura técnica, el caso es que la justificación de un supuesto “enfermedad” latente no fue lo bastante poderosa para determinar el género de la palabra. No se trataba de un caso tan claro y meridiano como “el SIDA”, en el que el elemento que impone el género de la sigla (“síndrome”) es transparente para cualquier hablante. Al contrario, en este caso el género venía dado por una posible traducción del núcleo de una sigla (“enfermedad”, aunque nada impediría traducir ese “disease” como “mal”), que encima está en inglés (una lengua que, para más inri, no tiene género gramatical). La terminación del palabro tampoco ayudó: no hay muchas palabras que acaben en -id en español y las pocas que existen parece que pidan más masculino que femenino (“un ardid”, “el Madrid de los Austrias”). Ante la opacidad de esa D, los hablantes incorporaron la palabra como un todo y le asignaron el género que vieron más congruente con su pinta, “el covid”.

Al fin y al cabo, ¿por qué debían los hablantes saber de la sigla y de su significado en inglés para usarla en castellano? Lo que la defensa de la forma en femenino “la covid” presupone al agarrarse a ese supuesto “enfermedad” tácito es que en lengua las cosas deben funcionar según operaban o significaban en origen. Pero esto no necesariamente es así. En español usamos multitud de términos tomados de otras lenguas sin que la lógica por la que se rigen estos préstamos en la lengua de origen determine su funcionamiento gramatical en español: así, por ejemplo, “spaghetti” o “taliban” son formas plurales en sus lenguas de origen (italiano y persa, respectivamente), pero cuyas terminaciones resultaban opacas en español y por lo tanto fueron intrepretadas como singulares (y acabaron dando sus correspondientes plurales a la española: “espaguetis” y “talibanes”). Por mucho significado que tenga un elemento en la lengua de origen, de poco le servirá si su forma no es reconocida como moneda de cambio válida dentro el paradigma morfológico de la lengua de llegada.

Esta ceguera para reconocer patrones lingüísticos ajenos va de la mano del fenómeno contrario, es decir, la capacidad para ver paradigmas propios donde no los hay y asignar significado a elementos que en origen no lo tenían. Es el caso de la palabra “bikini”, en cuyo fortuito bi- los hablantes creyeron ver un dos (motivado por las dos piezas de la prenda), lo que ha generado toda una estirpe morfológica de prendas de baño (como el trikini o el monokini), a pesar de que en la lengua de origen la palabra “bikini” no tenía ninguna relación con el número dos. En último término, este fenómeno es también el que explica el malentendido que dio lugar al meme “A mimir. Two mimir” que encandiló a Twitter hace apenas unas semanas. La frase “A mimir” es inequívocamente interpretada por los hispanohablantes como preposición más verbo (como en “a comer” o “a dormir”), pero alguien que hable inglés (como es el caso de la dibujante que acuñó el meme) reanalizará esa frase de acuerdo a su propio paradigma lingüístico e interpretará ese “a” como un artículo, lo que convierte irremediablemente a “mimir” en sustantivo (abriendo la puerta a que haya varios mimir, produciendo el celebérrimo “two mimir”). 

Volviendo al covid, la palabra escondía un “disease” tácito en inglés, sí, pero en el momento en que el término se incorporó al castellano la palabra entró como un todo y la sigla pasó a ser opaca para los hablantes. Jugarlo todo a la carta de un supuesto “disease” tras la D de “covid” para justificar un femenino que los hablantes percibían como antinatural ha resultado una estrategia poco productiva. Aunque hacer ejercicios de lingüística ficción siempre es fácil a posteriori, si tan primordial era mantener la noción de enfermedad que en inglés subyace a “covid”, quizá hubiera dado mejor resultado traducir la sigla para que fuera transparente (a un hipotético “la ECOVI”, la enfermedad del coronavirus), aunque eso nos hubiese alejado del uso internacional mayoritario. En cualquier caso, el uso generalizado “el covid” parece haberle comido la tostada a “la covid”. Es probable que la forma en femenino sobreviva, aunque quizá restringida al ámbito de especialistas y de periodistas escrupulosos.

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