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La crisis del hombre moderno: tarea pendiente también de la izquierda

Manifestación del 8M en Madrid en marzo de 2020.

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No es infrecuente acusar a los hombres de izquierda, y yo desde luego lo he hecho a menudo, de hipocresía. Esa hipocresía que hace que se les llene la boca de valores como la igualdad y la solidaridad y que, sin embargo, traicionan cuando, en la esfera pública, no priorizan debidamente -o incluso, llegado el momento, directamente traicionan- la agenda de la igualdad de género. Y sobre todo, esa hipocresía que hace que, en la esfera privada, sigan reproduciendo esquemas y roles de género que son de todo menos igualitarios o solidarios.

La lectura reciente de Of Boys and Men: Why the Modern Male is Struggling, why it Matters and What to do About it, de Richard V. Reeves (Swift Press, 2022) ha sembrado en mí la duda acerca de si tal vez no sea esa falta de solidaridad y compromiso con la igualdad la única causa por la que la izquierda pueda estar perdiendo parte del voto masculino como expresión de un “si la izquierda se centra demasiado en la agenda feminista en vez de la lucha de clases, la abandonamos”. La duda de si, también desde el feminismo y el progresismo, hombres y mujeres debemos plantearnos de forma más compleja la crisis del hombre moderno.

El hombre moderno está en crisis, nos dice Rees, que centra su libro en datos de EEUU -aunque algunos se refieren también al Reino Unido y a Europa- y en los hombres que se declaran heterosexuales y cisgénero, que, según los datos que cita el autor, siguen representando aproximadamente el 95% de la totalidad. La diferencia entre el porcentaje de hombres y mujeres que consiguen hoy un diploma universitario (100 mujeres por cada 74 hombres) representa una diferencia mayor que la que en los años setenta se daba en sentido inverso. Aunque la diferencia salarial entre hombres y mujeres sigue perjudicando a estas últimas, el nivel de ingreso de la mayoría de los hombres es más bajo ahora de lo que era en los años setenta, mientras que el de ellas, sin ser aún igual, no ha dejado de crecer. Uno de cada cinco padres no vive con sus hijos. Tres de cada cuatro muertes por suicidio o sobredosis son de hombres. Estos son solo algunos de los datos.

En términos de causas profundas, explica Rees que, mientras que el rol de la mujer se ha ampliado y ahora incluye el de ganadora de sustento familiar que compagina con el de cuidadora, el de los padres no se ha expandido en igual medida. Tanto a nivel cultural como de políticas, seguimos anclados en un modelo obsoleto de paternidad que ya no acompaña a la realidad económica de la independencia de la mujer. Ello se traduce en que los hombres están dejando de poder cumplir sus roles tradicionales sin poder desarrollar otros.

Por otro lado, el feminismo ha puesto demasiado énfasis en superar la falacia naturalista según la cual todo lo natural es bueno y es la naturaleza, más que la sociedad o la cultura, lo que determina los roles de género. Este exceso de énfasis está impidiendo que se dé un debido reconocimiento de las diferencias que sí existen entre los sexos y que no están determinadas por la cultura sino por la biología y la evolución. Entre ellas, la mayor proclividad del hombre a la agresividad vinculada a los niveles de testosterona, su menor aversión al riesgo o su mayor proclividad sexual, rasgos estos dos últimos que el autor vincula a la mayor competitividad procreativa entre los machos en todas las especies. Al final, nos recuerda el autor, el comportamiento humano es el resultado de una combinación entre lo determinado por la naturaleza y nuestros instintos moldeados por la biología, la cultura y nuestra agencia individual. Todo cuenta.

El núcleo del libro, y lo que me ha dejado pensativa, es la denuncia de la situación de impasse político ante la crisis de la masculinidad. Según Rees, el sector progresista se niega a aceptar que pueda haber desigualdades de género que afecten y perjudiquen a ambos sexos, y no solo a las mujeres, y suele atribuir demasiado fácilmente todos los problemas que afectan al sexo masculino a la llamada masculinidad tóxica. Los conservadores parecen más sensibles a los problemas que afectan de forma especial a niños y hombres pero solo para justificar la necesidad de volver la mirada atrás y recuperar obsoletos roles de género. La izquierda les dice a los hombres “sé más como tu hermana” mientras que la derecha les dice “sé más como tu padre”, y al final ninguno de estos consejos sirve realmente porque lo que hace falta es una visión positiva de la masculinidad (que vaya más allá de la solidaridad con el feminismo) pero que sea compatible con la igualdad de género.

En concreto, según este autor, la izquierda vendría cometiendo cuatro errores. Primero, la tendencia a patologizar los rasgos naturales de la identidad masculina, recurriendo fácilmente a la etiqueta de masculinidad tóxica. El segundo, el diagnóstico individualista: mientras que el sector progresista ve los problemas que atañen a las mujeres como problemas de naturaleza estructural, los que afectan a los hombres se suelen ver más como el resultado de fracasos individuales. El tercer error sería negar todo rasgo biológico propio de cada sexo desde el axioma de que todas las diferencias sexuales tienen que ser exclusivamente el resultado de procesos de socialización, por miedo a caer en el esencialismo. Por último, defender que la desigualdad de género solo puede ir en un sentido es decir, que solo puede perjudicar a las mujeres.

Necesitamos urgentemente que la izquierda desarrolle políticas que aborden también los problemas de ellos y una agenda de la masculinidad en positivo. Es preocupante que el término masculinidad se use cada vez más de forma exclusivamente negativa, como masculinidad tóxica. Y la tarea es urgente porque los estudios nos dicen que la identidad de género importa. El 43% de los hombres dicen que su sexo es extremadamente importante para su identidad y el 46% afirma que es muy importante o bastante importante que los otros los perciban como masculinos. El problema además es que, como efectivamente hay problemas reales que competen a muchos niños y hombres y están necesitados de solución, si el sector progresista los ignora, la derecha encuentra ahí su nicho de actuación.

Sabemos, en efecto, que gran parte del sector conservador y casi por definición la extrema derecha airea los agravios de los hombres, tanto los que tienen fundamento como los que no, con fines políticos y que lo hacen para generar rabia y descontento, esas emociones, que no razones, que engordan sus filas. Sabemos también, nos dice Rees, que lo que no hacen estos sectores es aportar soluciones adecuadas. Porque si la izquierda comete errores, la derecha desde luego también. Errores como otorgarle una importancia esta vez excesiva al factor biológico a la hora de explicar las diferencias entre ambos sexos. Y sobre todo el error de volver la mirada hacia el pasado en vez de hacia el futuro a la hora de plantear soluciones, apelando para ello al constructo de la familia tradicional y a teorías conspiranoicas que ocultan la realidad de que detrás de la crisis de masculinidad hay cambios estructurales en la economía y en la cultura, y no una intención deliberada de someter al hombre o un ánimo de revanchismo.

La incapacidad de superar este impasse político a la hora de abordar seriamente la cuestión, hace que muchos hombres perdidos acaben encontrando refugio en la manosfera donde los debates sobre algunos de los problemas reales que afectan a niños y hombres, como los relacionados con ciertas dinámicas escolares, el sobrediagnóstico de hiperactividad y déficit de atención en los niños o las tasas de suicidio, conviven con corrientes de pensamientos y propuestas netamente misóginas. Y en este mar de confusión y desorientación se ceban populismos anti-género en el mundo entero al son de dinámicas centrífugas de guerras culturales. Cuanto más la derecha se va a un extremo, más la izquierda se va al otro. Cuanto más la izquierda desecha la relevancia de la biología, más insiste la derecha en ella. Cuanto más se centra la izquierda en reducir el diagnóstico a la masculinidad patológica, más se ceba la derecha en patologizar el feminismo. Que no haya dudas. No se trata de plantear falsas equidistancias. En términos estructurales las mujeres siguen estando mayormente discriminadas y estadísticamente sufren las violaciones más graves y frecuentes de derechos humanos. Pero no encontrar ningún espacio para articular los problemas que afectan de forma específica a los varones les perjudica y aliena y tampoco ayuda a las mujeres que con ellos se relacionan, solo a quienes para manipular se nutren de su frustración. Plantearlo como un juego de suma cero no parece ser la solución. 

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