Cristina Kirchner o la grandilocuencia de los sentimientos colectivos
La pasada madrugada argentina se vivía entre la sorpresa y la emoción. Con el regreso a la política de Cristina Kirchner renace el peronismo como estrategia electoral. La ex presidenta de la República regresaba a la política recuperando la confianza ciudadana en esta elección, las PASO, unas primarias previas a las legislativas de octubre.
Un mujer argentina que emociona en el escenario y que conmueve con su discurso populista, en el sentido positivo del término, es casi un modelo electoral en ese país. La emoción, la lágrima, la mano en el pecho y todo el despliegue sentimental que levanta a los colectivos movilizados. La herencia del peronismo electoral.
“Yo tengo una sola cosa que vale. La tengo en mi corazón, me quema en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios. Es el amor de este pueblo”. Esta frase es de Eva Perón en su último discurso público. Fue pronunciada entre lágrimas reales. También podría haber sido dicha por Cristina Kirchner. Ambas comparten la elección de un camino propio más allá de sus esposos, pero también el estilo electoral de calle, de abrazo, de mencionar el nombre propio de los anónimos. De la grandilocuencia de los sentimientos colectivos.
Cristina, que por el camino perdió su apellido para tomar el de su esposo, como Eva, mencionó el nombre uno a uno de las personas que compartían con ella escenario en la intervención ante su público. Era la madrugada, y con ella, unas 50 personas, de pie, que la rodeaban mientras ondeaba la bandera albiceleste en el fondo de pantalla gigantesca tras ellos. Fue su discurso, un discurso del pueblo, y afirmó que la victoria no era de ella ni de Unidad Ciudadana. Era una victoria de… y comenzó a mencionar a los verdaderos ganadores: ciudadanos anónimos que ella nombró y de los que detalló su ocupación y procedencia sin titubear. Pronunció un parlamento lento, lleno de pausas, con los brazos abiertos, y se refirió en la misma frase a la gente que sufre el frío o la oscuridad, a causa de las tarifas elevadas, y a la que padece la falta de libertad.
Lo personal es político siempre, y más en una campaña electoral. La trascendencia de la vida privada en la decisión política ya nadie la discute y es un elemento central en la conectividad del candidato con los electores. No olvidemos que el espacio privado es el espacio ocupado histórica y culturalmente por la mujeres. Cuando ese espacio trasciende a lo público hablamos de sentimentalismo político. Pues bien, Cristina se dejó ver con su nieto en la jornada electoral en el salón de su casa, con el frutero detrás y las gafas de ver de cerca mirando interesada un iPad con el pequeño Néstor Iván sobre sus rodillas. ¿Cuántos votos aporta esta imagen? Eso nunca se sabe, pero conmover a alguien es el primer paso para “el enganche” personal con una persona, con un proyecto, con una idea.
Kirchner ha demostrado, además de la capacidad de armar un discurso sentimental y potente que conecta con el pueblo, la adaptación a una circunstancia que le obliga a ser distinta. En esta ocasión ha sabido aplacar sus arrebatos de prepotencia, su ceño fruncido y su tono bélico. Esta vez su campaña se ha centrado en la estrategia que, a mi juicio, es la única posible con un candidato lleno de lastres políticos y con pasado complejo. Esta estrategia es la de alejarse de su personaje. Que no parezca ella. Si partimos de que una mayoría del electorado no tiene gusto por ese candidato, o incluso siente animadversión, la única salida es cambiar al candidato: hacer que se comporte de manera distinta a lo esperado, convencer de que ya no es el mismo, de que ha comprendido que, de esa manera, no. No piensen que es un papel o una escenificación. La estrategia consiste precisamente en lo contrario: en que sea un cambio real de actitud.
Así debió haber actuado Susana Díaz en la última elección interna del PSOE. Pareciendo distinta y sorprendiendo hubiera podido superar los techos que le imponía un especial predisposición negativa a sus modos y a su imagen. No se trataba de renegar de su pasado, de sus palabras o de sus decisiones anteriores, sino ofrecerse a cambiar ese pasado tomando otra actitud para el futuro. A Hillary Clinton también le hubiera venido bien incorporar esta modificación de atributos en su campaña contra Donald Trump.
Se estarán preguntando a estas alturas del artículo que si es un tema de mujeres del que estoy hablando. La respuesta es no. Las hombres en política también caen mal y también pueden cambiar de atributos electorales. También despliegan sentimientos y conmueven. Lo que sí creo es que se entiende mejor la reconsideración de posturas en una mujer, esto es, la política feminizada puede ser más flexible y adaptable a las situaciones sociales y económicas, a la comprensión de las emociones y a la gestión de los sentimientos.