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Cuidar la democracia: de Teruel a Washington

Pintada contra Tomás Guitarte, diputado de Teruel Existe.
7 de enero de 2021 23:23 h

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Hace un año Tomás Guitarte, diputado por Teruel Existe, se vio obligado a dormir fuera de su domicilio habitual y con protección policial antes de ir a votar la investidura de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. En el municipio de Calamocha en el que reside Guitarte habían aparecido pintadas con la palabra “traidor” unos días antes y se temía por su seguridad. A las acciones políticas siempre las precede un discurso que las legitima. Y antes de las pintadas en el pueblo de Guitarte ya teníamos el discurso que legitimaba esas acciones de acoso e intimidación que son inaceptables en democracia: Santiago Abascal decía en un tuit “Si yo fuera turolense estaría acampado ya en la plaza del ayuntamiento hasta que el señor Guitarte renuncie a traicionar a todos los españoles y haga que Teruel exista para España, no para someterse a los separatistas”.

El acoso a Guitarte para que modificara el sentido de su voto no fue excepcional. Aquellos días, escuchamos animar al transfuguismo desde la tribuna del Congreso como si se tratara de una herramienta política más y no una práctica deleznable de políticos corruptos. Aquellos días, los representantes democráticos de la ciudadanía, las diputadas y los diputados, fueron acosados y amenazados a través de sus correos electrónicos y redes sociales para que votaran en contra de la investidura del “traidor” de Pedro Sánchez. En aquella investidura se generó con discursos una tensión política que no respondía a lo que estaba sucediendo: la normalidad democrática de dar un gobierno a España por una mayoría elegida democráticamente. 

Los días previos a la investidura de Pedro Sánchez algunas mirábamos con estupefacción el acoso, la intimidación y las amenazas a los representantes de la ciudadanía. También había quienes normalizaban el acoso, la intimidación y las amenazas enmarcando estas acciones en la conocida como 'bronca política' en el Congreso de los Diputados. Aquello no fue ni una bronca, ni una discusión, ni un debate. Aquello fue un ataque frontal a nuestra democracia. 

La disputa y el disenso en política no solo es legítimo sino que es deseable e imprescindible en democracia. Las palabras son las herramientas con las que se construye la política. Con las palabras nombramos nuestras ideas, con las palabras las argumentamos y con las palabras diferenciamos nuestras posiciones políticas de otras. Con las palabras debatimos. Con las palabras también podemos unir e incluir (solidaridad, comunidad, acuerdo) y si queremos podemos estigmatizar, dividir y excluir (mi cultura, mi país, mi clase social).

En política las palabras no son inocuas, las palabras tienen el poder de dar forma a realidades sociales y por eso son elegidas con atención en los discursos políticos. Las palabras que deshumanizan y deslegitiman al adversario nos deberían alertar a quienes nos consideramos demócratas porque en esos procesos no hay confrontación de ideas. Los discursos que deslegitiman al adversario no pretenden ganar debate alguno, tienen otros objetivos. Hemos visto como las derechas, ante su frustración por perder el poder que consideran suyo y la falta de argumentos sólidos, hacen un discurso no para convencer sino para deslegitimar y deshumanizar al adversario. El objetivo no es enriquecer un debate político sino doblegar voluntades. No es lo mismo llamar a una defensora de derechos humanos “feminista” que “feminazi”. No es lo mismo llamar traidor, felón, desleal, ilegítimo, mentiroso compulsivo, ridículo, okupa o sepulturero a un presidente del Gobierno, que no hacerlo. 

La tolerancia mutua es una de las reglas básica de la democracia, tal y como han explicado Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias. Significa aceptar que los adversarios políticos que acatan las reglas constitucionales tienen derecho a existir, a competir por el poder y gobernar cuando son capaces de construir una mayoría. Por tanto, referirse como ilegítimo a los miembros de un gobierno democrático, decir que hay que fusilar a 26 millones de hijos de puta, decir que el gobierno de Pedro Sánchez es el peor en 80 años de historia o referirse, casi cotidianamente, al Gobierno como criminal es del todo incompatible con una democracia que goce de su mejor estado de salud.

Víctor Klemperer (1881-1960) filólogo alemán, comunista y judío, demostró en su estudio sobre la lengua del totalitarismo que “las palabras contienen dosis ínfimas de arsénico, uno las consume sin apenas darse cuenta y pasado un tiempo ejercen su efecto letal”. La democracia es frágil y las palabras que se disparan contra su esencia calan como una lluvia fina. Por frecuentes que sean, la indiferencia ante discursos políticos que ilegitiman, cosifican y deshumanizan es un lujo que no podemos permitirnos quienes defendemos la democracia. La lección que nos dejó Klemperer es que la influencia más poderosa sobre las personas se ejerce a través de palabras y frases sencillas, que se dicen una vez y luego otra y otra hasta que son asumidas como normales.

La democracia es el sistema político de la palabra. La democracia es el régimen político del diálogo, del acuerdo y también del disenso. Cuidar la democracia es combatir los discursos que cosifican y deshumanizan. Cuidar la democracia es argumentar frente a quienes tienen como bandera la antipolítica que deslegitima a las instituciones. Cuidar la democracia es no dar como normal, aunque sea frecuente, el menosprecio, el acoso y la intimidación. Cuidar la democracia es cuidar las palabras con las que nombramos la vida. Y debemos cuidar la democracia porque, como hemos visto estos días en Estados Unidos, incluso las democracias más antiguas del mundo están amenazadas.

Hay épocas en las que la indiferencia es criminal, dijo Albert Camus. Estoy segura que estamos de nuevo ante una época en las que la indiferencia tiene graves consecuencias para nuestra convivencia y calidad democrática, pero también, que estamos en un momento en el que nombrar y combatir las ideas fascistas, una vez más, es la mejor aportación que podemos hacer a la democracia española. 

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