La culpa la tienes tú
La culpa de que Cristóbal Montoro no sea capaz de predecir la diferencia entre lo que España gasta e ingresa es tuya. Tú, que desde que naces movilizas a médicos, comadronas, enfermeros, limpiadores, celadores y porteros. Mientras te deslizas a oscuras por el túnel de la vida, te esperan al otro lado una decena de funcionarios uniformados. Nos acabas de costar 4.000 euros.
Lo que acontece a partir de entonces es, en tu ignorancia egoísta, un reguero de gastos que acaban descuadrando las celdas excel y rojas de Montoro. Si pisas el suelo de tu casa es porque un día un funcionario trabajó en un plan de ordenación urbana que permitió construirla. Si puedes laminar el asfalto de todos con tus tacones privados es porque un día un poder público barrió y arregló las calles. Si puedes derramarte por los túneles de metro a las 7 de la mañana hasta salir centrifugado a tu puesto de trabajo es porque hay dinero público y un ministro de Hacienda que lo cuenta.
Si eres de los que fuma, bebe o tenemos la mala suerte de que tengas antecedentes genéticos turbios, serás un coladero de dinero público que acabará en el desagüe del déficit. Cuando tengas hijos, tendremos que pagarles su educación. Si tienes posibilidad los llevarás a la privada. Aún así, puede que haya un convenio público con el colegio y en ese caso, casi seguro que será de curas. De una u otra manera, acabaremos enseñando a tus vástagos a hacer raíces cuadradas a mano.
Cuando envejezcas abusarás de los minutos de médico pautados per cápita lo que, prorrateado, saldría a unos 20 euros la consulta. Más aún si te vas con un cargamento de pastillas recetadas en rojo.
Así pasas la vida, ciudadano, gastando y tensando la cuerda de las cuentas del Estado hasta que un día te mueras y dejes de consumir recursos públicos. Aunque nos dejas un último regalo de despedida. Si eres católico habrá un cura que dirá a los presentes que te vas al cielo. Su sueldo, lo creas o no, ha salido de la casilla del IRPF. Después del oficio, tus familiares pisarán un cementerio construido con el dinero de todos y esperarán frente a un agujero a que lleguen un par de funcionarios o empleados de contrata. Hisoparán con cemento público tu último acto en el mundo de los vivos: el click definitivo al cerrarse tu lápida.
Si además tienes la mala suerte de tener hepatitis C, más derroche. Según ha dicho Montoro en su rueda de prensa sobre el déficit, el Gobierno -magnánimo, pío, paternal- ha hecho un esfuerzo y ha comprado medicinas para salvarle la vida a un puñado de enfermos. Pese a que nadie le obliga. Pese a que descuadra las cuentas. Y se ha marcado el tanto frente a las cámaras: “Este gasto es representativo de que para el Gobierno la corrección del déficit no significa obviar las necesidades sociales más perentorias”. Se le olvidan los que han muerto esperando el Sovaldi tras una legislatura que se recordará como la que amputó la política social en España. Con una sola frase ha logrado enfadar a las 26 asociaciones de pacientes, las mismas que tuvieron que manifestarse durante meses para conseguir la medicina.
El ministro se vanagloria como si atender a los ciudadanos fuera un mérito de él y su Gobierno, como si no hubiéramos firmado un pacto por el que confiamos parte de nuestro dinero a un Estado que nos lo devuelve en forma de sanidad, educación y seguridad. Esa factura no es una dádiva, señor Montoro, es que ya la hemos pagado. La caja es nuestra, y en su puesto y sueldo va la responsabilidad de gestionarla.
No eche la culpa del déficit a su propia bondad, ni a Zapatero donde quiera que esté, ni al Sovaldi, la hepatitis o las comunidades autónomas no gobernadas por el PP. Salga, señor ministro, y reconozca que la culpa de que las cuentas estén mal hechas es de quien las hace y admita que va a dejar una mala herencia al próximo gobierno. No señale con el dedo, no balbucee excusas, deje el tirachinas. La culpa es suya.