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Cuatro no se pelean si dos no quieren

Sánchez llama a la movilización en su cierre: "Necesitamos un PSOE fuerte"

Isaac Rosa

Cuatro no se pelean si dos no quieren, y en el debate de anoche había dos que no traían ganas de tortas: Rajoy e Iglesias, los que llegaban en mejor posición y por tanto más podían perder. A cambio, Sánchez y Rivera venían con ganas de pelea, a ver si en la refriega ganaban algo, y hasta parecía que se habían puesto de acuerdo para golpear juntos, cubrirse las espaldas, o al menos no pegarse entre ellos.

El todavía presidente Rajoy venía preparado para una típica sesión de control del Congreso, donde todos le pidieran cuentas y él diese muchos datos, presumiese de experiencia y despejase los ataques con su pachorra habitual. Y se lo creyó durante los primeros minutos, hablando de macroeconomía, con los otros tres candidatos dedicados al “señor Rajoy” por aquí, “señor Rajoy” por allá. El presidente se acomodó tanto a ese registro de “sesión de control”, que ya no consiguió salir del tono gris hasta el final. Su último “minuto de oro” lo empezó dando las buenas noches, como si acabara de despertarse.

En cuanto a Iglesias, también venía sin ganas de bronca, a amarrar el empate y no perder nada, con un perfil bajo que le quedaba tan raro como una corbata. Buscaba un mano a mano con Rajoy, para visualizar dos únicas alternativas, y por eso durante la mayor parte del debate ignoró a Rivera y ofreció la mano a Sánchez, para que nada distrajese la polarización.

Cuatro no se pelean si dos no quieren, pero ni Sánchez ni Rivera se conformaban con un debate blanco. Desde el principio se lanzaron al ataque, y hasta parece que había un reparto de papeles entre ellos: Sánchez se ocuparía de Rajoy, y Rivera le cubriría las espaldas placando a Iglesias. Sánchez golpearía con finura y serenidad presidenciable, mientras Rivera daría golpes bajos, para sacar de sus casillas a quienes se resistían a tirarse al barro.

Tanto metió Rivera el dedo en el ojo, que acabó logrando que los otros dos se enzarzasen con él aunque fuese solo unos minutos. A Rajoy, que estaba comodísimo en su papel de presidente con experiencia (“gobernar es muy difícil”, fue su lema), lo acusó de cobrar dinero de Bárcenas, y el presidente se revolvió llamando a Rivera “inquisidor”. Y a Iglesias, que parecía todo el tiempo contenido, cabeceando y mirando al cielo para no saltar, ninguneando a Rivera y susurrando a Sánchez (“no soy tu rival, nuestro rival es Rajoy”), hasta que le echó a la cara los millones de Venezuela, y el de Podemos acabó sacando un genio que los espectadores echábamos de menos.

Pero ya era tarde (literalmente: vaya horas en un debate entre semana) para levantar un encuentro que, a fuerza de ser “histórico” y precedido de tanta expectación deportiva, solo podía decepcionar.

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