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La derecha quiere quemar el Reichstag

Manifestantes asaltando el Ayuntamiento de Lorca

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Se pueden sacar enseñanzas de la huida hacia adelante de la derecha con su voto errado en la reforma laboral. Por mucho que en un principio pueda parecer un vodevil fruto de su incapacidad para reconocer el ridículo que subyace de la última trampa artera de Teodoro García Egea, hay algo que traspasa fronteras y décadas en la cultura política reaccionaria. No es un movimiento improvisado más, es una estrategia recurrente que posee antecedentes históricos y tiene como fin culpar al adversario de un hecho provocado por los propios para buscar tomar el poder por cualquier medio. Es la estrategia Van Der Lubbe, que recoge su nombre del comunista holandés que fue guillotinado en Leipzig en 1934 tras ser el chivo expiatorio de la estrategia nazi para asaltar el poder con un ataque de falsa bandera contra el edificio que recogía la soberanía alemana. La derecha quiere quemar el Reichstag usando la mentira de un error informático y busca convertir a Meritxell Batet en su propia Marinus Van Der Lubbe. 

No se puede realizar un acto de este calibre sin colaboradores necesarios. Aunque es cierto que los habituales altavoces de toda campaña de agitprop esta vez han ido decayendo conscientes de que la credibilidad hay que venderla en campañas que tengan un mínimo porcentaje de éxito, siempre hay gente en los medios de comunicación dispuesta a arrastrarse al toque de corneta del argumentario hasta niveles que provocan sonrojo en un observador externo con sensibilidad para la vergüenza ajena. Estos días hay que apartar la mirada de la televisión al ver algunos ejercicios de contorsionismo periodístico imprescindibles para seguir siendo el plumilla que la derecha impone en ciertos espacios. Recuerda quién te puso ahí.

La estrategia contemporánea de culpar a la víctima de ser la responsable de los hechos comenzó con motivo de los sucesos de Charlottesville, en los que miembros de extrema derecha llegaron a asesinar manifestantes antifascistas embistiendo con un coche. Donald Trump empezó una campaña que trataba de convertir el movimiento Antifa en terrorista. Ocurrió lo mismo en España con motivo de la manifestación neonazi en Chueca, cuando la extrema derecha patria comenzó a difundir que los manifestantes eran infiltrados antifascistas que habían proferido los insultos homófobos para vincular a VOX con un delito de odio. No se quedaron solos en la estrategia. Carlos Herrera y Ana Rosa Quintana fueron solo dos de los comunicadores más importantes que dieron pábulo a la conspiración que tenía como objetivo culpar al adversario de los hechos que realizan los suyos. 

La mayor amenaza para la pervivencia de la democracia es la extrema derecha. El partido republicano decidió por mayoría que el asalto terrorista al Capitolio fue un “discurso político legítimo” en la misma semana en que unos energúmenos asaltaron el pleno del Ayuntamiento de Lorca. Tanto VOX como el PP justificaron este asalto por el supuesto hartazgo de los ganaderos, que solo fue tal porque fueron manipulados en unas asambleas previas dirigidas por miembros de ambos partidos. El PP ha asumido que no puede competir con VOX enfrentándose a ellos porque tampoco creen que haya que hacerlo y usan las mismas estrategias, intentando así convencer de que nadie mejor que ellos para recuperar el poder aunque para ello haya que despedazar las instituciones y la legalidad. 

Los demócratas tenemos que ser conscientes de que lo único que nos separa de la sangre derramada y un golpe de Estado no es el respeto a la legalidad o las convicciones democráticas de la derecha de este país. Si no ocurre es porque no tienen los medios suficientes y porque son unos cobardes que no están dispuestos a asumir las consecuencias de lo que significaría el fracaso. Nos quieren quemar el Reichstag, aunque por ahora nos salva su ineptitud para encontrar el lugar por donde prenda.

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