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Los derechos son como los Lemmings

Manifestación por el derecho al aborto en Detroit el 7 de mayo.

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Una cosa está clara: con leyes regresivas o sin ellas, los abortos se seguirán produciendo. La mujeres se han atiborrado a pastillas, introducido perchas de alambre, agujas de hacer punto, varillas de paraguas, llenado los úteros de agua hirviendo o lejía, consumido todo tipo de hierbas, en todos los países, latitudes, épocas y circunstancias. Lo seguirán haciendo. ¿Por qué asumir ese riesgo de infección, esterilidad, hemorragia e incluso muerte? Por muchísimos motivos. Porque tal vez esa mujer fue violada. Porque quizá está en una relación de maltrato. Porque igual él se corrió dentro sin decírselo. Porque puede que su pareja le engañe, o no sea feliz en la relación, o no quiera ser madre con esa persona. Porque teme por su futuro profesional. Porque no puede asumir económicamente tener un hijo. Porque no puede asumir económicamente tener otro hijo. Porque tal vez ha tenido un embarazo traumático, o un parto dolorosísimo, y no quiere volver a pasar por eso. Porque está en riesgo su salud o la del embrión. Porque es demasiado mayor. Porque es demasiado joven. Porque ha sufrido una depresión postparto. Porque tal vez su pareja no desea que ella se quede embarazada. Por miedo, por ansiedad. Porque conoce su cuerpo y no es el momento. Porque sabe lo que quiere y lo que necesita. Porque, sencillamente, no lo desea.  

Hay muchísimas razones sencillas o complejas, naturales o desgarradoras para abortar.   

El pasado viernes, seis jueces del Tribunal Supremo de EEUU, despojaron del poder de decidir sobre sus cuerpos, por todas esas razones o más, a millones de mujeres. Lo hicieron solo un día después de haber anulado las restricciones de armas de Nueva York amparando el derecho a llevar armas en público. Un derecho por otro. Se me ocurre un método para sortear las restricciones sobre el aborto: decir que estás de tres fusiles de asalto.  

Ondear banderas provida mientras permites que un chaval de 16 años salga de un supermercado con fruta, detergente y un rifle AR-15 nuevo es, cuanto menos, cínico. Ondear banderas provida mientras declaras ilegal el aborto en casos de embarazos ectópicos que pueden conllevar la muerte de la madre o mientras amparas que miles de mujeres vayan a recurrir a métodos que pongan en riesgo su vida para seguir abortando es, cuanto menos, peligroso e hipócrita. 

Lo que sucede en EEUU asusta particularmente porque vivimos en la era de la vigilancia total. No solo se anula el derecho a abortar, se vigila y se persigue. Durante los últimos días se pueden leer cientos de mensajes de chicas alertando sobre la conveniencia de desactivar las apps que miden los periodos de ovulación porque pueden ser utilizadas como un mecanismo de control. Si buscas “cómo abortar” en Google, la búsqueda quedará registrada. Si consulta la dirección de una clínica abortista ilegal, la dirección quedará registrada. Si utilizas tu tarjeta de crédito, la transacción quedará registrada. Y no solo eso: en estados como Texas se ha puesto a disposición de los ciudadanos la posibilidad de demandar a cualquiera que ayude o incite al aborto, creando incentivos estatales. 

Los derechos de las mujeres nunca han dejado de ser objetivo del fanatismo. El problema es que mientras nosotras nos hemos relajado, ellos nunca lo han hecho. Nunca han dejado de perseguir conquistas sociales y libertades, pero quizá nunca con la legitimación política y legislativa que les ampara desde hace años.  

El pasado viernes, el juez Clarence Thomas reconoció que la Corte Suprema no se detendrá con el aborto. Los derechos, a fin de cuentas, son como el videojuego de los Lemmings: cuando uno cae pueden seguirle varios detrás precipicio abajo. 

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