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Entre el desconcierto y la esperanza

Torra y Sánchez en Pedralbes

Joan Coscubiela

Las últimas cuarenta y ocho horas nos han ofrecido imágenes que explican más que mil palabras la complejidad del conflicto catalán. Se ha pasado, sin solución de continuidad, de las imágenes de apaciguamiento y dialogo del jueves a las de tensión y cierto descontrol del viernes.  

Dos días que explican el estrabismo político con el que el procesismo aborda el fiasco de la independencia exprés y low cost de hace un año. La no asunción del fracaso, la frustración que ha generado, la falta de una estrategia común y la pugna insomne entre las fuerzas políticas y sociales del independentismo complica aún más un panorama muy condicionado por el juicio a sus dirigentes y por el irresponsable comportamiento de la Santísima Trinidad de la derecha española. 

Lo que hemos visto estos días por parte del independentismo no es la legítima combinación entre diálogo y movilización propio de cualquier conflicto, sino el fruto de la frustración, el desconcierto y el caos en el que esta asumido el movimiento, que le resta fuerza y que aumenta los riesgos descontrol. Es lo que sucede cuando un movimiento de masas de esta envergadura se queda sin dirección política. 

Camuflado entre el conflicto que se vive en el seno de la propia sociedad catalana y el conflicto con el Estado español se está librando una batalla muy dura dentro del independentismo sobre la estrategia a seguir. No saben cómo reconducir la situación y eso es lo que explica los bandazos constantes. 

Las imágenes de diálogo entre Gobierno y Govern del jueves, reforzadas con la reunión de Pedro Sánchez con Ada Colau, suponen una derrota del imaginario de “Catalunya siempre será nuestra” que pretendía el independentismo al calificar de provocación la celebración en Barcelona del Consejo de Ministros. Y algunas de las imágenes de tensión y violencia de este viernes representan el reconocimiento de una clara derrota y la dificultad para mantener el imaginario de la revolución de las sonrisas, la ampliación de las bases y la perspectiva de  victoria democrática del independentismo. 

Pedro Sánchez ha demostrado una vez más su voluntad de asumir riesgos, imprescindible para hacer política, y ha optado por combinar claridad con capacidad de dialogo dentro de los límites del ordenamiento jurídico. Ha evitado dejarse arrastrar por el Triángulo de las Bermudas de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox), que engulliría al PSOE si este comete el error de acercárseles. 

Sánchez apuesta por un guion propio, que incluye la aprobación de la Ley de Presupuestos 2019, y con ello avala también las actuaciones de Pablo Iglesias y Unidos Podemos en la búsqueda del diálogo. Un ejemplo de cómo la competencia cooperadora entre la izquierda puede ser útil para todos. 

A quien desautorizan las imágenes de tensión de este viernes 21 no es a Sánchez, sino a Torra. Porque el día después de celebrar una reunión entre gobiernos y de firmar una declaración conjunta apostando por el diálogo, se confirma que nadie dirige el independentismo. Un ejemplo de este desconcierto lo hemos tenido estas últimas semanas, cuando la huelga de hambre de una parte de los dirigentes encarcelados era contraprogramada en su impacto mediático por las declaraciones de Torra apostando por la vía eslovena. O cuando el Presidente de la Generalitat envió, a través de una filtración en un medio de comunicación, una orden de gobierno a su Conseller de Interior, que suponía una clara desautorización al trabajo de los Mossos. 

La Policía catalana, a las órdenes de Torra, ha garantizado la celebración de un Consejo de Ministros y ha actuado contra los pequeños núcleos de CDR que pretenden boicotear cualquier espacio de dialogo. Y de paso ha desmentido a todos los que de manera interesada han puesto en duda su profesionalidad. Este viernes buena parte de la rabia que manifestaban algunos manifestantes no era frente al Estado español, sino contra los dirigentes independentistas que les tienen totalmente desconcertados. Les prometieron la República catalana y se encuentran con la autonomía, les envían mensajes para que aprieten en la calle y luego los reprimen, les generan expectativas cada día y a los pocos minutos se las frustran. Los dirigentes independentistas tienen cabreados a los suyos y no es para menos. 

En medio de este desconcierto hay motivos para la esperanza. La aprobación por parte de PDeCAT y ERC de un nuevo techo de gasto para el 2019 abre la puerta a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, que contienen medidas importantes en materia social, que aumenta las dotaciones para el transporte público metropolitano y que dota a los ayuntamientos de más capacidad para intervenir en políticas de gran trascendencia social, como la vivienda. Al tiempo que permite albergar esperanzas sobre el voto favorable de los partidos independentistas a los acuerdos alcanzados por el gobierno con los sindicatos CCOO y UGT para mejorar los subsidios de desempleo y para revocar las partes más duras de la reforma laboral del PP. 

Aunque pueda parecer lo contrario, porque la política no es casi nunca lo que aparenta, después de una jornada de tensión, hoy las posibilidades de diálogo y acuerdo en materia de presupuestos y de convalidación en el Congreso de los Decretos Leyes aprobados por el Gobierno son mayores. Porque el sector independentista que apuesta por el diálogo ha salido reforzado de estas 48 horas y va a intentar consolidar esta vía en las próximas semanas, aunque para ello hará faltar evitar las muchas minas que desde Madrid y Barcelona se colocan diariamente para hacer fracasar cualquier oportunidad de diálogo. 

Hoy podemos ser un poco más optimistas que la semana pasada, aunque sea un optimismo de “partido a partido”, porque la evolución es muy voluble, incierta y sometida a muchas incertidumbres.

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