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Ante lo desconocido

Primeras vacunas llegadas a Euskadi

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Cada día que pasa nos adentramos más en lo desconocido. Los instrumentos y los criterios de análisis que hasta ahora han permitido entender lo que está pasando empiezan a fallar ante un fenómeno tan extraordinario como la pandemia de COVID. Aunque nos digan que de ésta vamos a salir, se acumulan sin parar nuevos elementos e incógnitas que empiezan a poner en duda esa afirmación. Si nos atenemos a anteriores experiencias terribles de la humanidad habría que concluir que sí, que saldremos. Pero ¿cuándo y cómo?

Los datos de los últimos días confirman las peores inquietudes. Primero, que la pandemia está desatada, que seguirá creciendo, que el pico de esta tercera ola se alcanzará a primeros de febrero y que la llamada variante británica del virus, como poco más contagiosa, ya se está extendiendo por todas partes. Segundo, que este recrudecimiento de la enfermedad, que las alegrías navideñas ha agravado en España y en el resto de Europa, ya está golpeando duramente a la economía. La previsión de un inicio de la recuperación al inicio de este nuevo año se ha ido al garete en todas partes y 2021 puede ser otro año perdido. Hay instituciones que vaticinan que la recuperación no empezará hasta 2023. El turismo español puede sufrir un nuevo verano negro.

Tercero, que los expertos epidemiológicos y los políticos hablan lenguajes cada vez más alejados entre sí. Mientras los primeros piden restricciones draconianas para frenar las infecciones, los segundos se esfuerzan por encontrar vericuetos que no dañen excesivamente a la economía y que no colmen la capacidad de aguante de las poblaciones.

No es fácil colocarse a una distancia adecuada para decir cuál de los dos colectivos tiene razón. Porque ambos tienen las suyas. La solución ideal para erradicar la COVID sería un confinamiento estricto como los de marzo y abril en España, de los habitantes no de un solo país sino, como mínimo, de toda Europa. Durante el tiempo necesario para inyectar la vacuna a ese mínimo del 70% de la población que se considera suficiente para anular la propagación del virus.

Aun en el supuesto de que las vacunas funcionaran tan perfectamente como se ha dicho, algo que algunos científicos empiezan a poner en cuestión, la posibilidad de que los gobiernos europeos se pusieran de acuerdo para paralizar las vidas de sus respectivos países durante al menos ocho meses, que es lo que haría falta para llevar a término esa vacunación masiva, es sencillamente irrealizable.

Esa vía es pues utópica. Todo indica además que al menos en un horizonte previsible, una perspectiva que sólo un aún dramático aumento de los contagios podría alterar, que los gobiernos, empezando por el español, no son proclives a decretar confinamientos drásticos. Y que se limitarán a adoptar medidas restrictivas de eficacia parcial, en medio del coro de críticas de los expertos. Es decir, a seguir igual que ahora. Cuando menos, podrían evitar que viniera una cuarta ola.

Para alguno será un consuelo, aunque para nada lo sea. Pero lo cierto es que la polémica que existe en España sobre las políticas contra la COVID se reproduce casi idénticamente en todo el resto de Europa. Los titulares de la prensa española sobre el retraso en la administración de las vacunas, la relajación de las medidas en Navidad, la escasez de las ayudas a los sectores afectados por las restricciones o las personas más vulnerables, el conflicto entre científicos y políticos, aparecen casi exactamente en los mismos términos en la prensa alemana, en la francesa o en la británica.

The Guardian titulaba ayer: “¿Qué da miedo del COVID? Que nuestros líderes carezcan de un plan para hacerle frente”. En España nos quejamos de que nuestros políticos se enzarcen en batallas de segundo orden, cuando sus ojos deberían estar únicamente fijos en la crisis sanitaria. Pero en Italia, un político oportunista donde los haya como Matteo Renzi se ha permitido el lujo de abrir una crisis de gobierno y el gabinete puede caer. Y en Alemania, una Angela Merkel debilitada por su anuncio de que el actual es su último mandato, no consigue imponer sus criterios restrictivos sobre la pandemia a los gobiernos de los länder, que hasta ahora le obedecían casi sin rechistar.

Parece mentira, pero con la que está cayendo, y cuando tanta gente está angustiada, no pocos políticos piensan prioritariamente en los intereses de su partido, o en sus carreras. Ejemplo de ello es la polémica sobre si las elecciones catalanas del 14 de febrero se deben retrasar o no. Parece claro que tanto los partidarios del retraso como los contrarios al mismo, actúan únicamente impulsados por sus intereses electorales. Y llama la atención esta súbita preocupación por el rigor frente a la pandemia cuando ninguno de los que piden aplazar los comicios dijo nada cuando el gobierno catalán aprobó una cierta relajación de las medidas de cara a la Navidad.

Estamos un tanto perdidos. Y la gente empieza a saberlo. Los medios de comunicación no contribuyen para nada a serenar el panorama, sino que, en general, lo tensan cada día que pasa. Alentando el clima de crispación política, subrayando noticias que son meras anécdotas sin trascendencia alguna pero que inquietan aún más al personal.

Paciencia, piden algunos. Y es lo que haría falta. A grandes dosis, para todos y durante mucho tiempo. Porque vienen mal dadas. En lo sanitario, en lo económico y en lo social. Cuando este drama termine, el mundo será muy distinto. Mejor no hacer predicciones. Por ahora. 

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