Difama, que algo queda
Y, ahora Correos. El difama que algo queda se ha impuesto en esta campaña. Feijóo tiene un amigo “rojo y sindicalista” (sic) en una empresa pública con más de 300 años de historia, 45.000 empleados y acreditada eficacia, que le ha advertido de la sobrecarga de trabajo de los carteros y la falta de efectivos para repartir el voto por correo. El candidato del PP se ha apresurado a esparcir sombras de sospecha sobre la dirección de la empresa estatal que preside Juan Manuel Serrano, exjefe de gabinete de Pedro Sánchez, porque siempre se fía, no tanto de los amigos como de los rojos y los sindicalistas.
Otra conspiración. Otro pucherazo. Otra irresponsabilidad, en su caso doble, por haber presidido durante años esa empresa pública y conocer de primera mano el funcionamiento y los controles del voto por correo. Pero ahí queda. Como los bulos sobre las okupaciones, sobre Indra, sobre el viaje en Falcon a Valladolid de la vicepresidenta Teresa Ribera y otros tantos. Fue la estrategia de Trump, de Bolsonaro, de la ultraderecha europea y que ahora abraza Feijóo para poner en duda la limpieza de las elecciones en España. ¡Qué no haría si no fuera primero en los sondeos!
Más grave que su ficción es la potencia con que se multiplica en las redes sociales, esa alcantarilla inmunda a través de la que se informan millones de electores por aquello de que simplifican los mensajes, desaparecen los matices y se apela a las emociones más que al intelecto.
En Gestionar las emociones políticas (Gedisa), el asesor y consultor político Antoni Gutierrez-Rubí sostiene que la única posibilidad real de lograr una comunicación política efectiva es la conexión emocional. “Hasta que no se conecta, uno no se pone en la piel de los otros. Se ha de entender que buena parte de las ideas nacen de sentimientos o emociones”. De ahí que en el tablero de la política actual coticen a la baja los discursos estrictamente racionales, argumentales o ideológicos. Lo que se lleva es el tuit, la frase hecha, el eslogan, el fake y hasta la difusión del bulo.
Ya se lo dijo MAR a Feijóo horas antes del cara a cara con Sánchez: “Oye, es un problema de actitud, olvídate de los datos e intenta hablarles a los ciudadanos con un lenguaje que no va de porcentajes ni de datos, sino que va de las cosas concretas”. Fue la única aportación del jefe de gabinete de Ayuso durante la preparación del debate como se han encargado de aclarar desde Génova para que nadie se cuelgue medallas que no le corresponden.
Galones aparte, Miguel Ángel Rodríguez, siempre provocador, siempre a la ofensiva y siempre bronco, sabía de lo que hablaba: del infame “Que te vote Txapote”, del Falcon, de las okupaciones, del pinchazo en el teléfono móvil del presidente, de Marruecos y del voto por correo porque es de eso de lo que habla en los bares.
La contumaz estrategia de las derechas de dibujar a un presidente narcisista y mentiroso, ajeno a los problemas de la gente, amigo de los filoetarras, de los comunistas y de los que quieren romper España y dispuesto a todo para mantener el poder ha surtido efecto en un electorado que ha procesado ese marco mucho más que el de un Gobierno que ha subido el SMI por encima de los 1000 euros, elevado las pensiones en más de un 8%, salvado de la quiebra a miles de empresas durante la pandemia gracias a los ERTE o paliado los efectos del desbocado ascenso de los precios con medidas que han supuesto un desembolso de más de 20.000 millones de euros. En una sociedad polarizada que se informa más a través de las redes sociales que de los medios de comunicación, la gestión importa poco, los datos, menos y la verdad, nada.
Así que esta campaña no va de spin doctors, ni de acreditados estrategas, ni de tener las mejores propuestas, sino sólo de discursos emocionales, de remover las tripas, de embarrar el campo de juego, de mentiras y de ver quién la dice más gorda. Y si en el empeño uno se lleva por delante el prestigio de las instituciones, no importa. Ya vendrán ellos a ¿regenerarlas? En ese terreno se mueven las derechas ante la perplejidad y el desconcierto de una izquierda que no acaba de entender cómo con sus políticas sociales y la extensión de nuevos derechos, el electorado no apoya masivamente sus siglas.
Feijóo no es un líder que entusiasme, ni que viva apasionadamente la cosa pública, ni del que se valore su carisma, pero ha acertado en esta primera parte de la campaña con el diagnóstico de una sociedad encabronada, por la subida del precio de los alimentos, la pérdida de poder adquisitivo, y la revisión al alza de las hipotecas sin importarle que sus sueldos dependen de los empresarios, que el euríbor lo fija el Banco Central Europeo o que los que hacen caja son los bancos.
Las verdades alternativas que inauguró Donald Trump son las que cuentan. ¡Pobre democracia aquella cuyo problema ya no es acceder a la información, sino distinguir entre la verdadera y la falsa!
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