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Dinero ten, pero… ¿de qué tipo?

Representación física de una moneda Bitcoin (Foto: Zcopley)

Economistas Sin Fronteras

Sara Rueda —

La moneda se define en el diccionario como una “Pieza de oro, plata, cobre u otro metal, […] acuñada con los distintivos elegidos por la autoridad emisora para acreditar su legitimidad y valor”. Si se presta atención a la palabra “valor” contenida en la definición, una se da cuenta de que refleja dos conceptos que no tienen por qué estar ligados: el valor económico de los productos en el mercado y los valores que forman parte de nuestras convicciones morales y guían nuestras decisiones.

Estas dos acepciones crean un desfase entre el precio del producto y nuestro acto de consumo, concebido desde un punto de vista ético. Hoy en día, la forma de consumir se ha convertido en una forma de expresarse como consumidor y ciudadano. Aún así, la persona consumidora debe superar numerosos obstáculos en el momento de elegir un producto en una sección repleta de artículos casi idénticos. Es ambicioso pensar que tomamos una buena decisión sin tener acceso a toda la información que desearíamos tener acerca de un producto, su modo de producción o los salarios percibidos por las trabajadoras durante todo este proceso.

Sin embargo, nuestra era se describe como “la era de la información”. Nuestra sociedad es una sociedad globalizada donde las conexiones entre países se multiplican para asegurar el aprovisionamiento energético, alimentario y otros productos considerados básicos. La masificación complica las relaciones entre individuos o agentes económicos, cada vez más atomizados en medio de redes sociales y económicas a gran escala.

En este contexto, numerosas ciudades y barrios han remarcado la importancia de movimientos locales que defiendan la sostenibilidad de la esfera local, y así hacer frente a los desafíos asociados a este relativamente reciente orden mundial. Desafíos como la falta de información del recorrido que siguen los productos que compramos -y el potencial desfase entre su valor y nuestros valores-, o la pertenencia a una comunidad global que acerca a las personas a través de las pantallas, pero intimida las relaciones humanas frente a frente.

En el interior de algunos de estos movimientos locales, el rol de la moneda ha sido central entorno al debate de la localización frente a la deslocalización. Según el “Complementary Currency Resource Center”, más de 300 monedas locales se encuentran actualmente en funcionamiento en todo el mundo. Monedas complementarias a las divisas oficiales, ya sea al dólar, euro o yenes. Solo en la vecina Francia se pueden contar entre 30-50 activas.

Históricamente, las monedas locales han sido creadas durante periodos de inestabilidad financiera. Así, durante la crisis de los años 30, la moneda Wörgl se instauró en Austria, impulsada por las ideas del economista Silvio Gesell, inspiración ahora dentro del panorama de monedas complementarias. Su política monetaria buscaba impulsar la circulación de la moneda, estableciendo una tasa de inflación mensual del 1% (es decir, disminuyendo su valor en esta proporción cada mes). De esta manera, se aceleraría la velocidad de circulación reduciendo el riesgo especulativo, con el objetivo de devolver a la moneda su valor de intercambio real.

Posteriormente, numerosas regiones y ciudades se incorporaron a iniciativas monetarias similares. En Inglaterra, por ejemplo, la libra de Brístol se puede utilizar incluso para pagar los impuestos y una parte de los salarios del funcionariado. Sus fines responden a distintas demandas socioeconómicas: crear un espacio de reunión para las organizaciones y Pymes locales, favorecer el afecto de las personas por su territorio y permitir la creación de lugares de intercambio vecinal, sin olvidar la protección medioambiental.  

En 2012 asistimos en Madrid al brote del Boniato, la moneda del Mercado Social (MES) de la capital. Durante cuatro años hasta 2016, se generan alrededor de 12000 boniatos en bonificaciones por compra en locales dentro de la red del MES. Todo un logro, si se tiene en cuenta que más del 50% de estas bonificaciones no suelen superar de media un euro por cada compra. En 2016, el Boniato entra en una fase de examen y durante seis meses se realiza un estudio de viabilidad contando con la experiencia de personas usuarias y expertas en monedas sociales, a nivel local e internacional. Esta fase culmina en 2017, con el planteamiento y configuración de un nuevo sistema de pagos que facilita la comunicación entre proveedores y clientes del MES y verá la luz el próximo mes de diciembre, inaugurando el “Reboniato” a principios de 2018 si todo sale según lo previsto.

A diferencia de otras monedas locales como el Sol Violette en Toulouse (Francia), el Boniato se trata de una moneda convertible. Los euros que se intercambian por Boniatos no desaparecen del mercado convencional. Sin embargo, una vez el usuario comienza a utilizar sus boniatos, puede superar el desafío de la falta de información al saber que ese dinero será únicamente válido dentro de una red que comparte unos requisitos éticos exigibles. Para adherirse a la red del MES, las empresas deben respetar una carta de valores y principios de la Economía Social y Solidaria: equidad, sostenibilidad medioambiental, trabajo digno, democracia y participación, entre otros. Así, los usuarios del MES y del Boniato, no son únicamente consumidores, sino actores locales que refuerzan la calidad de los intercambios y las relaciones entre personas de su comunidad.

En la actualidad, únicamente el 2% de los intercambios monetarios diarios conciernen a la economía real, siendo el 98% restante destinado a la especulación financiera en los mercados internacionales. En consecuencia, la realidad económica parece haberse alejado de la definición inicial de economía, que refiere a la administración razonable de los bienes. Por este motivo las monedas locales promueven un retorno a los intercambios reales que hacen de cada consumidor un agente activo en su red.

De la misma forma que en la naturaleza no existe una única especie, el sistema económico podría parecerse a un ecosistema compuesto por múltiples monedas. De esta forma, si una fuera afectada por una crisis, otra podría garantizar la perdurabilidad del conjunto y evitar así un bloqueo sistémico. Siguiendo la lógica financiera de la diversificación de inversiones a fin de reducir su riesgo, la diversidad monetaria amortiguaría las consecuencias de las fluctuaciones globales y su impacto sobre los intercambios cotidianos a nivel local.

Las ventajas de la diversidad y multidisciplinariedad son más que conocidas. Los proyectos de monedas locales como el Boniato abren el debate sobre las distintas maneras de intercambiar. La creciente implicación ciudadana en sus respectivos barrios y vecindarios estimula la riqueza de las ciudades. La economía se acerca así a los valores de aquellos que permiten y estimulan su funcionamiento: los consumidores.

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