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Lo siento, perdóname, no volverá a pasar

Lucía Lijtmaer

Imaginemos que tu pareja te pilla infraganti en la cama con otro/a. Después del shock inicial, respira hondo. Mira a tu alrededor. ¿Qué datos fehacientes hay además de que estés en la cama sin ropa, practicando un acto sexual más o menos depravado con alguien que no es tu media costilla? Compruébalo.

Si hay pocas evidencias materiales, lo primero que tienes que hacer es negarlo todo. Qué más da que el hecho haya sucedido delante de sus narices. Niégalo. No ha pasado. No es así. De hecho, te ofende que piense lo contrario. ¿Cómo se atreve? Declárate víctima. Considérate el blanco de una conspiración para destruir vuestra relación, vuestra confianza mútua. Culpa a terceros no presentes, a vuestros hijos, a vuestros enemigos, a cualquiera que haya pasado cerca de esa habitación en los últimos tiempos que pueda ser susceptible de ser culpado.

Ah, ¿que hay pruebas? ¿Recibos, mensajes en el teléfono móvil, correos electrónicos comprometedores, fotos explícitas y gráficas del acto sexual que tu pareja acaba de presenciar? Nueva táctica: reconoce alguna tontería, alguna cosita. Bueno, sí, nos tocamos un poco pero en realidad no pasó nada. Nada serio, al menos. Fue un despiste, un desliz propio del momento, una tontería. Evita las palabras “sexo”, “follar”, “polvo” y todos sus sinónimos. Tu nueva táctica es minimizar el daño y tu castigo. Debería funcionar, aunque puede que se acabe convirtiendo, precisamente, en lo que te delate: justificarte puede ser el principio del fin.

Si eso no para el golpe y tanto él/ella como vuestro entorno empiezan a desarmar tus argumentos, uno a uno, no te queda otra que pedir perdón. Lo siento. Perdóname. No volverá a pasar. Te lo juro. No sé como pudo suceder. Cambiaré. Lo haré bien. Y, sobretodo: no me culpes, porque no tienes ningún derecho.

Imaginemos ahora que no eres tú, sino un amigo el que te cuenta que su pareja le ha hecho todo esto, en ese orden: acto, pruebas, negación del acto, victimización, culpabilización a terceros, minimización del hecho y del daño y, finalmente posterior reconocimiento del acto, sin disposición a asumir ninguna de las consecuencias. Resulta increíble, ¿verdad? Nadie permite algo así.

Nadie permite algo así, repito.

Este burdo ejercicio acaba con lo obvio: sustituye de tu historia tu falta o la de la pareja de tu amigo por la de un escándalo político que ocupa las portadas. Cualquiera, el que sea. Y ahora, pregúntate: ¿quién, con las pruebas en la mano, con la cama aún caliente, aguanta que se le haga callar con las frases “se elaborará un informe pertinente”, se “irá hasta el final de los hechos” o “se exigirán responsabilidades penales” sin que haya consecuencias políticas inmediatas? Y empieza a conjugar: Yo. Tú. Él. Nosotros.

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