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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

De Edipo a Ábalos, es mucho lo que está en juego

El exministro de Fomento, José Luis Ábalos (d.), y Koldo García, en una imagen de archivo.

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Si estuviéramos en la Grecia clásica entenderíamos mejor el asunto de la venta de mascarillas con comisionistas durante la pandemia. Los griegos distinguían a la perfección la responsabilidad de la culpa. Edipo mató a su padre y se casó con su madre, Yocasta, sin saber que ambos eran sus progenitores. Su destino trágico se refleja justamente en que a pesar de ignorarlo, cuando lo descubre, tiene que asumir su responsabilidad, por eso se arranca los ojos. También Yocasta desposó a su hijo sin saber que lo era. Al descubrirlo se suicidó. 

Si por algo resulta repugnante el caso de Koldo García, asesor del ex ministro José Luis Ábalos, es porque recuerda a casos que ya hemos vivido. Por el ayuntamiento y la Comunidad de Madrid también merodearon personajes sórdidos que buscaron enriquecerse rápidamente aprovechando el drama sanitario de la pandemia. Cada caso tiene sus especificidades, pero lo común es que estos personajes se prevalen de su cercanía al poder al grito de “pa’ la saca”. La pregunta relevante aquí no es si esos cargos públicos lo sabían o no, sino si están dispuestos a asumir su responsabilidad como Edipo y Yocasta, es decir, sin ser culpables. La vida es así, a veces te pone en un lugar en que sucede algo tan feo como matar a un padre y entonces, tengas o no tengas culpa, tienes responsabilidad. 

La pregunta relevante tampoco es si fueron legales o no las ventas de mascarillas en las que Koldo cobró presuntamente comisiones, como no lo era en el caso del hermano de Ayuso ni en el de los comisionistas del ayuntamiento de Madrid. La respuesta del PP a todo aquello la conocemos de sobra. Nada se espera de un partido que ha reformado su sede con dinero negro, ha tenido a varios presidentes autonómicos en la cárcel, ha montado una trama ilegal en el Ministerio del Interior para tapar la información sobre la corrupción del partido que tenía su tesorero, Luis Bárcenas, que sigue en la cárcel. La más edificante de sus piruetas éticas consistió en zafarse de su anterior líder cuando se atrevió a pedir explicaciones sobre la corrupción en Madrid. Así llegó Feijóo, y de todo eso aún no sabemos qué piensa el PP en términos éticos y políticos: se ha limitado, en el mejor de los casos, a defender que sólo existen las responsabilidades penales y tratar de poner el ventilador para convencer a la ciudadanía de que todos los políticos son iguales. Como ejercicio pedagógico de destrucción de la confianza no tiene precio.

Esto es una perversión, como explica magistralmente Rodrigo Tena en su libro 'Huida de la responsabilidad', recién publicado. La idea de que existe una responsabilidad política, nítidamente distinta de la responsabilidad penal, resulta cada vez más exótica. Pero existe. No sólo porque cada faceta de la vida tiene su ámbito de responsabilidad, sino también porque la responsabilidad penal es la más exigente. Es necesario que existan pruebas, que se celebre un procedimiento judicial con una serie de garantías, derechos, etc. Se nos quiere convencer de que o algo es delito o no es nada (para que sea nada en la mayoría de los casos). La lectura de 'Huida de la responsabilidad' no resulta cómoda: Tena disecciona en profundidad la irresponsabilidad ambiental prevalente en el mundo de las finanzas y la empresa, pero también la responsabilidad individual que todos ostentamos, por el mero hecho de vivir en sociedad. Cada ciudadano, y cada votante, también es responsable de plantear demandas éticas a sus líderes políticos. Preguntarnos a nosotros mismos cada día en qué medida contribuimos al deterioro de la esfera pública aleja la complaciente satisfacción de culpar a los políticos de todo. 

Desde el primer día, el discurso de este Gobierno en relación con los comportamientos dudosos no fue el “y tú más”, sino el “y yo menos”. Ese espíritu se plasmó en las elevadas exigencias éticas con que se toparon algunos ministros, resueltas con su temprana dimisión. Mirar ahora a Edipo es la forma de mantener el nivel. Ningún partido está libre de casos de corrupción, pero es en la respuesta política que se le da –más allá de lo que decidan los tribunales– donde nos lo jugamos todo. Y todo no quiere decir sólo lo electoral, sino incluso el sentido último de por qué hacer política.

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