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Elogio del generalista

El director del laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología, Luis Enjuanes.

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En el especialista coexiste una inteligencia particular y una ceguera general

J-F Revel

Cuando la extrema derecha ha convertido en un insulto el sentido crítico, la capacidad de análisis o el conocimiento enciclopédico, viene al caso hacer de una vez una apología del generalista. La pandemia nos demuestra, ahora de nuevo con ómicron y las reacciones que suscita, lo necesaria que es una visión panorámica de las cosas. La sobredosis de información, el acceso de los súper especialistas a los medios, cada vez hace más evidente lo precisa que resulta una mediación entre ellos y los públicos que siempre ejerció el periodismo. “Transcodificadores semánticos” nos llamaba el profesor Martínez-Albertos, puesto que gran parte de nuestra capacidad y nuestro esfuerzo consiste en comprender al técnico y convertir sus códigos lingüísticos especializados en un lenguaje comprensible para la ciudadanía perdiendo en el camino la menor precisión posible. Sí, para mí es obvio que ejerce un papel más necesario el comunicador científico que nos digiere y expone lo que le han explicado varios especialistas, el periodista jurídico que es capaz de hacer comprensible lo que los más finos juristas le dicen, el periodista económico capaz de traer a la actualidad el contexto de las cifras y de las diversas posturas que mantienen los especialistas que el técnico volcando su concreto saber sin más contexto.  

Un súper especialista no deja de ser alguien mirando con un telescopio hacia el objeto de su especialidad. La luna no es solo un cráter, que tan enfocado parece algo que se puede tocar, o un monte o el polvo de su superficie o la ausencia de gravedad o el lugar de alunizaje. La luna es también un astro que nos orbita y una luz encendida en nuestras noches y la fortuna de un navegante o la sensibilidad de un poeta y, cómo no, la dueña de las mareas de los pescadores y la regidora de ciclos de nuestros cuerpos. “La frecuencia de la coexistencia entre la inteligencia particular y esa ceguera general, que vemos en los especialistas, demuestra que existe una razón de supervivencia para la reflexión filosófica y el pensamiento polivalente”, escribía en sus memorias Revel. Y tú clavas tu pupila en mi pupila y un oftalmólogo está mirando tu fondo de ojo y tú mirando el amor en esa mirada. 

Todo esto no es un desvarío cósmico, sino parte de las reflexiones que me han suscitado varios titulares como este de elDiario.es: “Los expertos de Sanidad consideran que el pasaporte COVID no sirve para reducir los contagios en España”. Los expertos es un sujeto que nos ocupa. Es seguro que llevan razón, pero es posible que no hayan reparado en que a estas alturas de la pandemia el problema no estriba solo en reducir los contagios, sino que se va circunscribiendo a reducir los contagios con consecuencias. En realidad, si llegara el momento en el que las personas se contagiaran y no sufrieran graves consecuencias –no enfermaran gravemente, no fueran a la UCI, no murieran–, el problema de los contagios pasaría a ser meramente individual. Eso es lo que se aprecia cuando uno abre el objetivo del telescopio o rebaja el zoom y va abriendo la imagen hasta hacerse con un panorama cada vez más amplio.

“Lo que distingue al generalista del especialista es que el generalista permanece coherente al todo mientras que el especialista, mucho más riguroso ante su objeto específico, puede convertirse en un agitado confusional en cuanto se aleja de él”, prosigue Revel. Eso es lo que le sucedió hace pocos días al prestigiosísimo Luis Enjuanes, químico y virólogo español, profesor de Investigación del CSIC, conocido por dirigir el laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología. Enjuanes se despachó diciendo que aquellos que no se vacunen no deberían ser tratados por la Sanidad Pública si enferman. Uno puede comprender su hartazgo con la idiotez específica de los que desconfían de los avances científicos o los niegan, pero desde la perspectiva amplia es evidente que Enjuanes o conoce poco el Estado de Derecho o no pone el foco en los preceptos constitucionales, la protección que la ley hace de estos y la imposibilidad jurídica, ética y política de actuar de la forma que propone. En cuanto se abre el foco que tiene el súper virólogo se ve que su propuesta es imposible. Por poner otro ejemplo, tampoco los jueces tan especializados han tenido a veces mucho acierto durante la pandemia al fallar sin abrir el foco y ver el panorama general. El propio Tribunal Constitucional ha pecado de resolver, un año tarde y con el microscopio puesto, sobre la correcta decisión tomada por el Gobierno cuando la pandemia se llevaba a la tumba a casi mil españoles al día.

No discuto que los expertos lleven razón al afirmar que el pasaporte COVID no reducirá los contagios, aunque tal vez el gran angular nos demuestre que ese no es el único objetivo sino que pesan también los de dar tranquilidad a la población, asegurar el negocio de tantos que tienen derecho a ganarse el pan e, incluso, añadir un nuevo motivo a los reticentes para que pasen por caja y se inoculen de una vez. 

Los políticos deberían en este caso ser lo más parecido a un generalista enciclopédico mas a veces temo que sus acicates, el mayor de ellos no perder votos, les hagan a su vez tener un foco muy pequeñito. Ahora que han comprobado que se pueden limitar derechos y libertades, no sé si le han cogido el gustito para que nadie les acuse de no haber hecho nada. 

Ómicron, bonito nombre griego para abrir titulares. No hay casos graves que se sepa pero sembremos la alarma y puteemos a los africanos y pongamos vallas al campo, aunque vaya usted a saber si la variante ya estaba en Holanda y en Europa antes. 

No seamos “agitados confusionales”, como diagnosticaba Revel. No estamos en las mismas circunstancias que al principio. No sabíamos nada del coronavirus ni de la enfermedad que provocaba, no teníamos mascarillas ni hidrogel, no existían vacunas y nuestros sistemas sanitarios estaban a punto de implosionar, con los ancianos relegados sin plaza en los hospitales. Hay que proclamar que la humanidad ha dado pasos de gigante en un tiempo récord y que, obviamente, estos nos han llevado a otro punto del camino. En modo alguno estamos donde estábamos y en modo alguno pueden contemplarse medidas restrictivas de la gravedad que se tomaron entonces. 

Con ómicron funcionan los test, así que háganselos antes de juntarse con la familia. Con ómicron funcionan las mascarillas, así que sigamos protegiéndonos con ellas. Ni siquiera es seguro que no funcionen las vacunas –y sabemos adaptarlas– ni está probado que la enfermedad que provoca la variante sea más temible que las anteriores, así que sigamos vacunando. El panorama no es apocalíptico si uno abre el foco. El apocalipsis ya tuvo lugar y lo hemos sorteado. Los expertos tienen las claves en cada punto y esos puntos hay que unirlos para obtener un dibujo completo de la situación. No hay que descuidarse pero tampoco aterrarse. 

No seré yo quien les diga que desconfíen de los especialistas, yo no lo hago, pero sí les recomendaré que se fijen en quien es capaz de abrir el foco e integrar la información para dar un panorama más completo aunque sea menos nítido. Así quizá nos sea más fácil guiarnos.

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