La Brigada Antiterrorista y el agua de remolacha
Hay personas de formación científica que se levantan una mañana dispuestas a llevar a cabo el plan que han organizado con otras personas igualmente conscientes de una urgencia: denunciar la inacción del Gobierno ante la emergencia climática. Han decidido plantarse ante el Congreso de los Diputados, donde se atrincheran los pasivos, y llamar la atención de los medios de comunicación, los transeúntes y los representantes políticos con una acción vistosa y pacífica: teñir la fachada del Parlamento con un simulacro de la sangre que, con el resto del planeta y sus habitantes, está perdiendo la humanidad a causa de la pérdida de biodiversidad, la extinción masiva y el colapso social y ecológico que conlleva este desastre. El tinte es biodegradable, una mezcla de agua y remolacha que se quita fregando. Otras personas, sin embargo, presuntamente ejercitadas para protegernos de las amenazas más violentas del terrorismo, se levantan una mañana dispuestas a arrastrar por los suelos, retorcer los brazos, retener, identificar, reprimir a las de la ciencia y la remolacha. Las primeras se ocupan de la emergencia y se arriesgan por todas nosotras. Las segundas están al servicio del sistema que nos destruye.
La protesta pacífica, impulsada por miembros de los colectivos Rebelión Científica, Extinction Rebellion o Ecologistas en Acción, y en la que participaron, entre otros activistas, el científico del CSIC Fernando Valladares; el filósofo y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Jorge Riechmann; el director del Observatorio de la Sostenibilidad, Fernando Prieto, o la ambientóloga Marta Pallarés, se llevó a cabo el pasado 6 de abril. Dos meses después, el 15 de junio, a un par de semanas de la cumbre de la OTAN en Madrid, miembros de la Brigada Antiterrorista detuvieron -en sus casas, en sus despachos, en sus aulas, en sus laboratorios- a 14 de las personas que apoyaron aquella protesta. Uno de ellos es el científico Mauricio Misquero Castro, experto en asteroides y basura espacial, quien señaló al salir del calabozo que esta operación policial solo busca intimidar, provocar miedo, desmovilizar a la ciudadanía que toma conciencia de la urgencia de un cambio de paradigma y que pasa a la acción. Una estrategia disuasoria más vieja que el comer, aunque a quien no la haya vivido de cerca le parezca increíble que la represión esté tan organizada en un Estado democrático. El sistema capitalista también tiene sus planes.
Misquero ha dicho que le parece “surrealista” que Interior haya ido así a por ellos. Pero, sobre todo, es insultante que esas 14 personas hayan sido detenidas por la Brigada Antiterrorista. Insultante, por supuesto, para ellas. Insultante también para las que no estuvimos en su protesta, aunque debiéramos. Insultante para toda la sociedad, sometida al terror de una crisis climática que mata. Pero especialmente insultante para las auténticas víctimas del terrorismo, en especial aquellas que en ciertas zonas del planeta son asesinadas por su activismo medioambiental: 358 en 2021, más de una persona al día. Según la ONU, 138 homicidios en Colombia, 42 en México y 27 en Brasil, más los reportados en Argentina, Burkina Faso, Chile, Ecuador, Guatemala, Honduras, India, Kenia, Nicaragua, Perú, Filipinas y Tailandia. Criminalizar a las víctimas es otra vieja estrategia. Matar al mensajero para silenciar el mensaje. Más viejo que el comer.
Los planes del activismo -es decir, de una sociedad que decide rebelarse y se apoya en una ciencia con conciencia- consisten en ejercer la desobediencia civil y la acción directa no violenta. Los planes del sistema capitalista son otros. Defender los intereses de las empresas que se lucran achicharrando el planeta con sus emisiones de CO2, con la deforestación, con el extractivismo, con la explotación de los otros animales y la sobreexplotación de los territorios (aunque ello nos haya abocado al Antropoceno, la Sexta Extinción Masiva, que está provocando la pérdida de más de 27.000 especies al año, la destrucción de los ecosistemas o la proliferación de pandemias). Y defender a los gobiernos que son sus cómplices, directos o por omisión.
Cualquier día vendrán a detenernos por escribir esto. Quizá ya estén de camino, pues deben proteger a los señores de la guerra, que estarán en Madrid el 29 y 30 de junio. O esperan al domingo 26 de junio, cuando muchas personas pacíficas se manifiesten en Atocha para decir no a la guerra, no a la OTAN, no a las bases militares y al presupuesto militarista. Puede que haya científicas, profesoras, trabajadoras desobedientes. Puede que alguna tenga el peligroso plan de llevar agua de remolacha que simule la sangre de los bombardeos. Y eso sí que no. Eso merece un buen operativo de la Brigada Antiterrorista.
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