Escenarios no imposibles para el nuevo tiempo político
Quedan ya pocas dudas de que dentro de algunas semanas Rajoy será investido presidente. Las resistencias a la abstención en algunos sectores del PSOE no van a impedirlo. Como mucho podrían provocar nuevos problemas en el Partido Socialista, especialmente si el PSC mantiene su postura de votar 'no', que podría abrir la puerta a la ruptura entre la organización catalana y la estatal. Pero ni eso va a obstar para que el resto de los diputados socialistas, o sólo los 11 que bastan, den el gobierno al PP. Ha llegado, por tanto, el momento de preguntarse qué harán tanto el nuevo ejecutivo como la oposición en el nuevo escenario inevitable.
Caben distintas hipótesis. Y algunas más si se cruzan éstas y salen híbridos que tienen un poco de unas y de otras. Todo es posible. Los políticos suelen valer justamente para inventar salidas cuando parece no haberlas. Es lo fundamental de su trabajo. Y es de esperar que 10 meses de hibernación no hayan obturado para siempre la capacidad de imaginar y de negociar de nuestros representantes. Que son los que son y no hay más cera que la que arde.
Los dos retos que exigen respuestas más urgentes son los presupuestos y el conflicto catalán. En torno al primero, hay que señalar de entrada que todo indica que el Parlamento va disponer de tiempo suficiente para debatirlo a fondo. Es decir, que si el nuevo gobierno se encarrila, Bruselas permitirá que España alargue unos meses el plazo que le había dado para fijar el techo de gasto y presentar las cuentas del Estado. Ese no va a ser el problema si se dan pruebas de que se está trabajando seriamente en ello.
El gran escollo, hoy aparentemente insuperable, es que Rajoy no va a cambiar la orientación de su política económica. Que la contención de las inversiones y del gasto público van a seguir marcando su proyecto. Y aún peor, que esa contención se va a agudizar por culpa de los graves incumplimientos de los compromisos acordados con Bruselas en materia de déficit por parte del anterior gobierno.
Si las cosas fueran exactamente como sugieren las notas de prensa que han aparecido al respecto en las últimas semanas, el nuevo gobierno tendría que recortar en nada menos que 15.000 millones de euros sus gastos para los dos próximos años. Está claro que si Rajoy propone eso, el Congreso lo rechazaría de plano y las Cortes serían disueltas dentro de pocos meses.
Es algo tan obvio que no va a ocurrir. Pero tampoco está claro qué alternativa puede construir el Gobierno. Parte de un límite muy serio: el de que no puede subir los impuestos, o cuando menos no puede hacerlo en medida suficiente para evitar nuevos recortes de gasto público. Y tampoco puede recurrir a engañifas como las que con tanta frecuencia se ha sacado de la manga entre 2011 y 2015. Porque cualquier iniciativa va a tener que ser aprobada por la mayoría del Parlamento.
Tendría por tanto que inventarse un camino que pasaría por una auténtica negociación con la Comisión de Bruselas en torno a los citados compromisos y también por importantes concesiones a los programas de los partidos de la oposición. En primer lugar, al PSOE, del que cabe esperar que dentro de no mucho se aclare al respecto, pero también y aunque sea de forma indirecta, a Podemos. Porque el PP no podría permitirse el lujo de que el partido de Pablo Iglesias se convirtiera en el único referente de la oposición a la derecha, pues eso restaría mucha fuerza a sus eventuales acuerdos con los socialistas.
Además, y puede que éste no vaya ser un factor secundario en la andadura del nuevo Congreso, Rajoy habría de estar dispuesto a entenderse con los nacionalistas en algunos extremos del debate presupuestario. Desde luego con los vascos, pero puede que también con los catalanes.
Sobre el papel, y menos cambiar los datos, muy malos, de los que se parte –los del déficit y los de la deuda pública– el gobierno tendría margen de maniobra para conseguir que se le aprobara un presupuesto consensuado con la oposición. Cediendo incluso, aunque sin pasarse, en materia impositiva.
En la realidad las cosas pueden ser de un color muy distinto. Sobre todo porque, por muy teóricamente posible que sea, una política de negociación, de concesiones, con la oposición exigiría que en escena aparecieran un nuevo Rajoy y un nuevo PP. Y aunque hace dos días el presidente en funciones se haya mostrado tan razonable afirmando que lo único que pide a los socialistas es que le dejen formar gobierno, suponer que ese cambio se puede producir es mucho suponer. En definitiva, que habrá que ver qué pasa. Hay demasiadas cosas que no están claras, para empezar en el PSOE, como para hacer vaticinios. Lo único que está claro es que ha llegado la hora de hacer política, sin añagazas.
Idéntica consideración sirve para el otro capítulo prioritario, el de Cataluña. El reto está claro. Los independentistas van a por todas y si el gobierno central no cambia de política se va hacia la ruptura y hacia lo desconocido, seguramente incontrolable. La primera pregunta que cabe hacerse al respecto es si en la dirección del PP hay alguien consciente de ello. Y sin entrar en el terreno de las adivinanzas, sólo puede desearse que así sea. Y que en el plazo más breve posible desde el Palacio de la Moncloa se llame al de la Generalitat para acordar una reunión. En el supuesto de que quienes a él acudan no lo hagan para intercambiarse reproches, ese encuentro abriría un nuevo tiempo.
Está claro que Rajoy sólo iría al mismo si previamente hubiera acordado con el PSOE alguna postura común que fuera más allá del “no a todo” en el que el PP y los socialistas han coincidido hasta ahora. Y no está ni mucho menos dicho que los barones y las fuerzas vivas del PSOE estén dispuestos a cambiar de postura.
Pero supongamos que hasta eso ocurre. Y que un buen día nos encontremos con un PP dispuesto a dialogar con los independentistas catalanes y con un PSOE secundándole en el empeño. ¿De qué podrían hablar unos y otros en ese idílico y hoy por hoy altamente improbable escenario? En una primera fase, seguramente sólo de asuntos fiscales.
Cualquiera que entienda un poco de esta cuestión sabe que la situación actual en materia de financiación autonómica, en general y de Cataluña en particular, es insostenible, que hay que hacer algo y pronto en esta materia demasiado tiempo postergada. ¿Por qué no abordarlo en consonancia con el Gobierno catalán si un entendimiento en esa materia puede frenar el actual rumbo de colisión y además abrir la puerta a futuras negociaciones en otros capítulos, quién sabe si también en el del derecho a decidir?
“Porque las actitudes y los principios no se pueden cambiar de un día para otro y porque es imposible”, contestaría alguien cuerdo. Y puede que tuviera razón. Pero no es bueno renunciar sin más a la esperanza. Aunque quien hoy sea el llamado a encarnarla, al menos en la parte que le toca, que no es pequeña, sea alguien como Mariano Rajoy.