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España tiene un problema con la inmigración: que se la están exagerando

El barco Sea Watch 4 de la homónima ONG alemana rescata a 107 migrantes que iban a bordo de una barcaza en el Mediterráneo central. EFE/Suzanne de Carrasco / Sea-Watch

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El último barómetro del CIS ha revelado algo sorprendente. Por primera vez en dos décadas, los españoles han dicho que el primer problema de España es la inmigración. La idea ha eclosionado este verano, entre junio y septiembre, con el incremento objetivo de cayucos llegando a las costas, intentos de saltos de valla y 5.000 menores esperando en Canarias a que alguien les quiera acoger por “solidaridad”, como propuso el PP de Feijóo para no hacerlo por ley. Siguen esperando.

En ese mismo barómetro, unas páginas más abajo, se hace la pregunta “cuál es el problema que le afecta a usted más”. La inmigración deja de ser tan relevante y cae al quinto puesto. ¿Qué le afecta a los españoles y, por tanto, es su problema cercano?: la vivienda, la sanidad, la calidad del empleo y, en primer lugar, “los problemas de índole económica”. Es decir, que el sueldo no da para el supermercado y mucho menos para comprar o alquilar, que pides cita para el médico y te la da en dos semanas, que no hay perspectivas claras de ganar más dinero o que el horario te impide conciliar.

No es del todo ilógico que no cuadren las dos preguntas, es algo que ha pasado en muchos otros barómetros: una cosa es lo que te afecta a ti y otra, la idea global que tienes de asuntos que son retos o problemas sociales para tu país. Lo que sí es preocupante es cómo la problematización constante de la inmigración –idea que parte de la ultraderecha y que recorre toda Europa y tan buenos resultados ha dado a los que menos escrúpulos sociales tienen– ha escalado en pocos meses, en coincidencia con el debate político en España sobre la llegada de cayucos y los menores de Canarias.

Han sido semanas completas de hablar de “menas”, de bulos racistas, de declaraciones con todas sus derivadas en el Congreso, las tertulias, Vox bramando y PP elevando la apuesta y bailando un agua que, finalmente, ha tenido un reflejo en la sociedad, o al menos en la respuesta pública que ha dado a los encuestadores del CIS. Si tanto se habla, si tanto indigna y divide, será que es un problema.

En junio, la inmigración preocupaba a poco más de un 11,2% de la población. Durante el verano –coincidiendo con un crecimiento importante de las llegadas de migrantes pero también con la utilización política y mediática del miedo y el odio al otro– esa cifra se ha disparado hasta un 30%, liderando la tabla de lo que se considera el principal problema de España. De junio a septiembre se ha convertido en la mayor preocupación social.

La migración es un reto extraordinario, es innegable, con sus obstáculos y oportunidades. Ahora bien, si durante tres meses convertimos la llegada de 5.000 niños en un problema político de gran nivel (sale a 300 menores por comunidad autónoma en un país de 48 millones), si convertimos las llegadas a Ceuta en una amenaza (2.000 en lo que va de año), si vinculamos esas llegadas a la delincuencia, como hizo Feijóo, si decimos que violan, como hizo Díaz Ayuso, si Abascal incita a los españoles a “empezar a defenderse”, si las redes sociales se llenan de supuestos episodios de delitos que resulta que no se produjeron siquiera en España, si cada cayuco que llega sale en la tele –aunque la puerta de entrada real de migrantes son los aviones en Barajas–, si acoger es un problema de enorme dimensión, si no hay solidaridad entre territorios y abandonamos a los que hacen frontera... Es decir, si no se pone contexto o el que se pone está desequilibrado y se trata siempre desde lo negativo, el resultado es evidente: España tiene un problema de inmigración aunque a los españoles, preguntados por su caso, no les afecte.

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