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La estrategia que pasa por incomodar a los inmigrantes

Rosa Paz

Hay cosas que no son del todo nuevas, que ya eran malas antes, pero que ahora con la excusa de la crisis no han dejado de ir a peor. No sólo la situación de amplios sectores de la población española, y del resto de los países del sur de Europa, afectados por el paro, las bajadas salariales, los recortes de derechos, los tijeretazos a las prestaciones sociales... Además de los millones de los nativos de estos países europeos arrasados por las políticas del austericidio y la desigualdad - impuestas, por cierto, por los mismos que hundieron la economía con sus juegos de la codicia-, además de esos españoles, griegos, portugueses, italianos, hay personas aún más perjudicadas por la crisis: todas aquellas que han superado los obstáculos de la naturaleza, han sobrevivido a la crueldad humana y han conseguido saltar la vallas, traspasar la barreras para acabar, en el mejor de los casos, en el top manta de las calles europeas.

No es que antes les fuera bien. También vivían hacinados o a la intemperie, también hacían los trabajos más penosos o dependían de la venta callejera de las películas pirateadas o de las falsificaciones, también tenían que cuidarse de la policía que los podía expulsar... Pero ahora, con el pretexto de la crisis, se les ha excluido de la atención médica -salvo en comunidades como Andalucía, Asturias y alguna otra que incumplen el decreto del Gobierno de Rajoy- e incluso, según el anteproyecto de reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, se les impedirá comunicarse con sus familias a través de los locutorios o los cibercafés, porque para utilizarlos se les exigirá una documentanción en regla que no tienen.

Para argumentar la restricción sanitaria la derecha echó mano de aquellas mentirosas afirmaciones de que “los inmigrantes colapsan la sanidad pública”, o “abarrotan las urgencias”, que no solo desmienten los datos oficiales y las organizaciones médicas sino los ciudadanos que acuden alguna vez a las urgencias de un hospital o a los centros de salud públicos. Así que se trataba de crear un estado de ánimo que permitiera pegar el tijeretazo sanitario sin críticas, incluso con el aplauso de algunos que creen que los extranjeros pobres se benefician de lo que ellos pagan. En fin, que sembraron, intencionadamente o no, la semilla de la xenofobia, de la fobia al extranjero, aunque todavía sin demasiado éxito. Si los inmigrantes no colapsan la sanidad pública, si el supuesto ahorro económico de no atenderles no está siquiera cuantificado, si además no atender a tiempo enfermedades contagiosas pone en riesgo la salud pública, ¿qué pretendía el Gobierno con esa medida? Expulsarles. Perdón, empujarles a que se vayan. Lo mismo que con la decisión de impedir que puedan llamar a sus países a través de locutorios o cibercafés. Se trata de dejarles incomunicados, de hacerles más incómoda su estancia aquí. Sin atención médica. Sin papeles. Sin trabajo. Sin protección. Desvalidos.

Así que con la crisis se reducen, hasta casi desaparecer, las ayudas al desarrollo a sus países de origen, se elevan las vallas, se afilan las cuchillas, se les condena a la pobreza eterna allí. Y a los que vencen todos los obstáculos, a esos, se les abandona aquí a su suerte. No parece propio de una sociedad decente. Sí de esas políticas de injusticia y desigualdad que sufren los pobres de casa y los paupérrimos que vienen de fuera.

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