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La ética en la política y la contribución a que todos vivan mejor

Cartel del documental 'En nombre del pueblo'

Imma Aguilar Nàcher

La reflexión sobre la ética de la política más importante que recuerdo haber hecho provino hace unos años de una conversación que mantuve en el parking de la escuela de mi hija cuando ella tenía tan solo 3 años.

La madre de su amiga de preescolar insistió en llevarla con ella y su pequeña hija a pasar el día a su casa. Yo dudé por lo prematuro de iniciarla en la vida social, porque era la primera vez que esto ocurría y porque me salió el instinto animal de protección.

Por averiguar algo más de aquella familia traté de indagar sobre la clase de madre que tenía enfrente. Ella me preguntó a qué me dedicaba. Yo, ufana, respondí que asesoraba a políticos y a partidos, suponiendo que de ello se derivaba la calidad moral de mi trabajo, mi aportación a la democracia y a la humanidad. Ella sonrió admirada y me dijo con humildad: “Yo soy psicóloga y musicoterapeuta. Trabajo con niños con cáncer y sus familias para ayudarles a sobrellevar el proceso de la enfermedad o, en casos, el final”. Me quedé congelada, sin palabras, humillada, torpe, intranscendente. Me pregunté qué valor tenía mi trabajo, en qué ayudaba mi profesionalidad al resto de la humanidad, qué bien hacía con mi trabajo.

He recordado este episodio mientras conversaba en México con el consultor y profesor que más admiro de este mundo en que me desenvuelvo. Mario Riorda acaba de finalizar un largo rodaje de cine que le ha llevado por varios países recogiendo material para una serie que se titula 'En el nombre del pueblo', una frase que por sí sola ya consigue emocionarme. Hemos hablado de lo difícil que se te hace asesorar a un gobierno o un candidato de un país cuando has visto los infiernos de desempleo, pobreza e inseguridad que se viven en amplias bolsas de población en muchos países latinoamericanos.

La política es una suma de solución, emoción y ética. Creo que nunca puede faltar la gestión estricta de cada uno de esos ingredientes. La consultoría o el asesoramiento a la política no es otra cosa que el acompañamiento en estas tres prácticas que la definen. Respecto a la solución, es decir, a lo pragmático, a lo eficaz, se requiere el máximo rigor, el estudio y la documentación, la gestión del talento. Apoyar en la solución a un político es validar sus decisiones bajo parámetros de calidad y de idoneidad. Cuando se trata de emociones, la enorme responsabilidad del asesor consiste en gestionar los ánimos colectivos sin manipular, sin tergiversar, sin abusar de los sentimientos de la gente. Usar la estética, el arte, la performance para convencer, para persuadir. Tocar el alma de la gente y enamorarla con buenas artes.

El tercer ingrediente es la ética. En este campo ponemos límites, aplicamos valores y somos coherentes con intención de sacar la verdad a la luz, o al menos de que lo que hacemos y decimos sea lo mismo. No hay secretos ni manejos torticeros de la información. La ética ilumina las zonas oscuras.

Estar en México es vivir la política en toda su exuberancia. Todo en México tiene dimensiones mastodónticas. La ciudad más grande del mundo tiene la política más corrupta, la consultoría más sucia, el poder más abusivo, el crimen organizado más instalado. En este contexto, el trabajo se hace difícil, pero, preciosamente por ello, se hace más necesario. Ojalá tener un consultor de calidad en una campaña electoral significase tener un plus de valores y una garantía de ética en todas las acciones electorales y no la compra de votos asegurada, la mejor campaña sucia (aquí la llaman 'campaña de contraste' o 'campaña negra') o los mejores trucos para sortear la legalidad electoral.

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